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a la luz de los trabajos de Dixon y dados los variados usos del término, es importante explicar la emoción debido a que la utilizaremos en el resto del presente capítulo.

      Distinguimos la capacidad de emoción de la persona de los actos de emoción, así como de una disposición de esa capacidad. Mediante nuestra capacidad emocional, los seres humanos percibimos afectivamente el significado de la realidad, en diálogo con nuestras cogniciones sensoriales-perceptivas. Esto constituye el primer paso de la inteligencia general, con el apoyo de las emociones (las emociones implican un paso básico en el conocimiento del mundo exterior, por ejemplo, hacia el acercamiento o hacia la evitación). La comprensión y el razonamiento de una persona sobre la verdad están relacionados con las emociones. Por ejemplo, la verdad sobre el concepto de bueno o malo se encuentra ya desde la infancia temprana, en la formación de la representación interna de la buena y la mala madre, es decir, cuando la madre es vista como toda buena y amorosa o toda mala y cruel. Nuestras emociones afectan asimismo a nuestra capacidad de expresar bondad hacia los demás. Existen muchas emociones, como el miedo, la audacia y el deseo, que tienen influencias sociales y espirituales. La capacidad de emoción es en sí misma inherentemente buena. Una emoción constituye una respuesta afectiva corporal personal a la realidad. A través de la emoción, las personas se conmueven por los valores y la inteligibilidad que experimentan. Este movimiento emocional queda influenciado por juicios racionales, así como por fuerzas sociales y por la gracia divina. Las expresiones particulares de las emociones son buenas, neutras, o malas. Con el tiempo y a través de actos emocionales repetidos, las capacidades emocionales de la persona adquieren disposiciones buenas o malas, lo que influye a su vez en sus respuestas emocionales futuras.

      Esta definición reconoce que las emociones implican movimiento (Wojtyła, 1979, p. 224). Dependiendo de si el estímulo se percibe como atractivo o repulsivo, las emociones «evocan movimiento» (Siegel, 2012, §AI-27). Preparan a la persona para dirigirse libremente hacia un valor percibido, o alejarse de él (Wojtyła, 1979, p. 251; véase también, Frijda, 1986, p. 71). Por ejemplo, cuando una persona experimenta asco, se aparta del objeto del asco o busca su eliminación (Scarantino, 2016, p. 22). Esta definición también reconoce que las emociones (o capacidades afectivas sensoriales) interactúan con la cognición sensorial-perceptiva de la persona, así como con su razón y voluntad y con sus capacidades interpersonales, tal y como puede apreciarse en la tabla 14.1. (Siegel, 2012, §AI-27; Miner, 2009, pp. 65-82). No obstante, es necesario tener en cuenta que numerosas emociones se experimentan de forma inconsciente. Frecuentemente, la psicoterapia trata de hacer que la persona sea consciente de sus emociones irracionales.

      ¿EN QUÉ SE DIFERENCIA EL RELATO DEL META-MODELO SOBRE EL PAPEL DE LAS EMOCIONES EN LA VIDA MORAL DE LOS ENFOQUES REDUCCIONISTAS?

      Lamentablemente, hasta el recientemente renovado interés en la ética de la virtud, el tratamiento de las emociones por parte de Aquino —poder participar en la razón, así como el marco teológico y filosófico en el que se situaron— ha sido en gran medida ignorado por los filósofos, en particular por aquellos fuera de la tradición moral católica (según lo descrito por MacIntyre, 2007). Por ejemplo, Chandra Sripada y Stephen Stitch (2004) sostienen que «desde la época de Platón hasta los últimos decenios del siglo XX, la opinión dominante era que las emociones son muy distintas de los procesos de pensamiento racional y de toma de decisiones, y frecuentemente constituyen un importante impedimento para esos procesos» (p. 133). Robert Solomon (1993), en su obra The Passions: Emotions and the Meaning of Life hace afirmaciones similares (p. 10). Estos últimos filósofos también están en desacuerdo con la neurociencia contemporánea (Damasio, 1994; LeDoux, 1998).

