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relacionada con una baja tasa metabólica y, por lo tanto, con una baja TMB. Hubo acérrimos defensores de esta hipótesis, como Brian McNab,13 que sostenía que casi todos los aspectos de la historia de vida y la variación alimentaria de los mamíferos estaba interrelacionada y directamente vinculada con la TMB. Era una idea atractiva: puesto que el crecimiento y la reproducción requieren energía, un ritmo de vida más rápido presumiblemente precisa de una maquinaria metabólica más acelerada.14 Pero luego vinieron análisis estadísticos más rigurosos que sepultaron la idea de McNab y demostraron que los primates tenían TMB perfectamente normales para un mamífero. No había nada allí que pudiera explicar nuestra extraña historia de vida. Otros estudios confirmaron estos resultados, y surgió el consenso15 de que los humanos, los simios, otros primates e incluso otros mamíferos somos básicamente lo mismo por dentro, al menos en lo que se refiere al metabolismo. Sólo tenemos formas distintas (distintas carrocerías sobre los mismos motores).

      Yo aprendí sobre este consenso en Penn State en la década de 1990 y en el posgrado en Harvard en la década de 2000, y lo apliqué diligentemente en mi tesis. Pero, como la mayor parte de los científicos, soy escéptico por naturaleza y comencé a tener pensamientos controvertidos. El consenso —que el gasto de energía era básicamente el mismo en todos los mamíferos— se fundamentaba en mediciones de la TMB que me parecían problemáticas. La TMB se mide cuando el sujeto está en reposo (casi dormido), de modo que no representa todas las calorías que el organismo quema cada día, sino apenas una fracción. Además no es fácil medir la TMB; si el sujeto está agitado, frío, enfermo, es joven y está en crecimiento las mediciones pueden salir elevadas; como era de esperarse, buena parte de nuestros datos sobre primates provenía de monos y simios muy jóvenes y manejables.

      Pero existía un puñado de investigadores ocupados en el emocionante trabajo de medir el gasto energético diario total (la cantidad total de calorías quemadas por día, no sólo la TMB) en una variedad de especies mediante una sofisticada técnica que emplea isótopos, llamada método de agua doblemente marcada (véase el capítulo 3). Sus investigaciones sugerían que el gasto energético variaba ampliamente entre mamíferos y parecía reflejar su evolución y ecología. Comencé a preguntarme qué pasaría si los humanos y otros simios no tuviéramos la misma maquinaria metabólica. ¿Qué pasaría si nuestros gastos energéticos fueran distintos? ¿Qué nos diría sobre las historias evolutivas de los humanos, los simios y todos los demás primates? Desafortunadamente es tan desafiante trabajar con simios y otros primates que parecía improbable que alguna vez consiguiéramos obtener las mediciones necesarias para explorar estas preguntas fundamentales.

      Figura 1.3. Primera medición de gasto energético diario en un simio. A través de la gruesa reja Rob Shumaker vierte el agua doblemente marcada, mezclada con té helado sin azúcar, en la boca de Azy (el perfil peludo de Azy puede entreverse en la imagen de la derecha). Más tarde recolecta una muestra de orina, mientras el orangután se sostiene de la reja con sus patas prensiles.

      Mi primer viaje al Gran Fondo para los Simios fue una revelación. Tenía dos enormes instalaciones de vanguardia, una para los orangutanes de Rob y otra para bonobos, ambas con amplias áreas exteriores; y bajo techo, contaba con personal de tiempo completo y un centro de investigaciones integrado. El bienestar y la calidad de vida de los simios era la prioridad. Los proyectos de investigación se diseñaban de modo que resultaran divertidos e interesantes para los simios, o al menos parte de su rutina diaria y no una imposición. Los proyectos invasivos, dolorosos o de cualquier modo dañinos resultaban impensables.

      En algún momento durante mi visita balbuceé algo sobre el método de agua doblemente marcada, el metabolismo y la evolución en humanos y primates, sobre lo genial que sería medir su gasto energético diario y cómo nadie lo había hecho antes. Le expliqué a Rob que estos métodos eran totalmente seguros y se usaban todo el tiempo para los estudios de nutrición humana. ¡Hasta podríamos obtener información práctica para llevar el control de las dietas y la ingesta calórica de los simios en cautiverio! Los simios sólo tendrían que beber un poco de agua y luego habría que reunir muestras de orina cada dos días durante una semana, más o menos. ¿Habrá manera de hacer algo así aquí con los orangutanes?

