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de una increíble maquinaria interactiva, nos sentimos recubiertos con un cascarón incómodo y pesado (discapacidad en términos de falta de movilidad y de autonomía y en comorbilidad con otras patologías). Y entonces se produce una disociación entre cuerpo y espíritu, que puede tener graves consecuencias en la salud mental y emocional.

      Los grados más elevados de obesidad se asocian claramente con índices menores de felicidad, autonomía, afecto positivo, bienestar subjetivo y sensación de prosperidad, y con más probabilidad de sufrir depresiones (33).

      Incluso las personas que, pese a conseguir mantenerse activas y saludables, no consiguen reducir su sobrepeso se encontrarán con múltiples dificultades en su día a día, incluidos continuos juicios y valoraciones por parte de aquellos que las rodean. Un buen ejemplo de esta situación es el que se pudo conocer mediante la siguiente carta que se publicó en la revista médica British Medical Journal, en la sección «What your patient is thinking» («Qué es lo que piensa su paciente») (34):

      Soy una entre el 97 % de personas a las que la dieta no les permite lograr una pérdida de peso estable.

      He experimentado los beneficios para la salud de hacer más ejercicio y de cambiar a una dieta vegetariana y con alimentos integrales. Mi concentración de glucosa en ayunas, mi presión arterial y mi función pulmonar son normales, por lo que puedo decir que mi salud es estupenda. Pero mi índice de masa corporal (IMC) ha sido superior a 30 toda mi vida adulta.

      Cuando creo que puedo tener algo malo, normalmente trato de evitar la visita a un médico de familia. Casi todas las consultas que he tenido sobre fiebre, anticoncepción o un tobillo torcido han incluido una conversación acerca de mi peso; y eso inevitablemente destruye cualquier simpatía o confianza que pudiera haber existido entre mi médico y yo.

      La lucha contra «la epidemia de obesidad» se supone que se trata de hacer de alguien como yo -que sufre obesidad severa- una persona más sana; pero el impacto de la retórica de la obesidad en mi vida ha tenido justo el efecto contrario.

      He salido a bailar con unos zapatos no muy recomendables. De vuelta a casa, cruzo con torpeza una cuneta y me lastimo el tobillo. A la mañana siguiente, la hinchazón es bastante grave, por lo que decido que me lo tienen que mirar.

      El médico me dice que debería hacer más ejercicio. Yo digo: Yo sé que el aumento de la circulación acelera la curación, pero ya que realmente me duele al estar de pié, no estoy segura de que lo mejor sea hacer ejercicio. Él dice que no está hablando de curar el tobillo, sino en general.

      No me ha preguntado por la cantidad de ejercicio que hago. No sabe que anoche bailé con energía durante cuatro horas y después caminé varias millas hasta casa. Supongo que les dice lo mismo a todos sus pacientes gordos, sin molestarse en averiguar acerca de sus situaciones individuales. Lo cual no me da demasiada confianza de que esté recibiendo una asistencia médica responsable. No visito a este médico de nuevo.

      He sido gorda toda mi vida. Así que cuando los profesionales sanitarios me preguntan -en mitad de una consulta sobre algo sin ninguna relación- si sé que mi IMC es demasiado alto y sobre si estoy en un proceso de pérdida de peso, siempre me sorprendo al verles actuar como si fueran los primeros que me sacan el tema. Como si yo hubiera pasado esos 30 años sin darme cuenta de que estaba gorda y de que algunas personas piensan que estar gordo es malo.

      Es solo un pequeño recordatorio de que mi médico -como muchas otras personas en el mundo- me ve primero como una persona gorda y después como un individuo. Me hace sentir como un problema que debe ser resuelto, como algo desagradable que debe ser eliminado.

      Recientemente he empezado a levantar pesas. Soy más feliz, ahora mi resistencia ha aumentado, así como mi fuerza; Subo colinas en bicicleta que antes solían poder conmigo.

      Por desgracia, la creación de masa muscular suficiente para ser capaz de hacer sentadillas con una pesa de 100 ha llevado mi IMC de «obesidad» a «obesidad severa». No he vuelto al médico desde entonces, pero lo estoy temiendo más que nunca.

