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esta capacidad, la persona es capaz de comprender quién es la otra persona —que podría ser, por ejemplo, un hermano o primo— basándose en propiedades de nivel superior. Podría ser como referirse a la «socrateidad» de Sócrates (Aquino, 1266/1932, q.8 a.3). Otra utilización distintiva de la capacidad de evaluación por parte de los humanos es el reconocimiento de lo que constituye un objeto o cosa individual (por ejemplo, reconocer a Sócrates como un hombre, es decir, como humano) (Aquino, 1268/1994a, §398; Black, 2000, pp. 67-68).

      Asimismo, la capacidad de evaluación de una persona no solo separa las percepciones individuales entre sí mediante un proceso de comparación (por ejemplo, percibiendo a una persona como perjudicial y a otra como útil), sino que también puede sintetizar conjuntamente las percepciones individuales (Aquino, 1259/1954, 10.5; Aquino, 1265/2001, 73.14; Peghaire, 1943, p. 137) (por ejemplo, cuando se percibe que una persona es peligrosa pero a la vez se percibe que está contenida). Se trata de una síntesis de percepciones, no de una síntesis de sensaciones (esta última se produce por medio de la consciencia, o de la capacidad de síntesis, tal y como se ha señalado anteriormente). En esta actividad sintética, la capacidad de evaluación es similar a la de la imaginación.

      Con respecto a la valoración, la capacidad evaluativa, mediante una síntesis de percepciones se es capaz de formar un juicio de valor (por ejemplo, «esta herramienta será útil para mi proyecto») (Aquino, 1266/2005c, q. 13; Ashley, 2006, p. 205; Ashley, 2013b, p. 171). No obstante, mientras que las síntesis perceptivas de nivel inferior (consciencia) no están sujetas a falibilidad, el proceso evacuativo es falible, como se evidencia cuando alguien identifica erróneamente una realidad presente, o cuando una persona toma decisiones basándose en juicios falsos en relación con asuntos individuales (por ejemplo, «debo huir ya que este hombre me persigue», cuando en realidad no existe ninguna persecución). Se puede juzgar erróneamente la realidad con respecto a cualquier función de evaluación (por ejemplo, en el caso de una identidad equivocada o de personas que sufren delirios). Aunque siempre es necesario juzgar con precaución debido a que el juicio puede ser erróneo, esta observación no justifica necesariamente la adopción de una epistemología de la duda universal (Maritain, 1932/1995, p. 82).

      La capacidad de evaluación dispone de su propia estructura única, en la que se basa el proceso de evaluar objetos (por ejemplo, «esta sustancia es perjudicial» o «esa herramienta me es útil»). No se deriva de los sentidos primarios ni de la capacidad de síntesis (consciencia básica) (Aquino, 1273/1981, I, 78.4, 81.2 ad 2; Allers, 1941b, pp. 212-213; Peghaire, 1943, p. 133; Gasson, 1963, p. 9). Asimismo, aunque la capacidad sintética permite diferenciar lo dulce de lo caliente, no permite valorar en qué medida un objeto percibido es útil. Tal y como podemos observar en los animales, la percepción evaluativa de la utilidad puede provenir de una reacción instintiva a un objeto de la consciencia (como cuando un pájaro reacciona a la paja y la utiliza para construir un nido). No obstante, en los seres humanos, la percepción del valor de la capacidad de evaluación puede ser el resultado de un proceso de investigación y deliberación de mayor nivel (Aquino, 1266/2005c, q. 13; Aquino, 1266/1953, a.13, p. 330).

      Mediante las actividades de reconocimiento de individuos y la evaluación de estos, la capacidad de evaluación puede desencadenar una reacción afectiva posterior, como respuesta a la identificación de un individuo que se ha reconocido (Aquino, 1273/1981, I, 81.3). Por ejemplo, el reconocimiento de un cuidador puede desencadenar una simple reacción afectiva positiva (Siegel, 2012, pp. 88 a 90). En los animales se producen respuestas similares al reconocer a sus cuidadores. De una manera más compleja, una persona puede quedar agradecida por un trabajo determinado, que realiza en busca de unos ingresos previstos que le debería aportar (Ashley, 2013b, p. 178). No obstante, tal y como se ha señalado previamente, las evaluaciones de los objetos detectados también pueden surgir de la imaginación (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2). La imaginación, por lo tanto, también puede provocar una reacción afectiva como respuesta a un objeto (ya sea una realidad presente o una fantasía).

