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Empezamos señalando que se trata de un fenómeno socioeconómico ya que induce cambios en la estructura de precios de la economía, así como la creación de nuevos mecanismos en la asignación de intercambio de bienes y recursos. Se trata de una renegociación de los límites entre el mercado, el Estado y la sociedad, de tal manera que un número creciente de las esferas sociales pasan a ser gobernadas bajo la lógica económica. La economía ambiental, la herramienta conceptual de la neoliberalización de la naturaleza, sostiene que el impacto destructivo del capitalismo en la naturaleza es una consecuencia del tratamiento de los recursos naturales como bienes disponibles libremente y el entorno natural como un sumidero ilimitado para el almacenamiento de contaminación y desechos. Bajo esta perspectiva el problema central consiste en internalizar el entorno natural que cae fuera de la esfera de la lógica del capital y de los precios y asimilarlo dentro de la estructura de costos (Benton, 1996). Sin embargo, la degradación del entorno natural se origina precisamente en la imposición de la lógica del capital y la marca distintiva del capitalismo consiste en mercantilizar y valorizar la naturaleza a medida que la degrada (Castree, 2010; Harvey, 2016; O’Connor, 2001). La principal estrategia de la economía ambiental neoclásica consiste precisamente en obligar al capital a tratar estas condiciones como mercancías y, por consiguiente, a internalizarlas como parte de su estructura de costos. Por consiguiente, si existen serios problemas en la relación entre naturaleza y capital, esta es una contradicción interna y no externa al capital. No podemos sostener que el capital tiene la capacidad de destruir su propio ecosistema y al mismo tiempo negar arbitrariamente que tenga la capacidad potencial de resolver o al menos equilibrar sus contradicciones internas. Ya sea por mandato del Estado, por presiones sociales u otras causas, el capital en muchas instancias responde exitosamente a estas contradicciones.

      Otra dimensión del proceso de mercantilización de la naturaleza es su carácter discursivo en la medida en que este proceso implica transformaciones en las identidades y valores adscritos a los objetos naturales de tal manera que ellos puedan ser abstraídos de su contexto biofísico y así desplazados y valorados. El discurso y la práctica necesarios para la mercantilización de los bienes y servicios ambientales requieren como condición básica la definición de estos como unidades discretas, claramente delimitadas, que mantengan una identidad consistente a lo largo del tiempo y el espacio. Este ejercicio implica necesariamente un ejercicio de abstracción en la creación de la mercancía, de la misma manera que la conversión del trabajo en mercancía requirió su abstracción de la fuerza de trabajo (Muradian, Corbera, Pascual, Kosoy y May, 2010; Gómez-Baggethun y Ruiz, 2011; Engel, Piagola y Wunder, 2008). Entonces, el proceso de mercantilización implica intervenciones y adaptaciones físicas de tal manera que la(s) naturaleza(s) deseada(s) puedan ser alienadas de su contexto ecológico como bienes estandarizados disponibles para el intercambio (Bakker, 2005: 545).

      Una tercera dimensión del proceso de mercantilización de la naturaleza, derivada de la anterior, tiene que ver con el problema de transferencia de conceptos de mercado a esferas que escapan del dominio de mercantilización como es el caso de los bienes y servicios ambientales. La imposición de relaciones de mercado a fenómenos ambientales requiere de técnicas de medición y valoración que, bajo la fortaleza de un consenso imaginado sobre la necesidad de imponer un precio a la naturaleza, han proliferado en los últimos años. La valoración ambiental y su extensión lógica, el pago por servicios ambientales, son los mecanismos del proceso de mercantilización de la naturaleza, es decir, la expansión del mercado hacia áreas previamente excluidas de la esfera mercantil. Este proceso implica el tratamiento conceptual y operacional de bienes y servicios como objetos destinados al intercambio de tal manera que transforma las relaciones, previamente no afectadas por el comercio, en relaciones típicamente comerciales.

      Una última dimensión del proceso de mercantilización, objeto de menor atención por parte de la literatura sobre el tema, se refiere a la imposición de un tiempo-mercancía o tiempo-mercado sobre los ciclos y ritmos naturales.

      El medio esencial de la expansión del capitalismo como un proceso tempo-espacial reside en su dimensión espacial, mientras que la esencia de su lógica y objetivos (la ex­pansión y acumulación del capital mismo) está dada por su dimensión temporal (O’Connor, 1992).

      El despojo verde

      «El logro sustantivo más relevante de la neoliberalización ha sido más bien redistributivo antes que la generación de riqueza e ingreso… y el mecanismo que ha permitido alcanzar esto es la acumulación por desposesión» (Harvey, 2005: 159). Harvey sostiene que la persistencia de las prácticas depredadoras de la acumulación capitalista mencionadas por Marx permanece presente bajo nuevas condiciones y modalidades. La mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión forzada de poblaciones de campesinos, la conversión de varias formas de propiedad (comunales, colectivas, estatales, etc.) en derechos exclusivos de propiedad privada, la mercantilización de la fuerza de trabajo y supresión de formas alternativas de producción y consumo, procesos coloniales y neocoloniales de apropiación de los recursos, el endeudamiento externo de los países, el sistema financiero internacional, son mecanismos de acumulación primitiva que tienen plena vigencia en la actualidad. Por consiguiente, añade Harvey, resulta «peculiar» continuar llamando a un proceso en marcha como «primitivo» u «original»; de ahí el concepto más apropiado de acumulación por desposesión (2003: 144).

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