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podrá descubrir el psicoanálisis».19

      Hay maestros que enseñan guiando a sus alumnos como a los caballos: paso a paso. La mayoría necesitamos ser guiados así, respetando nuestro ritmo. Hay otros que enseñan potenciando lo que encuentran de bueno en el discípulo, animándolo a avanzar y a crecer, porque todos aprendemos mejor cuando somos alentados. El nuevo maestro enseña de ambos modos: acompasando los pasos de todos y motivando a cada uno, estimulando con franqueza cualquier progreso.

      Así estos jóvenes, como tantos otros que vendrán después, al compartir entre sí las nuevas perspectivas que su encuentro con Jesús aporta a sus vidas, van extendiendo su invitación a seguirle y hacen crecer poco a poco su pequeño grupo de discípulos. Con tan entusiastas portavoces se va extendiendo la obra del insólito maestro, tomando a hombres y mujeres donde están, tal como son, y transformándolos poco a poco en seres nuevos, llenos de increíbles posibilidades.

      Como Natanael, cada uno tenemos nuestros propios criterios, algunos de ellos falsos. Nos cuesta entender que Dios proponga caminos distintos de que los que nosotros conocemos. Por eso el maestro desconcierta con la aparente sencillez de sus planteamientos.

      En todas las sociedades las penurias económicas, la ignorancia, las injusticias de la vida, la dificultad de estudiar ciertas carreras o de encontrar un trabajo interesante minan el optimismo natural de la infancia y el idealismo de la adolescencia. A medida que pasa la juventud y la vida adulta se complica, las circunstancias llevan a los desanimados hacia la evasión, la resignación o la inhibición, produciendo con frecuencia vidas rutinarias, conformistas, desilusionadas, abocadas al fracaso.

      Si hay una cosa que deja bien clara a los suyos es su deseo de que alcancen la excelencia:

      Así es como transforma sus vidas, mostrando de qué son capaces, y qué pueden llegar a ser si abren al poder de la gracia divina.

      Desde el principio de su ministerio el maestro llama a jóvenes y menos jóvenes a convertir sus vidas ordinarias en vidas extraordinarias. A cambiar esa existencia mediocre de la que no se sienten satisfechos, por algo grande, noble y bello. Al llamarlos a seguirle les invita a enrolarse en una misión comprometida, consagrada a una gran causa. Su llamamiento los arranca de su realidad rutinaria y los lanza a una aventura fabulosa, arriesgada, intensa, difícil, heroica incluso, en la que no hay lugar ni para el sin sentido ni para la superficialidad.

      Los representantes del clero y los dirigentes del país murmuran:

      —No le hagáis caso. Este carpintero no está calificado. Es un megalómano ignorante.

      No sabe lo que hace.

      Pero él no se desanima porque sabe que, cuando alguien decide hacer algo importante, debe enfrentarse con la oposición de los que hubieran querido hacer lo mismo, pero no se atreven a asumir los riesgos, con las críticas de los partidarios de algo diferente, y sobre todo, con la resistencia de los que nunca hacen nada.

      Al principio no cuenta más que con el apoyo de sí mismo y ya ronda la treintena. Pero la pasión de esos primeros discípulos ganados para su causa es tan contagiosa que ellos mismos van extendiendo la invitación a otros.

      Cuando decide empezar a construir la comunidad de creyentes con la que él sueña, el maestro deja bien claro que no quiere fundar una religión, sino una escuela. La religión verdadera ya la tiene: es la que Dios ha revelado. Ahora quiere enseñar a ponerla en práctica. La esencia de su doctrina puede formularse en un par de frases:

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