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propietarios de minerales, agricultura y derechos de propiedad intelectual, por ejem­plo) tienen sobre los activos naturales y recursos, lo que les permite crear y manipular la escasez y especular con el valor de los activos que ellas controlan. Al respecto, D. Harvey (2016) observa que las consecuencias de este poder se han ido evidenciado durante mucho tiempo. Nos recuerda este autor que casi todas las hambrunas ocurridas en los últimos 200 años han sido socialmente producidas y no decretadas por la naturaleza. Cada vez que se produce un aumento de los precios del petróleo se produce un coro de comentarios sobre los límites naturales del peak oil seguido por un periodo de arrepentimiento, mientras se constata que han sido los especuladores y el cartel de productores quienes provocaron el alza. El «despojo verde» (land grabs), en marcha en todo el mundo (de manera particular en África), no obedece tanto al temor de los límites de producción de alimentos o extracción de minerales, sino a un escalamiento de la competencia por monopolizar las cadenas de alimentos y minerales para la extracción de rentas.

      Sostenía Polanyi que los mercados libres, autorregulados son un mito y que, en la realidad, la supervivencia de los mercados siempre requiere algún tipo de regulación. Añadía este pensador que frente a la constatación de una acelerada degradación de las condiciones sociales y materiales surge una resistencia social que históricamente, en cierta medida, ha actuado como elemento regulador de los efectos destructivos del mercado.

      Esta es en síntesis la tesis del doble movimiento (Polanyi, 2001 [1944]: 138): los intentos de expandir la esfera del mercado encuentran resistencia por parte de significantes segmentos de la sociedad y en última instancia pone límites al reinado del mercado. Sin embargo, esta resistencia ha sido cooptada, por lo menos parcialmente, por el mismo capital al presentar una aparente desincrustación de la economía de mercado con el fin de permitir su funcionamiento sin amenazas serias de «insurrección». En este sentido, el doble movimiento no es acerca de un cuestionamiento fundamental del mercado, sino acerca de alterar el sistema de mercado con el fin de mantenerlo. La economía verde, el capitalismo verde, la modernización ecológica, el desarrollo sostenible, con toda la adjetivación que lo acompaña, no son sino la expresión de esta tendencia.

      La segunda contradicción del capitalismo

      A partir de los argumentos de Polanyi sobre las mercancías ficticias, el doble movimiento y la paradójica necesidad de regulación de los mercados autorregulados, O’Connor propone un contexto analítico para el estudio de las crisis ambientales (2001). Según este autor, las mercancías ficticias son la expresión de las condiciones de producción, es decir, los requerimientos de la producción capitalista que los capitalistas no pueden producir como mercancías. Uno de los aportes importantes de este autor ha sido la apertura de un nuevo enfoque al creciente debate sobre los límites naturales. Mediante el desarrollo del concepto marxista de contradicción, O’Connor pone en un contexto específico de patrones de desarrollo del capitalismo el problema de la crisis ecológica, agotamiento y escasez de los recursos, y propone un nuevo marco conceptual bajo el argumento de que la crisis es la manifestación de una «segunda contradicción del capitalismo»; una nueva contradicción bajo la cual la acumulación del capital crea nuevas barreras para su futuro desarrollo.

      La línea de argumentación es como sigue. En el curso de su funcionamiento normal, el capitalismo genera barreras para su propio desarrollo y estas barreras se manifiestan como crisis que tienen el potencial de socavar o fortalecer el capitalismo como un todo, dependiendo de las circunstancias, de la acción política y de eventos contingentes. Según la teoría marxista tradicional sobre las crisis económicas del capitalismo, estas son originadas por la contradicción latente entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Se trata de crisis internas al sistema que se manifiestan a través de una tendencia hacia la sobreproducción y, por lo tanto, a una crisis de realización y son las que catalizan la existencia de una clase trabajadora organizada como factor clave del cambio social. En cambio, la segunda contradicción del capitalismo es motivada por la búsqueda de ganancia del capital que, en su preocupación de disminuir los costos, degrada o falla en mantener las condiciones sociales y materiales de su propia producción. Pero estas condiciones son comunes a la producción capitalista como un todo, de tal manera que el capital, en general, confronta costos más elevados debido a la necesidad de reparar el daño ocasionado por la visión de corto plazo del capital individual a las condiciones compartidas de producción. Este proceso sería el origen de una crisis de subproducción.

      Esta segunda contradicción es el resultado de las tensiones entre el funcionamiento del sistema capitalista y nuevas categorías a las que O’Connor denomina condiciones de producción. Según este autor, Marx define tres clases de condiciones de producción. En primer término, las condiciones generales de producción, categoría en la que O’Connor incluye los medios de comunicación, el capital social, la seguridad pública, la planificación, el espacio urbano y la infraestructura en general. La segunda condición de producción está dada por la fuerza de trabajo, entendida no como una mercancía, sino como las condiciones personales para la realización de un trabajo útil, la integridad física, mental y el bienestar de la fuerza laboral. Por último, la tercera condición se refiere a las condiciones físicas externas o el entorno natural afectado por la aparición de «barreras naturales» artificialmente inducidas como es el caso de la pérdida de fertilidad de los suelos debido al exceso de pesticidas, la erosión debida a la deforestación, la desaparición de la capa de ozono por el uso de ciertos aerosoles o el calentamiento global ocasionado por la acumulación de gases de efecto invernadero. La característica común de estas tres categorías consiste en que ninguna de ellas es producida como una mercancía de acuerdo a la ley del valor de las fuerzas del mercado, sin embargo, ellas son tratadas por el capital como si fuesen mercancías; es decir, se trata de mercancías ficticias.

      En primer lugar, la hipótesis acerca de que la infraestructura urbana e industrial no es producida como una mercancía, como sos­tiene O’Connor, es incorrecta. Por el contrario, la infraestructura de transporte, los servicios energéticos, la electricidad, las redes de telecomunicaciones son bienes y servicios muy a menudo producidos como mercancías. Indudablemente que existen serios problemas en

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