      Cuando los profesionales de la salud mencionan mi peso en una consulta, no siento que están mirando por mi salud. Todos mis marcadores de salud están muy bien, estoy activa y feliz, y he pasado años luchando contra la baja autoestima consecuencia de una adolescencia que pasé creyendo que yo nunca sería atractiva para nadie, sin embargo, todavía creen que es importante decirme que haga algo que yo sé que es imposible. Me transmiten que mi peso es la cosa más importante para mí, más importante, por ejemplo, que mi inclinación por los piercing y los zapatos de plataforma, los cuales me han causado más infecciones y lesiones que mi tejido adiposo. Me hacen volver a cuando yo era una adolescente que ayunaba y se daba atracones: llena de vergüenza. Me dicen que mi tipo de cuerpo es un «factor de riesgo» para todo tipo de enfermedades, y que estadísticamente tengo más probabilidades de estar saludable si pierdo peso. Yo podría consultar la ciencia que hay tras esas afirmaciones, citando la «paradoja de la obesidad», que indica que las personas obesas tienen mejores tasas de supervivencia que las personas delgadas para varios tipos de enfermedades, pero acepto que es un dictamen médico ortodoxo.

      Incluso si quisiera cambiar mi tipo de cuerpo para reducir ese «factor de riesgo», no sería tan fácil. Ya estoy físicamente activa más allá de las recomendaciones sanitarias y no valoro mis posibilidades de ser una de esas personas aparentemente míticas que logran mantener la pérdida de peso mediante intervención dietética.

      Mi infancia incluyó muchas dietas, muchas humillaciones en clase de gimnasia. Los intentos de hacerme bajar de peso nunca han tenido ningún efecto a largo plazo. Todo lo que me aportaron fue un constante sentimiento de vergüenza y de no ser suficientemente buena. Esto me llevó a los malos hábitos alimenticios que hubieran sido etiquetados como «desorden» en una persona con un IMC inferior. He necesitado años para desaprender esos hábitos. Y solo recientemente realmente he descubierto la satisfacción del esfuerzo físico, después de haber pasado la mayor parte de mi vida pensando en el ejercicio como «el castigo que me toca por ser gorda», las actividades de impacto como correr son físicamente dolorosas para alguien con un cuerpo como el mío.

      He optado por salir del juego de la pérdida de peso. Si eso me convierte en una paciente incumplidora, entonces que así sea. Estoy más saludable y más feliz que cuando me odiaba a mí misma. Solo me gustaría que mis proveedores de atención médica me apoyaran en esto.

      Conviene destacar que, tras la carta, en la revista BMJ se publicaron estas interesantes recomendaciones para los médicos que pudieran haberla leído:

      1. Céntrese en para lo que el paciente ha ido a verle. Si lo cumple, hará un buen trabajo. Piénselo dos veces antes de ofrecer consejos no solicitados bajo la apariencia de «educación», sobre todo cuando su paciente le consulte sobre algo no relacionado. Si sus pacientes escuchan el mismo consejo durante cada cita, perderá pronto su impacto; y si usted insiste en un tema que les resulta traumático, conseguirá que busquen consejo en otro lugar en el futuro.

      2. Es apropiado ofrecer consejos sobre dieta o ejercicio si alguien le pregunta directamente, pero intente centrarse en los beneficios de comer bien y hacer ejercicio regular, en lugar de tratar la pérdida de peso como un fin en sí mismo. De esa forma sus pacientes no se desanimarán de seguir hábitos saludables, incluso cuando no consigan mantener su pérdida de peso.

      3. Los gordos saben que están gordos. No es necesario que se lo diga; la sociedad lo ha estado haciendo durante toda su vida. Muchos de ellos han sido traumatizados por constantes recordatorios sobre la cultura de la pérdida de peso, sobre lo vergonzoso que parecen encontrar su cuerpo.

      Pues bien, ante tan preocupante panorama y tras haber conocido todas estas pruebas y ejemplos que nos muestran que las actitudes y pensamientos hacia las personas con sobrepeso no son especialmente positivos, creo que deberíamos hacernos una pregunta fundamental, relacionada con lo más profundo de los valores de nuestra sociedad: ¿hasta qué punto llega la estigmatización? En la práctica, ¿se discrimina a las personas obesas?

      De nuevo, lo más fiable es recurrir a la ciencia, pero la revisión de las publicaciones disponibles nos muestra que uno de los problemas reside en

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