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fueron transformándose para que los disc jockeys ocuparan el espacio de los músicos de rock y las bodegas dejaron de albergar conciertos para dar lugar a los after-parties. Asimismo, esa electrónica se fue fusionando con el folclor en proyectos como Sidestepper, pionero de tantas cosas que vemos hoy en la línea de Systema Solar, Chocquibtown o Bomba Estéreo.

      Por otra parte, MTV Latino dio inicio a un lamentable proceso en el que la música fue cediendo terreno ante una avalancha de realities con herederas millonarias, rockeros en decadencia, adolescentes embarazadas y jóvenes dominados por sus hormonas. Los elementos más propios de la cultura latinoamericana se fueron perdiendo en el mar de la globalización, hasta ahí llegó la M de MTV, y ahí terminó esa gran vitrina para el rock de la región. Hasta aquí llegó la dicha.

      La transformación del canal de videos fue consecuente con los nuevos tiempos y con la masificación de internet, que llegó a ofrecernos la posibilidad de escuchar música sin comprar discos y sin depender tanto de la radio. Los mercados se fueron atomizando a niveles microscópicos y el público del rock ya no volvió a ser el mismo.

      El país tampoco volvió a ser el mismo después del proceso 8000, de las pescas milagrosas de la guerrilla y las masacres de los paramilitares, del fallido proceso de paz en San Vicente del Caguán o de la crisis económica que acabó, entre otras cosas, con el unidad de poder adquisitivo constante (UPAC) que dejó sin vivienda a miles de familias colombianas.

      La llegada del nuevo milenio se veía como un gigantesco salto al vacío para el rock colombiano: el público se fue dispersando, los discos dejaron de venderse y otros sonidos plantearon un enorme desafío para los músicos. Tal vez eso explique por qué las bandas de rock nacidas después de 2000 han tenido un impacto mucho menor que las surgidas en los noventa, como Superlitio, Doctor Krápula o tantas otras que ya hemos mencionado.

      Esos retos se acentuaron cuando, entrados ya en el siglo XXI, las bandas anglosajonas empezaron a venir al país con una frecuencia cada vez mayor. Metallica había tocado en Bogotá en 1999, y en el primer lustro del nuevo milenio pasaron por acá Megadeth, Sepultura, Cannibal Corpse, Napalm Dead, Yngwie Malmsteen, Alanis Morrisete, Asia, Men at Work, Helloween, The Offspring, Apocalyptica y The White Stripes, entre otras. Algunas estaban en su ocaso, pero otras gozaban de muy buena salud, y los músicos colombianos tuvieron que competir por un público que prefería los espectáculos extranjeros que difícilmente podría ver en los festivales públicos.

      Si en los noventa el rock colombiano y latinoamericano era “nuestra gran carpa”, en el siglo XXI ese escenario vio llegar a los más grandes. En todos los noventa, Colombia no tuvo más de 15 grandes conciertos internacionales de rock (Guns N’ Roses, INXS, Pet Shop Boys, Bon Jovi, Elton John, Sheryl Crow, Santana, Def Leppard, UB40 y Metallica, entre otros), una cifra ampliamente superada por 2018, que recibió en nuestro país a artistas como Roger Waters, Radiohead, Gorillaz, Sting, Judas Priest, Depeche Mode, The Killers, Deftones o Queens of the Stone Age, para hablar solo de figuras angloparlantes. En doce meses vimos más shows que en toda una década.

      A pesar de todo, los noventa fueron maravillosos; en ellos fortalecimos esta autoestima siempre maltrecha, entendimos que tenemos un inmenso potencial de diversidad cultural, vimos lo que más se ha parecido a la consolidación de un rock nacional y asistimos al nacimiento de muchas bandas que hoy continúan siendo esenciales para varias generaciones. A pesar de todo, los noventa nos dieron a 1280 Almas, Ciegossordomudos, Ultrágeno, Aterciopelados, Bloque, Morfonia, Masacre y La Derecha. Nos dieron a Rock al Parque y a Radiónica. Nos dieron montones de canciones mestizas, profundas y bastardas; himnos que hoy seguimos coreando, aunque no seamos ya capaces de saltar como antes. Nos dijeron que debíamos aceptar nuestras raíces, que no era una vergüenza vivir donde vivíamos, que éramos millones y no estábamos solos. Por un momento nos hicieron creer en el mensaje del Subcomandante Marcos, en Manu Chao y en Jaime Garzón.

