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honestos, suelen ser la diana de muchos comentarios irónicos y reproches, lo cual sin duda no será nada fácil de sobrellevar.

      En principio, deberíamos considerar que simplemente se trata de un tema de deterioro de su imagen, ya que sus observadores podrían considerar que «no da ejemplo». He sido testigo de encendidos debates en este sentido, en los que sanitarios delgados acusan a sus colegas con sobrepeso precisamente de eso, de no dar ejemplo, por lo general argumentando que esa falta de coherencia genera una pérdida de credibilidad en el paciente que puede afectar a la adhesión al tratamiento. Y la cuestión sería especialmente preocupante si se demostrara que el sobrepeso es un indicador fiable sobre su falta de capacitación profesional. O para prever que, con probabilidad, los resultados obtenidos serán peores que los conseguidos por sus colegas más delgados.

      La evidencia definitiva que nos permitiría aclarar toda esta cuestión sería la que nos indicara con datos objetivos si los dietistas o médicos sin sobrepeso obtienen mejores resultados con sus pacientes, pero no existe ninguna investigación sobre el tema. Así que criticar la profesionalidad de un médico o dietista concreto basándose en su peso corporal o exigirle coherencia no tiene demasiada justificación, a la vista de la falta de pruebas científicas concluyentes que relacionen ambas variables. Además, y esto lo añado yo por lo que he podido ver con frecuencia, las críticas del tipo «no da ejemplo» a menudo suelen ir acompañadas de animadversión hacia el implicado o deseo de desprestigiarlo a toda costa.

      De cualquier forma, hay estudios que han analizado sistemáticamente la percepción sobre el tema por parte de pacientes y colegas. Por un lado, se confirma que las posturas más radicales y la mayor intolerancia están presentes entre los propios sanitarios, que son los primeros en pedir coherencia y en exigir aplicarse en carne propia aquello que se predica. Por ejemplo, en una investigación en la que se entrevistó a médicos de atención primaria, los que tenían un peso normal o eran delgados opinaron con más frecuencia que los pacientes confiaban menos en los consejos para adelgazar que viniesen de un médico obeso. Además, el grupo de los delgados fue el que con mayor firmeza pensaba que el médico debía dar ejemplo en temas de buenos hábitos (30).

      Respecto a la percepción por parte del paciente, los estudios son más numerosos y normalmente el enfoque de los investigadores se centra en simular una consulta con diversos perfiles e indagar en la confianza y fiabilidad que le transmite cada uno de ellos. Pues bien, los médicos descritos como obesos tendían a obtener los peores resultados en todos los aspectos: confianza, compasión, convencimiento para seguir sus consejos e inclinación a cambiar de médico (31). Así que, una vez más, el estigma prevalece. Y parece bastante claro que, desde un punto de vista global y para el tratamiento general de enfermedades, la obesidad hace mella en la confianza que transmite un sanitario a sus pacientes.

      Pero centrémonos ahora en un colectivo de pacientes un poco especial, aquellos que acuden al médico para recibir un tratamiento para la pérdida de peso. Supongamos que en este caso se da una situación cuando menos peculiar: ambos sujetos tienen kilos de más, tanto el médico como el paciente. ¿Qué ocurrirá en este caso? Probablemente, nuestra primera reacción sea pensar que el paciente se hará la siguiente pregunta: «Si es incapaz de resolver su obesidad, ¿cómo va a ser capaz de resolver la mía?» . De hecho, este es el argumento más utilizado entre aquellos que suelen exigir coherencia a estos profesionales. Sin embargo, la psicología humana es cualquier cosa menos simple y este razonamiento tan lógico parece estar equivocado. En los escasos estudios que han investigado esta situación, al analizar la confianza en general, al igual que en los estudios anteriores, se observaron diferencias en favor de los profesionales con peso normal frente a los que presentaban sobrepeso u obesidad. Sin embargo, y aquí llegó la sorpresa, al preguntarles sobre la credibilidad en temas relacionados con la pérdida de peso, la situación y los razonamientos se invirtieron. A la hora de recibir consejos para adelgazar, los pacientes confiaron significativamente más en los consejos de los médicos con obesidad que en los de peso normal (32).

