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que se produce la aprehensión sensorial, sin ningún razonamiento ni ejercicio de pensamiento discursivo (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2; Aquino, 1272/1993, VII.6, §1388, §1393). Por ejemplo, una persona a la que le encanten los filetes puede oler la combustión del carbón, recordar el último que comió, imaginar otro e inmediatamente experimentar el deseo de encontrar y asar otro más (Miner, 2009, p. 68).

      La capacidad sensorial afectiva también puede ser movida por la capacidad de evaluación (Aquino 1273/1981, I, 81.3; Loughlin, 2001, p. 46). Para ilustrar este punto, Miner (2009) nos ofrece el siguiente ejemplo (pp. 79 a 81): imaginemos que un niño pequeño se quemase colocando su mano en una estufa caliente, y al mes siguiente se quemase de nuevo con una calentador de queroseno. Unos meses más tarde, se encuentra de pie ante una hoguera y experimentará miedo y decidirá no tocarla, aunque no tenga experiencia ni de ver ni de estar cerca de una hoguera. Toma esta decisión y experimenta un sano temor debido a su capacidad de evaluación, soportada por su memoria sensorial, lo que le permite juzgar que la fogata es caliente y peligrosa. Debemos observar que la emoción, en sí misma, no surge en este caso como un instinto. Más bien, se suscita sobre una base de experiencias individuales pasadas, basadas en la memoria, así como en la imaginación y la capacidad de evaluación, así como de experiencias que especifican y dirigen aún más su inclinación natural a evitar el dolor (Ashley, DeBlois y O’Rourke, 2006, p. 147).

      RELACIÓN ENTRE LA EMOCIÓN Y LAS INFLUENCIAS DESCENDENTES (DE ARRIBA ABAJO)

      Las emociones no solo surgen de las capacidades sensoriales-perceptivas-cognitivas ascendentes. También son provocadas por juicios y elecciones intelectuales, así como por fuentes espirituales descendentes (de arriba abajo), es decir, como fenómenos supervenientes (Elliot, 2006; Fritz-Cates, 2009: Kahneman, 2011; Pinckaers, 2005). Por ejemplo, al comprender racionalmente la maldad e injusticia de una política y práctica como el aborto bajo demanda, sentimos ira justa, o cuando al optar por un encuentro sexual arraigado en nuestra memoria podemos avivar el deseo sexual. Asimismo, existe un tipo especial de emoción espiritual, que desborda las virtudes teologales vertidas en nosotros por Dios. Mientras que la caridad y la esperanza perfeccionan la voluntad, y la fe perfecciona el intelecto, estas virtudes influyen en el conjunto de la persona, incluyendo nuestras capacidades emocionales. Por ejemplo, en medio de un conflicto o dificultad, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, así como otras experiencias de trascendencia, pueden aportar consuelo y aliento, de la misma forma en que nuestra amistad con Dios (caridad) puede producir experiencias de profunda alegría y paz (Aquino, 1273/1981; Dickens, 1859/1989; Frankl, 1959; Lewis, 1961; Lombardo, 2011).

      Estos ejemplos dan la impresión de que las capacidades emocionales, impulsadas por la dificultad (irascible) y regidas por el deseo (concupiscente) obedecen necesariamente a la razón y a la voluntad. Esta interpretación de la razón y la voluntad es, en el mejor de los casos, solo parcialmente verdadera debido a que es el resultado de la naturaleza específica de la relación entre nuestras capacidades superiores (intelectuales, lingüísticas) y las inferiores (sensoriales). Cuando la voluntad ordena a una parte del cuerpo que se mueva, entonces se mueve (a menos que se vea afectada, por ejemplo, por una lesión o por la fatiga). No puede resistirse. No obstante, la razón y la voluntad solo poseen un control parcial sobre las emociones. Como los ciudadanos libres, los poderes inferiores están sujetos al gobierno, pero también se pueden resistir a las órdenes. Gondreau (2013) describe esta libertad limitada de las potencias inferiores como una especie de «cuasi autonomía» (p. 164). Si bien las emociones (capacidades afectivas sensoriales) no pueden ser dominadas por la razón, pueden participar en ella, ya sea ocasionalmente, por el mero hecho de seguir las órdenes de la razón, o de forma más consistente, cuando son moldeadas por la virtud (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2; Aristóteles, ca. 350 a. C./1941, I.13). Por ejemplo, tanto los humanos como los animales inferiores, cuando desean cruzar una habitación, experimentan que sus cuerpos se mueven en respuesta a su deseo. A pesar de eso, al entrar en una casa en llamas, en medio del miedo, una persona con la virtud del coraje es capaz de actuar a pesar de su emoción. Dada su cuasi autonomía, cuando las emociones impulsadas por el deseo o la dificultad se producen por influencias ascendentes (de abajo hacia arriba) la persona puede verse abrumada por la emoción y quedar cegada por la razón, o rechazarla activamente (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2; véase también Aquino, 1268/1947, Capítulo 224).

