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      —No digas cosas ecológicas, si no quieres convertirte en mi libro favorito.

      Capítulo XII

      Deambular

      Zoe

      —¿Por qué seguías en el estadio? El partido terminó hace bastante —pregunta después de una calle recorrida en silencio. Él lleva su bolso deportivo sobre del hombro

       —Mi hermano juega al fútbol también. Después de perder a mi mamá, empezamos a quedarnos luego de los juegos a la espera de que apagaran los reflectores. Nos tendíamos en el césped y me permitía hacerle preguntas bajo las estrellas.

      —¿Qué clase de preguntas?

      —Las que no tienen una sola respuesta.

      —Entonces le hacías todas las preguntas.

      —Sí, todas las preguntas.

      Patea una roca en el camino durante media calle y luego me la pasa.

      —¿De qué murió tu mamá? —Su voz es más suave y, si fuera tangible, sé que sería la mejor caricia del mundo.

      —Accidente de coche, ¿y la tuya? —Pateo nuestra pelota de la naturaleza en su dirección.

      Detiene la roca bajo su botín y me mira como un estudiante de Literatura mira al ácido desoxirribonucleico. No entiende mi casualidad sobre el tema de conversación.

      —Mi madre no está muerta —suelta.

      —Bueno, tal vez, fallé el tiro; pero sé que no perdí la partida. —Me acerco y rescato la roca para seguir jugando mientras avanzamos—. ¿A quién perdiste?

      —¿Cómo sabes que perdí a alguien?

      —Porque cuando era niña, buscaba el rostro de mi mamá en el público durante mis funciones de teatro y tenía la misma expresión que tú en el campo.

      —Bueno, no estás tan lejos de la verdad. La estaba buscando a ella.

      No le pregunto por qué, pero le pateo la pelota improvisada para indicar que sigue siendo su turno de hablar.

      —Te daré el spoiler que querías —advierte—. Tenía once y estaba jugando un partido. Me sentía pleno y feliz, iba a dedicarle un touchdown a mi mamá porque nunca se perdía un juego. Mientras corría con el balón, ella contestó el teléfono. Cuando crucé la línea de la zona anotación y la miré, supe que alguien más había cruzado una línea diferente hacia otro lado. Era mi padre. Ataque al corazón.

      Me devuelve la piedra, dando por finalizado un spoiler que tengo el presentimiento de que no está completo, sin embargo, no digo nada. Suficiente información saqué por una noche.

      Un día le hice a mi hermano una pregunta que solo tenía una única respuesta. Le pregunté cuál era su parte favorita de un partido: me dijo que era cuando terminaba. Para él, los lugares son depósitos de recuerdos. Todo lo que sentiste, al estar ahí, se arraiga al lugar. Si tienes la llave, puedes dejarlos salir para revivirlos la cantidad de veces que quieras porque, a veces, nosotros no bastamos y requerimos de algo o alguien que nos ayude a recordar.

      Sin embargo, hay depósitos que nunca fueron cerrados con llave. El de Blake parece estar siempre abierto. No puede decidir qué quiere o no recordar, solo lo hace y, por lo que vi en el campo, siempre es la parte más horrible. Debe ser difícil que todo lo bueno que viviste en un lugar sea opacado por una sola cosa mala.

      Me concentro en no hacerlo recordar más cosas tristes al jugar, sola, con la roca.

      —¿Qué estudias?

      —Arte.

      «Se vio interesado en la reflexión artística de la chica que lo golpeó con su parachoques; así que, quiera o no, tengo la corazonada de que él pintó el mural».

      En mi rostro se debe notar que acabo de atar cabos, porque me lo confirma con un guiño.

      —Dije que te dejaría tatuarme la nalga.

      Mi lápida dirá que morí de vergüenza.

      —Fue uno de los halagos más perturbadores que me hicieron, pero también de los más originales.

      —Tu mural es único, pero no lo dije de forma literal. Los tatuajes son peligrosos. Pueden ocasionarte infecciones, reacciones alérgicas, son capaces de ocultar problemas dermatológicos y también acarrean un aumento del riesgo de sufrir los efectos derivados de una exposición excesiva a los rayos solares como...

      Blake me interrumpe:

      —Yo tengo un tatuaje.

      Eso cambia mi foco de atención.

      —¿En serio? ¿Puedo verlo?

      Mi pequeño problema hacia la tinta sobre la piel se esfuma en cuanto imagino a este chico tatuado. Sigo creyendo que tatuarse es arriesgado, pero a veces, uno se deja llevar por lo estético más que por lo seguro.

      —¿Cuándo te lo hiciste? ¿Qué es? ¿Dónde está?

      —¿Podrías hablar un poco más despacio? —Me mira entretenido y ladea la cabeza—. ¿No te bastó con atropellarme que también debes atropellar a tus propias palabras? Y, de regreso al tatuaje, no está en una zona accesible, por así decirlo, y es un Hensley.

      Estoy perdida:

      —¿Un Hensley? ¿Te tatuaste tu cuerpo en tu propio cuerpo? Eso alcanza un grado de vanidad con la que no estoy dispuesta a lidiar.

      —El manejo de mi vanidad no será problema alguno —asegura con una pequeña sonrisa torcida—. Y mi tatuaje no es una persona para ser exactos.

      —Dime que no eres de esas personas que se tatúan a sus mascotas —ruego—, porque adoro a los animales e incluso dono dinero a algunas ONG que tienen como fin protegerlos; pero no podría tomarte en serio si tienes un gatito tatuado en el ombligo.

      —No tengo ningún felino tatuado, ¿pero se necesita que sea una serpiente o algo parecido para que me tomes en serio? Y, ya que pregunto, ¿por qué tienes una pitón?

      Me encojo de hombros.

      —Las serpientes son más seductoras que los gatos. Podría funcionar —sonrío—. Tengo a Gloria porque me gusta variar respecto a las mascotas. Antes tenía un ra..., hámster, tenía un hámster; pero la mamá de Gloria lo usó de almuerzo un miércoles.

      Estuve tan angustiada y enfadada por lo de Ratatouille que terminé por liberar a la señora Victoria a donde pertenecía.

      —Mi sobrino cree que eres la persona más cool del planeta por tener una pitón.

      —¿Y tú que piensas?

      Siento un nudo de emoción en la garganta cuando me mira. Quiero que me diga todo lo que piensa de mí y… lo podría haber hecho si el sonido de una sirena de policía no lo hubiera hecho palidecer.

      Blake

      El vehículo estaciona a unos pocos pies. Wendell no se preocupa en apagar el motor al bajar. Él rodea el motor a paso lento y despreocupado, con los pulgares enganchados en el cinturón donde se aloja el arma que siempre dije que no debía portar.

      La noche deja de ser tranquila. Recuerdo que pasear con una chica no borra mis problemas.

      —Hace mucho que no te veía acompañado de una de esas, cuñado. —Sonríe el petulante padre de Kassian—. Por lo que se ve tus gustos cambiaron un poco. Creí que te gustaban con otro tipo de ruedas.

      La mira de arriba abajo. Que se refiera a ella como una marca de motocicleta me molesta, y que recuerde que Mila está paralítica, me hace desear levantar la piedra bajo el zapato de Zoe y arrojársela a la frente.

      —Vuelve a trabajar, Wendell —advierto.

      —Estoy

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