      Otra función de la capacidad de evaluación es facilitar el recuerdo de una percepción almacenada en la memoria. Este procedimiento de evaluación se suele denominar «recuerdo» o «reminiscencia» (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 451a18; también Aquino, 1269/2005a, p. 184; Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Aquino, 1266/2005c, q. 13). El recuerdo difiere de la recuperación de un recuerdo (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 451a20-21, 451b8). El recuerdo consiste en un proceso discursivo mediante el cual recuperamos las cogniciones previas para conseguir un propósito (tales cogniciones pueden ser una sensación de un sentido primario o una percepción de orden superior), como cuando, ante varias opciones, recordamos el camino más seguro para volver a casa (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 451b2-5; también Aquino, 1269/2005a, pp. 208 y 209).

      Bajo la tradición aristotélica, la capacidad de evaluación se denomina «intelecto pasivo» (Aquino, 1265/2001, 60.1), término que no emplearemos aquí. En cambio, nos referiremos a ella como una cognición de orden superior, que tiene alguna similitud y alguna interacción con la capacidad intelectual. Ambas capacidades aprehenden objetos que solo están relacionados incidentalmente con los objetos de sensación primaria (Aquino, 1268/1994a, §396; Lisska, 2007, pp. 6-7). No obstante, la capacidad de evaluación se puede diferenciar de la capacidad intelectual, de varias maneras. En primer lugar, la capacidad de evaluación es una capacidad orgánica y neurológica, mientras que la capacidad intelectual es inmaterial (Tellkamp, 2012, p. 627; Vitz, 2017). Esta diferencia lleva a observar una diferencia en el funcionamiento: la capacidad de evaluación conoce la realidad mediante la comparación de percepciones particulares de realidades concretas, mientras que la capacidad intelectual conoce la realidad mediante la comparación de patrones universales, inteligibles, que están separados de la materia (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Aquino, 1265/2001, 60.1).

      Una segunda diferencia entre la capacidad de evaluación y la capacidad intelectual es que la capacidad de evaluación cumple una función preparatoria para el intelecto, al proporcionar imágenes mentales de la imaginación y la memoria (Aquino, 1265/2001, 60.1, 73.16, 73.28, 81.12; Lonergan, 1997, p. 184). Esas imágenes mentales se almacenan en la imaginación y la memoria, pero no se almacenan en el intelecto (Aquino, 1265/2001, 73.14; Barker, 2012a, p. 218). En otras palabras, las imágenes mentales se originan en fuentes fisiológicas y neurológicas y se conservan en estructuras neurológicas (a saber, en la memoria y la imaginación) (Aquino, 1273/1981, I, 89.1; Aquino, 1265/2001, 81.12; Cohen, 1982, p. 201; Egnor, 2017).

      Una característica común a la capacidad de evaluación y la capacidad intelectual es que, así como la capacidad de evaluación actúa e influye en nuestras emociones (en la medida en que las funciones corticales superiores pueden superponerse al sistema límbico), nuestra capacidad intelectual actúa e influye sobre nuestra capacidad de evaluación (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 y 78.4 ad 5; Cates, 2009, p. 116). Debido a que la capacidad evaluativa (que es una inclinación ascendente, de abajo hacia arriba) se ve afectada por la capacidad intelectual (influencia descendente, de arriba hacia abajo), la capacidad de evaluación puede entenderse como «participante» en la dimensión no material de la persona y la razón (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Aquino, 1268/1994a, §397; Pasnau, 2002, p. 254). Con respecto a este punto, la capacidad de evaluación reconoce lo que es un individuo, es decir, la naturaleza común de una cosa. La capacidad de evaluación, sustentada así por el intelecto, puede influir en la interpretación que se da a los sentidos primarios (por ejemplo, cuando se particulariza la comprensión universal que se tiene de la «humanidad» y se combina con la percepción individual de «Sócrates», como ejemplo de humanidad). La capacidad de evaluación sirve así para instanciar el conocimiento universal almacenado en nuestra memoria intelectual. De esta manera, una persona puede reconocer a Sócrates, tanto como «Sócrates», como «humano», tal y como hemos señalado anteriormente (Aristóteles, ca. 350 a. C./1997, 100b2; también Aquino, 1272/1970, II.20, p. 239; Lonergan, 1997, p. 43; véase también Aristóteles, ca. 350 a. C./2005, 184a25; Aquino, 1269/1999, I.1, §§9-11).

      No obstante, el reconocimiento por parte de la capacidad de evaluación de lo universal (humanidad) en lo particular (Sócrates) no implica que la capacidad de evaluación conozca la naturaleza universal como tal, separada e independiente de los objetos particulares (Peghaire, 1943, p. 140). Más bien, la capacidad de evaluación media entre patrones universales que son

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