      ¿Cómo influye en la razón la desobediencia de las potencias inferiores? En realidad, las emociones (capacidades afectivas sensoriales) no pueden mover la voluntad directamente, sino que interfieren el funcionamiento correcto del intelecto y la voluntad de tres maneras diferentes (Aquino, 1981, I-II, 77.1). En primer lugar, las emociones pueden distraer al intelecto, de modo que el individuo no considere la moralidad de su acción (Aquino, 1981, I-II, 77.1; DeYoung, McCluskey y Van Dyke, 2009, p. 102). DeYoung et al. (2009) dan el ejemplo de «un agente que busca el placer dedicándose a los chismes, sin detenerse a pensar en cómo podría dañar el buen nombre de alguien» (p. 102). En segundo lugar, la pasión puede convertir un aparente bien en atractivo para un agente, que sin la emoción no sería atractivo (Aquino, 1273/1981, I-II, 6.4 ad 3 y 77.1; DeYoung et al., 2009, p. 102). Por ejemplo, un hombre puede ser dócil y no estar inclinado a la violencia. No obstante, bajo la influencia de una fuerte ira, podría golpear a alguien que le ha insultado, lo que le puede parecer un buen acto, o al menos, un acto justificable. En tercer lugar, las emociones pueden abrumar la razón por completo. Uno puede, en sentido figurado, quedar cegado por la pasión y quedar desprovisto de razón, como en casos extremos de miedo, deseo o ira (Aquino, 1273/1981, I-II, 6.7 ad 3; Cessario, 2001, p. 112). Vemos este tipo de emoción cegadora con frecuencia en conductores, que experimentan una ira extrema en la carretera y ponen en peligro sus propias vidas, así como las de los demás. También puede suceder en el caso de personas que sufren diversas psicopatologías, como depresión o ansiedad.

      Cuando una persona elige, voluntaria y repetidamente, seguir las atracciones y repulsiones distorsionadas de sus capacidades inferiores, en lugar de conseguir la guía de la razón, la persona adquiere disposiciones desordenadas (Hartel, 1993, p. 189). Esta rebelión reduce la verdadera libertad de las personas, al convertirlas en esclavas de sus emociones, alejándolas así de su realización (Agustín, ca. 397/1998, VIII.5.10). Según Agustín, en el principio, el hombre fue creado por Dios en paz consigo mismo; las capacidades inferiores obedecían a las superiores sin rebelarse (Agustín, 427/1972, XIV.19; véase también Aquino, 1272/2003, 4.2, p. 205). No obstante, como resultado de nuestro pecado original, el hombre se encuentra frecuentemente en guerra consigo mismo y experimenta fuertes emociones, que influyen en su voluntad para actuar en contra de la orientación que aporta la razón (Gondreau, 2013, p. 165; véase también Aquino, 1272/2003, 4.2, p. 205; Agustín, 427/1972, XIV.19). Aunque nuestro apetito sensible quedó herido por el pecado, su inherente bondad natural no se destruyó. Nuestras emociones desempeñan un papel importante en nuestras acciones morales, pero deben ser ordenadas adecuadamente y puestas bajo la dirección de la razón y el juicio prudente, mediante la formación de un carácter virtuoso y de virtudes particulares. Antes de examinar cómo nuestras capacidades emocionales se perfeccionan a través de la virtud y deforman a través del vicio, en el siguiente apartado estudiaremos la responsabilidad moral de la persona en sus emociones.

      EMOCIONES Y RESPONSABILIDAD MORAL

      Las emociones son multidimensionales y pueden ser observadas desde diferentes perspectivas, incluyendo la filosófica, la psicológica y la neurocientífica. En este apartado nos centraremos en la dimensión moral de las emociones. Sin reducir su significado, este aspecto es importante para comprender la acción libre del ser humano. Las personas normalmente describen y conciben las emociones como fuerzas o energías que simplemente nos suceden, que no podemos controlar y de las que no somos responsables. No obstante, la ética de la virtud, enraizada en la ley natural y la tradición aristotélica-tomista, tal y como la utilizamos en el Meta-Modelo, nos ofrece una posición más matizada sobre la forma en que las emociones surgen de las buenas capacidades y se relacionan con ellas (Aquino, 1273/1981, I, 81.2; Agustín, 427/1972, XII.5). Las emociones en sí mismas son consideradas buenas o malas solo cuando son controladas por la razón y la voluntad (CIC, 2000, §1767). Pueden ser moralmente buenas o malas en función de cómo influyen en nuestras elecciones

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