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Extra Point. Ludmila Ramis
Читать онлайн.Название Extra Point
Год выпуска 0
isbn 9788418013645
Автор произведения Ludmila Ramis
Серия Goodboys
Издательство Bookwire
—¡Está por lograrlo, Steve Timberg está por ano…! ¡Madre Santa!
El Wrecker se abalanza para detenerlo. Una parte de la tribuna estalla en aplausos cuando mi compañero logra ser más veloz. Ovacionan con orgullo y una alegría para la que no existe sistema de medida. Se abrazan porque los Sharps acaban de anotar.
Dejo caer la cabeza contra el césped y cierro los ojos, aliviado, pero a la vez avergonzado por haber puesto en riesgo los puntos. Cuando levanto la vista, mis ojos no se fijan en la alterada multitud o en mis compañeros en plena apoteosis, sino en el hombre al otro lado del campo. Shepard no festeja, ni siquiera habla, solo me mira de forma inflexible. Zoe festeja y abraza a los Sharps de la banca, no obstante, su sonrisa vacila cuando me ve sobre el hombro de Jordano. Se zafa con suavidad del abrazo y va hacia el coach. Lo obliga a mirarla y, aunque no puedo escucharlos, sé que hablan de mí.
—Lo volviste a hacer. —Dave me tiende una mano y habla con derrota a pesar de la victoria.
—Lo volví a hacer —repito y acepto su ayuda.
Zoe
Los solitarios reflectores que iluminan el campo opacan a la luna, que se alza en un cielo infinito y despejado. El estadio está casi vacío. Unos pocos miembros del personal de limpieza a recorren las tribunas con escobas en mano, mientras el campo está desierto a excepción de un jugador sentado en la banca, aún con su uniforme puesto a pesar de que los Sharps ganaron treinta y ocho a veintinueve hace una hora.
Gira el casco entre sus manos, con los codos sobre las rodillas, en una postura que muestra su agotamiento.
—Hay una clase de pingüinos originaria del sur de Argentina, son los pingüinos de Magallanes o patagónicos —recuerdo en voz alta y sus ojos me buscan—. Están en una situación crítica porque hay un incremento generalizado de las temperaturas en el planeta, y tú... —Me detengo a unos pasos—. Tú pareces uno de esos pingüinos al enterarse que está en peligro de extinción, no un universitario que acaba de ganar un partido.
Niega con la cabeza y se muerde el labio inferior, en un intento de reprimir una sonrisa. Voy a compararlo más seguido con aves marinas no voladoras si hará eso.
—Ganar un juego no es la gran cosa. No soy de los que festeja de todas formas, pero tampoco un pingüino patagónico que acaba de oír sobre su inminente muerte.
Me río porque acabo de imaginarlo como un pingüino, más bien como un híbrido con bonito y redondo trasero e increíbles bíceps de ser humano, combinados con la cabeza de un Spheniscidae. Lo llamaría Blaküino, aunque no debería hacer chistes sobre hermosos animales en peligro de extinción.
—¿Por qué lo haces? —pregunta al dejar de dar vueltas el caso.
—¿Hacer qué?
Blaküino, me repito, y vuelvo a reír. A mi hermano le daría un infarto si me escuchara nombrando nuevas especies. A Malcom no le caen muy bien las bromas que se relacionan con la genética y la biología. Respeta las áreas científicas y las quiere hacer respetar, por otro lado, Kansas alimenta mi imaginación. Siempre fueron roles opuestos mientras crecía.
—Eso. —Hace un ademán hacia mí con el mentón—. Reír y sonreír más de lo que cualquier persona promedio lo hace.
Deja el casco, se pone de pie y sus ojos pasean por mi rostro, como si fuera una cuenta de matemáticas que al ingresar a la calculadora da error.
—Me gusta sonreír y, por lo general, no controlo mis expresiones faciales como tú te esfuerzas para hacerlo.
Blake arquea las cejas con interés.
