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Extra Point. Ludmila Ramis
Читать онлайн.Название Extra Point
Год выпуска 0
isbn 9788418013645
Автор произведения Ludmila Ramis
Серия Goodboys
Издательство Bookwire
—En realidad, estás equivocado. La última estadística de crimen, que data de hace dos meses, mostró una considerable disminución de la tasa de robo en Owercity, ¿no es fantástico? —Le sonríe, sin embargo, a diferencia de todas sus otras sonrisas esta carga con una autosuficiencia destinada a molestarlo—. Por si quieres saber, hoy en día las zonas más peligrosas de por aquí son los barrios que limitan con el río. Todos ellos están al suroeste y nosotros nos encontramos al… —Mira las estrellas para ubicarse—. ¿Noroeste? Sí, noroeste de la ciudad. Lo sé porque hice una pequeña investigación previa antes de mudarme. Y soy Zoe, por cierto. Nada de «esa», oficial.
La quijada de Wendell se aprieta. Él saca lo peor de mí en cada ocasión, pero admito que esta es la primera vez que debo esforzarme por ocultar una sonrisa a su alrededor. Que Zoe lo corrija con humor, atenúa mis ganas de abalanzarme sobre él. Sin embargo, no las hace desaparecer.
Mi excuñado sonríe de forma tensa. Que una universitaria le diga está haciendo mal su trabajo no le sienta bien, sobre todo, si es mi acompañante. Da un paso hacia nosotros y la pequeña chispa de diversión que tengo por la reciente escena desaparece. Intercambiamos una prolongada mirada; la suya es soberbia y la mía, disgustada.
—La renta de Kendra vence pronto, ¿verdad? —Me provoca—. En fin, suerte con eso. Les aconsejo que dejen de deambular por la ciudad. Nunca se sabe con quién puedes encontrarte. —Retrocede y sus ojos caen en Zoe, bañada por las luces de patrulla. Quiero protegerla y dibujarla al mismo tiempo—. Eres más bonita que la anterior, aunque no rellenas lo suficiente ese vestido. —Le mira el escote con descaro y se voltea, levantando la mano para despedirse—. Supongo que nunca puedes conseguir una buena delantera combinada con una buena retaguardia, ¿eh, Blake? No corres la suerte que tuve con tu hermana.
No lo pienso, estiro la mano para voltearlo por el hombro y darle el puñetazo que le he querido propinar desde hace años, no obstante, ella se interpone.
—Déjalo pasar esta vez —aconseja.
Lo veo subirse a la patrulla. Mi columna sigue rígida y mis manos, hechas puños. No quiero hacer pasar a Zoe un rato peor o que vea este lado de mí que no me enorgullece, así que aparto la mirada, porque cuanto más lo miro, más quiero odiarlo y expresarlo con mi cuerpo. Me concentro en la roca entre nuestros zapatos hasta que las luces dejan de proyectarse en el asfalto y las sirenas se camuflan con el ruido de la ciudad.
De a poco, aflojo las manos y respiro hondo.
—Sigamos caminando, ¿sí? —pido, dando la vuelta.
Zoe me toma por el antebrazo y tira con fuerza para que retroceda, casi haciendo que pierda el equilibrio. La observo, desconcertado, en cuanto me enfrento a su ceño fruncido.
—No iré a ningún lugar contigo hasta que no nos deshagamos de algo de la porquería que instaló ese tipo en ti. Aunque sepas ocultar bastante bien el hecho de que estás más que alterado, debo confesar que crecí con una psicóloga como niñera.
—Tal vez esté alterado, pero no puedes hacer que lo que siente una persona desaparezca como por arte de magia.
Apoyo mi bolso a nuestros pies para liberarme del peso y masajear mi hombro. Ella deja su cartera.
—No, pero puedo intentar atenuar lo que sientes o hacerte sentir algo que no te genere ganas de golpear a un empleado de la ley y terminar detenido en la cárcel por agresión —reflexiona—. Ahora, extiende tu mano.