      Curioso, ¿no cree? ¿Y a qué puede deberse esta paradoja? ¿Por qué un paciente obeso confía más para adelgazar en un médico obeso, si ni siquiera es capaz de encontrar soluciones a su propio problema?

      Es probable que al compartir dicha condición se produzca una mayor empatía y una mejor comunicación e interacción entre el paciente y el médico, lo que impactaría positivamente en la credibilidad, hasta el punto de superar los posibles prejuicios derivados de su aspecto físico. Si nos ponemos en el lugar del paciente, esta aparente contradicción puede tener sentido, ya que al recibir consejos para adelgazar por parte de médicos delgados podríamos tener pensamientos defensivos del tipo «este doctor no me entiende, yo no soy como él», «mi caso es diferente» o «para él es fácil dar consejos porque está delgado».

      Todos estos resultados nos muestran algo con bastante claridad: por un lado, que el fenómeno del estigma hacia las personas con sobrepeso es realmente complejo y afecta a todos, sin distinción; y, por otro, que convivimos con él con relativa indiferencia y naturalidad, aceptándolo y sin darnos cuenta de sus más profundas implicaciones.

      Hay bastantes ejemplos que ilustran cómo estos sentimientos se infiltran y camuflan en nuestro pensamiento colectivo. Uno de ellos podría ser una noticia que durante los últimos años se repite periódicamente y que, por desgracia, siempre parece de actualidad. Resulta que mientras una buena cantidad de personas en el mundo pasan hambre, más o menos la misma cantidad sufre obesidad. Sin que entremos a analizar el trasfondo social de esta injusta desigualdad, se trata de datos que cada cierto tiempo alguien vuelve a poner sobre la mesa y que los medios de comunicación transmiten con justificada diligencia.

      El problema reside en que normalmente lo hacen con titulares de este tipo (son ejemplos reales):

      •«La mitad del mundo se muere de hambre y la otra mitad sufre obesidad».

      •«Medio planeta combate la obesidad y el otro medio el hambre».

      •«Hambre y obesidad, dos caras de la misma moneda».

      No quisiera hacer un análisis económico de estas afirmaciones, pues soy consciente de que probablemente las razones por las que unos pasan hambre y otros sufren obesidad tengan cierta relación. Pero el hecho de plantear ambas situaciones de forma correlacionada consigue un efecto especialmente doloroso para las personas con sobrepeso. Por un lado, podría interpretarse que parte de la responsabilidad de que algunos pasen hambre recae de forma directa sobre los que comen de más. Y, aunque uno tenga suficiente capacidad de análisis para deducir que no es responsable directo, siempre le quedará el sentimiento de culpabilidad ante un desequilibro injusto. Un sentimiento de culpabilidad que, en cualquier caso, debería recaer sobre todas y cada una de las personas que vivimos cómodamente en nuestras sociedades desarrolladas, y no solo sobre los sujetos que acumulan más grasa en su cuerpo.

      ¿Qué le parecería a usted si se hiciera lo mismo con otro tipo de situaciones? Por ejemplo, también en los países desarrollados disfrutamos de completos programas de vacunas, de muchas menos infecciones, de agua corriente y de hogares mucho más confortables. ¿Por qué nunca se publican titulares reivindicativos hacia los más necesitados haciendo con estos temas comparaciones o paralelismos similares a los anteriores? A ningún periodista se le suele ocurrir citar a las personas con adicción a los medicamentos como elemento «de contraste» para denunciar la falta de medicamentos y otros recursos sanitarios de los países más pobres.

      Más tópicos, más estigma

      Uno de los tópicos más habituales que soportan las personas con sobrepeso es su supuesto optimismo y buen humor, por encima de lo normal. Ya sabe, el estereotipo del gordito de mejillas sonrosadas, sonrisa perenne y optimismo a prueba de bombas. Pero en realidad no es más que eso: un estereotipo. Los estudios muestran que en general estas personas presentan una grave falta de satisfacción con su cuerpo. Este sentimiento, al que quizás muchos prefieran no dar demasiada importancia, repitiéndose que «nadie es perfecto», en realidad resulta especialmente doloroso. Nos guste o no, nuestro cuerpo exterior es la forma con la que nos mostramos a los demás y la máquina con la que interaccionamos con nuestro entorno. Y se puede llegar a un punto en el que pensemos que nuestro

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