      En parte, estas omisiones se deben a la amplia influencia de los filósofos de la Ilustración, que ofrecieron dos puntos de vista radicalmente diferentes sobre la importancia de las emociones. Sus posiciones contrastaban fuertemente con la visión de Aquino (Gondreau, 2013, pp. 175-182). Desconfiando de las emociones y buscando aislar la razón de su influencia, Descartes y Kant defienden diferentes formas de racionalismo emocional (Barad, 1991). Para Descartes (1649/1989), las emociones solo perturban la tranquilidad del alma, y para Kant (1797/1996), interfieren con la capacidad de la persona para cumplir con su deber moral. Para estos filósofos, las emociones tienen poco papel positivo en la vida moral (Sherman, 1997). Hobbes (1651/1994) y Hume (1740/2000), por el contrario, elevan las emociones por encima de la razón y sostienen que la razón debe ser esclava de las emociones. Según Hobbes y el emotivismo de Hume, las emociones nos sirven como fuente de juicios morales y como motivación para actuar (Barad, 1991).

      TABLA 14.2. Estructura de las capacidades humanas, de acuerdo con las premisas filosóficas del MMCCP

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      El análisis de las emociones del Meta-Modelo difiere significativamente de los puntos de vista de estos filósofos de la Ilustración y también se distingue de otros enfoques de las emociones que se encuentran en las ciencias biopsicosociales. Dentro de estas ciencias existen al menos seis tradiciones teóricas sobre la emoción: neodarwiniana, jamesiana, cognitiva, socioconstructivista, desarrollista y neurocientífica (Evans y Cruse, 2004). Además de exhibir diferentes premisas sobre los enfoques de las emociones y la realización humana, estas perspectivas valoran las emociones de maneras muy diferentes: Ya sea como el bien más elevado (epicureismo y hedonismo), como irracional (Platón, Hegel, Ellis), como sospechosa (Budismo, Freud, Kant), como el centro de la piedad —sentir la completa dependencia de lo divino (Schleiermacher)—, como guía fiable (Rogers, Hume), o como capacidades básicamente buenas que necesitan ser entrenadas (Aquino, Agustín, Seligman). En algunos puntos estas perspectivas se cruzan o complementan con la comprensión de las emociones del Meta-Modelo, pero en otros puntos divergen de él considerablemente. Por ejemplo, al igual que la teoría socioconstructivista de las emociones, reconoceríamos que las capacidades emocionales de una persona quedan moldeadas por las experiencias familiares y la cultura (Teske, 2003, p. 195). Pero, siguiendo a Evans (2001) y Ekman (1992), rechazamos la afirmación socioconstructivista más radical de que nuestras experiencias emocionales están casi completamente dictadas por la cultura.

      RELACIÓN ENTRE LA EMOCIÓN Y LAS INFLUENCIAS ASCENDENTES (DE ABAJO ARRIBA)

      Las emociones en la antropología de Aquino se dividen en dos grandes categorías: emociones de deseo y emociones de iniciativa (Aquino, 1273/1981, I, 81.2; Ashley, 2013, pp. 174-175). La capacidad emocional del deseo (concupiscible) busca lo que es placentero y evita lo que es dañino. La capacidad de iniciativa (irascible) se refiere a la superación de obstáculos para conseguir los bienes que una persona desea, así como evitar las cosas perjudiciales. De esta forma, las emociones del deseo son el amor y el odio, la atracción y la aversión, y la alegría y la tristeza. Estas emociones son provocadas ante la presencia o ausencia de un bien. Las cinco emociones de iniciativa son la esperanza y la desesperación, el miedo y la audacia, y la ira (Aquino, 1273/1981, I-II, 23.4). Estas emociones nos permiten tomar la iniciativa para lograr un bien difícil o esperar pacientemente el momento prudente para actuar, pero también pueden hacer que nos apartemos de un bien difícil, como en el caso del miedo o la desesperación paralizantes. Es importante señalar, como indica Robert Miner (2009), que una capacidad afectiva sensorial es una capacidad pasiva que requiere «algo más para activarla» (p. 69). ¿Qué es lo que activa estas capacidades?

      Las emociones pueden ser provocadas por estímulos sensoriales y percepciones de orden superior, especialmente por la capacidad evaluativa (evaluaciones prerracionales o subconscientes), ascendentes (de abajo hacia arriba), como fenómenos emergentes derivados de la cognición sensorial-perceptiva, que influye en las capacidades afectivas sensoriales. La imaginación, que con frecuencia trabaja con la información proporcionada por los sentidos primarios y otras percepciones de orden superior, puede activar las emociones (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2; I-II, 9.1 ad 2; Fritz-Cates, 2009; Miner, 2009, pp. 65 a 69). (Si desea más información sobre una visión general de todas las capacidades perceptivas de orden superior, incluida la imaginación,

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