—Esto es ridículo, deberíamos seguir caminando. Se está haciendo tarde y mañana es tu primer día de…
—Solo extiéndela.
Me debato unos lacónicos momentos antes de hacer lo que me dice. De forma, inconsciente se mete un mechón de cabello tras la oreja y toda mi atención termina en la irregular cicatriz que rompe la armonía de su rostro y crea una diferente.
—La palma hacia arriba, por favor.
—¿Puedes decirme qué harás con exactitud?
Sabe cómo distraer a la gente con sus singulares habilidades sociales, es un hecho. Mi ira se disipa solo un poco.
—Haremos algo que Kansas, la niñera psicóloga, me enseñó hace tiempo. —Sonríe con anticipación—. Espera y verás.
Hace algo que, última y recientemente porque apenas nos conocemos, me parece muy propio de ella:
Me sorprende.
Capítulo XIII
Una técnica cambia vidas
Blake
Me escupió.
Zoe acaba de escupirme.
—¡¿Qué mierda?! —Se me escapa al ver que su saliva se acumula en el centro de mi palma y se desliza entre mis dedos.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Sacudo la mano y me limpio con el costado de mis pantalones. Se abraza el estómago y sus ojos se llenan de lágrimas. A pesar de estar asqueado, me contagia su humor y no puedo pensar en otra cosa.
—No creo que los psicólogos escupan a sus pacientes —comento.
La miro; mis latidos se tornan más suaves y mi respiración, más lenta. Me embriaga esa sensación de cuando has tenido un buen día y llega la hora de ir a dormir, cuando sonríes en la oscuridad sin cansancio, satisfecho. Es raro, porque no he tenido uno de esos días hace mucho tiempo y hoy tampoco es uno de ellos; pero ella me hace sentirlo así. A su vez, estoy como en el ojo del huracán, donde la tranquilidad es momentánea y la esperanza alentadora. A pesar de que soy consciente de que muchas cosas malas están girando a mi alrededor y que esperan el momento para golpearme, no puedo ignorar este trozo de paz.
—De acuerdo, puede que Kansas no me haya enseñado a escupirle la secreción líquida que producen mis glándulas salivales a la gente. —Se echa mi bolso deportivo al hombro y me pasa su cartera sin motivo alguno para retomar la caminata—. Ese es mi toque personal.
—Tu toque es desagradable.
—Pero funciona, ¿verdad?
Tiene un brillo alegre e infantil que pocas personas logran conservar cuando crecen. La mayoría lo pierde y no son capaces de recuperarlo.
—Tal vez.
—Yo sé que funcionó, no importa que no lo admitas en voz alta. —La brisa sopla y enreda su cabello; mis dedos se inquietan—. Lo que Kansas en realidad me enseñó es que a veces podemos aprovechar la intensidad de los sentimientos. Todos tienen un límite, y si alguien está muy enfadado o triste llega un momento en que todo ese enojo o esa tristeza lo desbordan. El poco control que tenemos sobre cómo reaccionamos se va por el retrete —explica—. ¿No te ocurrió nunca que estás tan furioso que empiezas a reír? ¿O tan triste que te enojas? Cuando alguien está experimentado algún sentimiento fuerte, podemos ser el detonante de ello, del cambio en su humor. Te escupí porque quería hacerte sonreír.
«Te escupí porque quería hacerte sonreír», dijo nadie en la historia.
—¿Eso le enseñaron en la carrera de psicología? —Porque puede que esté funcionando.
—No, es obvio que hay una respuesta más completa y lógica para esos cambios, pero Kansas es del tipo de persona que forja teorías a pesar de que sabe que ya existen explicaciones.
—Le da otro giro a las cosas, ya entiendo por qué la adoras.
—La adoro por motivos que ni siquiera puedo comprender. Ella es capaz de interpretar todos los roles de una obra e, incluso, ser el público y el vendedor de palomitas. —Habla de su cuñada como yo solía hablar de mi madre, como si fuera el sol—. Fue y es niñera, amiga y cuñada. También, mi propia especie de madre cuando la real falleció.