      —Claro —contestó Rob—, con frecuencia recolectamos muestras de orina de la mayor parte de los orangutanes para sus revisiones médicas.

      —Guau. ¿De verdad? ¿Cómo? —pregunté. Sonaba demasiado bueno para ser verdad.

      —Sólo se las pedimos —respondió. Conversábamos junto a la reja de las áreas exteriores. Rob le dirigió una mirada a Rocky, un orangután macho de cuatro años de edad que medio jugaba, medio descansaba, medio nos observaba. “Rocky, ven aquí”, dijo Rob, como si hablara con un niño. Rocky se acercó a la reja, a nuestro lado. “Déjame verte la boca”, dijo Rob, y Rocky la abrió grande. “¿Y tu oreja?”, y Rocky puso la oreja contra la reja. “La otra”, y Rocky giró la cabeza y puso la otra oreja en nuestra dirección. “¡Gracias!”, dijo Rob, y Rocky se alejó correteando para jugar.

      —También podemos pedirles que hagan pipí en una taza —dijo Rob. Yo no salía de mi asombro por la conversación simio-humano que acababa de presenciar.

      —Sólo una cosa…

      —¿Sí?

      Ay, no, aquí viene, pensé. Aquí es cuando todo se va al demonio…

      —¿Hay algún problema si se derrama un poco de orina?

      —Ningún problema —respondí—, siempre y cuando nos queden unos mililitros para analizar.

      —Ah, muy bien —repuso Rob—. Porque Knobi, una de nuestras hembras adultas, siempre insiste en sostener la taza ella sola con las patas.

      Me sentí como Dorothy despertando en Oz. Ya no estaba en Kansas. De algún modo me encontraba en Iowa, hablando con el Mago, y los munchkins eran anaranjados, peludos y cuadrumanos.

      UN PEREZOSO EN EL ÁRBOL GENEALÓGICO

      Más tarde ese otoño, una vez que se administraron las dosis y se recolectaron todas las muestras, le envié una caja llena de orina de orangután en hielo seco a Bill Wong, profesor del Centro de Investigación en Nutrición Infantil del Colegio Baylor de Medicina. Bill es experto en energética y métodos de agua doblemente marcada, y para el proyecto con orangutanes me ayudó generosamente a determinar la dosis necesaria y el cronograma de recuperación de muestras de orina. Tras décadas de interesante y fructífero trabajo en nutrición y metabolismo humano, Bill disfrutó la posibilidad de cambiar un poco de carril para analizar muestras de simio.

      Su correo con el primer grupo de resultados fue mi pista inicial de que habíamos encontrado algo interesante. Los datos se veían estupendamente, dijo Bill, pero los análisis indicaban que los orangutanes tenían gastos energéticos diarios muy bajos. Me pidió que le mandara todas las muestras que tenía (habíamos reunido más de las que necesitábamos para los análisis) para que pudiera volver a analizarlas todas, sin costo. Quería estar seguro de que sus cifras fueran correctas.

      Otra ronda de análisis, mismo resultado: los orangutanes quemaban menos calorías diarias que los humanos.16 La diferencia era inmensa. Azy, el macho de 115 kilos, quemaba 2,050 kilocalorías al día, lo mismo que un niño humano de 9 años y 30 kilos de peso. Las hembras adultas, de 53 kilos de peso, quemaban aún menos: 1,600 kilocalorías al día, cerca de 30 por ciento menos que una humana de ese tamaño. Como era de esperarse, sus TMB también eran demasiado reducidas, muy por debajo de los valores humanos. Durante la medición con agua doblemente marcada monitoreamos cuidadosamente la actividad diaria de los orangutanes y pudimos comprobar que caminaron y treparon tanto como sus congéneres salvajes. (Es decir, no mucho. Los orangutanes son increíblemente letárgicos.) Los bajos gastos energéticos diarios no eran un artefacto de la vida en cautiverio; nos decían algo fundamental sobre la fisiología de los orangutanes.

      Los científicos vivimos para estos momentos: probamos cosas desconocidas y encontramos algo inesperado. Lo que sabíamos sobre la energética de los primates

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