—También me gusta observar, pero creo que ya te diste cuenta —añado. Me imagino que no muchos le habrán dicho que es un loco controlador de su propia expresión facial.
Esos lindos globos oculares son lo único expresivo en él dado que las sonrisas, al ser tan diminutas cuando aparecen, no dicen mucho.
—Lo hice, y sé que notaste algo mientras estaba en el campo, de igual forma que yo noté algo al estar en el ático, contigo, ayer.
Esa oración convierte una conversación informal en una peligrosa. Cambio el peso de un pie al otro y entrelazo las manos en la espalda, nerviosa. No pretendía que se olvidara de mi ataque de pánico, pero sí que lo ignorara, como hicieron en Los Hígados.
—Le tengo miedo a las tormentas —confieso y encojo los hombros, sin temor a ponerlo en palabras—. Sin embargo, no voy a decirte por qué. Sería como contarte el final de un libro que nadie que no haya leído las primeras 500 páginas tiene derecho a saber.
Asiente. Me alegra saber que habla en código lector.
—Odio el fútbol americano —revela, sin apartar la mirada.
Teniendo la oportunidad de anotar, se arriesgó a pasar el balón. No le encontré explicación al principio, y Bill tampoco. No sé cómo hizo para mantener la boca cerrada y no recitar una cadena de oraciones ofensivas. Aunque coincidí en que la decisión de Blake fue estúpida, intenté convencer a Shepard de que todo tenía explicación para que no dijera nada al chico hasta el próximo entrenamiento. Lo hice porque, por un segundo, el 31 trasmitió inseguridad. Estaba como perdido en el campo, nada semejante al sujeto que está frente a mí ahora, tan centrado.
—¿A qué se debe?
—Dijiste que sin spoilers, Zoella.
Ojalá me sonriera con normalidad. Estoy segura de que sus dientes deben ser el orgullo de todo odontólogo.
—Si quieres saber, tendrás que leer y déjame aclararte que hay gente que está leyéndome desde hace años y no ha podido llegar al final —informa.
—Supongo que debe ser un final muy trágico para que nadie quiera avanzar.
—O tal vez muchos abandonaron el libro y lo dejaron por la mitad, arrebatándole al escritor la oportunidad de un giro al final.
Mi corazón teje unos brazos para sí mismo y se abraza, conmovido. Cuando cae el silencio, mi mente entra en cortocircuito y a su vez se queda en blanco; la mitad analiza su expresión y la otra más está más muerta que un Velociraptor o Ankylosaurus. No puedo pensar con su intensa forma de mirarme, y tengo que dejar de ver Jurassic Park.
También, Jurassic World y todas las películas en las que sale Chris Pratt.
—Se hace tarde y debo acostarme temprano. Mañana empiezo a cursar —recuerdo más para mí que para él.
—Sé que viniste a pie o en bicicleta —deduce y echa una mirada al estadio vacío—. Dejaste en claro que no eres capaz de contaminar el medioambiente al ponerte detrás de un volante, como también que no eres muy buena conductora.
Escondo el rostro entre mis manos ante el recordatorio.
—¿Podemos ignorar el hecho de que te atropellé e ir al grano?
Antes de que pueda bajar mis manos, siento sus dedos alrededor de mis muñecas.
—El punto es que no me molestaría acompañarte hasta Los Hígados. De todas formas, vamos para el mismo lado y leer me ayudaría a distraerme de... —Lo piensa durante un segundo—. De todo.
—Es curioso que tú quieras leerme para distraerte y yo quiera hacer lo mismo contigo. Podemos ser alguna clase de «lectoamigos» con beneficios.
Por un momento me arrepiento del término inventado y me zafo de su agarre para retorcer las correas de mi cartera. Si mantengo las manos ocupadas, sé que hay menos riesgo de que toque algo que no debo.
No contesta, pero empieza a caminar a mi par. Solo espero que nadie interrumpa nuestra lectura.
—¿Blake?
—¿Sí?
—¿No vas a ducharte antes de irnos? Hueles a cloaca.
Resopla con