      Más tarde, con la infaltable ayuda de los corruptos y los violentos de siempre, aterrizamos de barriga, a las malas, como siempre. Pero eso a veces no importa porque siempre nos quedan las canciones, los recuerdos y los pocos discos que hemos sabido conservar. A veces no importa, solo a veces.

       Sergio Roncallo-Dow

       Daniel Aguilar Rodríguez

       Enrique Uribe-Jongbloed

       Introducción

      El fin de los ochenta y el inicio de los noventa supuso un punto de quiebre histórico que dio paso a la configuración de un nuevo orden mundial y a la constitución de un nuevo mapa político del mundo. La caída del Muro de Berlín anunció el fin de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, que terminó con el desmantelamiento de esta última y el desmoronamiento de la llamada cortina de hierro (Hobsbawm, 1992). Fue el momento en el que los discursos neoliberales se asentaron en América Latina (Orjuela, 2005) y ofrecieron el espejismo del libre mercado y la reducción de los Estados como estadio indiscutible para la mayor eficiencia de estos. Todo esto ante la mirada atenta de millones de televidentes que empezaban a vivir el incipiente mundo de la hiperconectividad (Dery, 1995; Piscitelli, 1998, 2002).

      En Colombia, este fue un lapso de muchos cambios. Llegaron las antenas parabólicas que permitían acceso a la señal satelital gratuita, incluso televisión emitida desde Perú, y las primeras empresas de televisión por cable que privatizaron el acceso y ofrecieron el simulacro de la libertad en la selección de contenidos audiovisuales. Asimismo, llegó con una reforma constitucional que condujo a la configuración de un Estado nación en teoría más incluyente y que le apostaba a un Estado laico y democrático (Botero-Bernal, 2017; Guzmán, González y Eversley, 2017; Orjuela, 2005; Leiva, Jiménez y Meneses, 2019). Llegaron los noventa con el fin del llamado concordato, sistema por medio del cual el Estado concedía a la Iglesia el control de la educación pública, el registro civil y la posibilidad de interferir en temas de interés público (Prieto, 2011).

      La proliferación de canales de televisión privada y por cable significó, entre otras cosas, la diversificación de contenidos mediáticos (Rey, 2002) y la llegada de MTV, que resultó determinante para la emergencia de diferentes manifestaciones musicales, lenguajes y estéticas relacionadas con el rock (Tannenbaum y Marks, 2011; Roncallo-Dow y Uribe-Jongbloed, 2017).

      La diversificación de contenidos mediáticos y de la oferta de la industria cultural y de discursos políticos, incluso religiosos, fue el marco para la emergencia de una gran cantidad de bandas de rock en Bogotá. Bandas que representaban un sinnúmero de géneros y estéticas múltiples.

      Este capítulo propone una aproximación al rock como un campo que permite a los jóvenes, sean estos productores o consumidores de la música, ubicarse en el espacio social, reconocerse como sujetos de derecho (Reguillo, 2013), sujetos políticos (Reina, 2017) y generadores de discursos que legitiman, proponen o resisten (Vega y Pérez, 2010) discursos dominantes establecidos. Ello implica la apropiación de determinado capital cultural y simbólico, así como la generación e incorporación de habitus particulares (Bourdieu, 1998).

       Rock, jóvenes y prácticas comunicativas

      Desde los noventa se ha hecho una aproximación al rock colombiano en la que prevalecen el abordaje histórico, su relación con el entramado social y su relación con los jóvenes, en tanto productores y consumidores de música con énfasis en la idea de los elementos identitarios que la caracterizan (Arias, 1992; Benavides, 2012; Bueno, 2005; Cepeda, 2008a, 2008b; Echeverri, 2000; Pérez, 2007; Plata, 2006; Reina, 2004; Restrepo, 2005; Sánchez Troillet, 2014). Este trabajo se adhiere a la escasa investigación sobre el rock colombiano, pero busca acercarse a él desde su propuesta estética

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