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      A Knórosov no le interesaba mucho esta parte obligatoria para dos grupos de la expedición etnográfica. Sin embargo, era bastante curioso e incluso romántico: el grupo de cinco practicantes dirigidos por Tatiana Aleksandrovna Zhdankova rodaba en camión por el delta del río Amu Daria. Los sitios eran muy bellos: se parecían a las selvas tropicales en los valles de los ríos, los bosques de ribera con lianas que entrelazan los árboles: los álamos, los sauces, los tamariscos, los agracejos, los espinos amarillos. Las arboledas alternaban con los prados, con los cañaverales, con las dunas cubiertas con espinas… La población local contaba que aquí, mucho antes de 1930, todavía vivían tigres. En una de las ciudades (antes de que se lo llevara el río Amu Daria) existía un pequeño museo etnográfico en el que incluso se exponía un verdadero tigre de rayas disecado de la región de Amu Daria. Tradicionalmente el tigre del museo, tan viejo que hasta estaba medio calvo, no tenía otros admiradores más que los niños. Una vez, de pronto el personal se dio cuenta de que una gran cantidad de mujeres, que llegaban una por una, comenzaba a visitar. Principalmente eran jóvenes analfabetas de la etnia karakalpak. La cantidad de estas crecía cada vez más, hasta convertirse en multitudes interminables de karakalpak, kazajas, uzbekas y turcomanas. ¡Las mujeres jóvenes iban al museo! O, para ser exactos, se limitaban al vestíbulo, donde se encontraba el tigre con su pelaje gastado. Ellas se acercaban a la figura del tigre… se ponían a cuatro patas, pasaban gateando debajo de la barriga del carnívoro rayado y… se iban del museo sin siquiera entrar a las salas de la exposición principal. El misterio se reveló fácilmente. Resulta que en el pueblo de los karakalpak existían una creencia: si una mujer estéril pasaba debajo de la barriga del tigre, entonces podía quedar embarazada. Como desde hace mucho tiempo no hay tigres en toda la zona porque ya todos están exterminados, a alguien se le pasó por la cabeza la idea genial y bastante simple: arrastrarse debajo de la barriga del tigre disecado. Pues qué se puede decir de las karakalpak analfabetas a mediados del siglo pasado, si las señoras moscovitas del siglo xxi se alineaban en una larga fila para ver la reliquia expuesta –el cinturón de la Virgen– con el mismo objetivo reproductivo… En pocas palabras, en todas partes del mundo los etnógrafos tienen mucho espacio para la investigación.

      Sea como sea, los cuentos acerca de los tigres habían despertado la imaginación y asustaban a los practicantes. Era particularmente agradable tener miedo estando sentado por la noche al lado del fuego encendido y escuchando historias interesantes bajo el negro cielo estrellado. Desde luego, el principal narrador era Yura-Sinuhé. Para agradecerle de alguna manera por los maravillosos cuentos, Mira le preparaba su golosina favorita. Se trataba del verdadero batido de huevos. Los huevos se adquirían en algún poblado y Mira los batía con un poco de miel y los ofrecía a Yuri. Luego él comenzaba a narrar…

      De hecho, solo Mira lo escuchaba «con la boca abierta», pues Lada Tolstóva, su amiga de infancia e hija de Serguei Pávlovich, se dormía rápidamente acomodándose al lado del fuego, que trataba de iluminar la oscuridad infinita del desierto nocturno. La jefa Tatiana Aleksandrovna usualmente demostraba su descontento con un gesto en los hombros y decía que Yura se dedicaba a hacer cosas que según su punto de vista eran ajenas a la expedición. Los demás no entendían nada y solo demostraban su asombro. Más tarde, a Knórosov también a menudo lo consideraban «loquito». ¡Cómo no! Contaba cosas incomprensibles donde hay matemática, métodos de probabilidad, estadística (¿qué es eso?), filología que no tiene nada que ver con la etnografía…

      El chofer de la expedición tenía sus propias ocupaciones: él se dedicaba a la caza. En los alrededores había muchos verracos que los habitantes locales, siendo musulmanes, no podían tocar con sus manos, y por eso incluso a veces pedían a los rusos que cazaran a los verracos que dañaban los campos sembrados.

      Yura Knórosov contaba acerca de todo lo que le interesaba: acerca de zoroastrismo, acerca de Shamun-Nabi y acerca de los dhikr; e incluso por primera vez mostraba sus ideas «americanas». Según los recuerdos de Mira Gueffen, estando al lado del fuego ella escuchaba las primeras versiones de aquellas ideas que posteriormente Knórosov presentaría en forma de publicaciones científicas.

      En pocas palabras, en aquella expedición de Corasmia a la jefa todo le parecía sencillo y entendible excepto una sola cosa: el estudiante Knórosov con sus búsquedas de los misteriosos dhikr (que, por cierto, estaban prohibidos); pues Yuri no iniciaba a los jefes en sus propias investigaciones: él únicamente compartía sus impresiones con sus amigos cercanos.

      Así que el dhikr… Yuri, acompañado por el fiel Mijaíl Metelkov, comenzó a buscar personas que lo pudieran conducir al lugar donde se llevaba a cabo este antiguo, misterioso ritual que estaba desapareciendo de la realidad de la vida soviética. Él estaba firmemente seguro de que observar y describir ese ritual increíble era más importante que estudiar la cultura material tradicional de los uzbekos en la cercana granja colectiva. El guía de los estudiantes resultó ser un señor desmovilizado con una camisa quemada que era un verdadero chamán. Estaba claro que no tendían a introducir a la gente ajena a los dhikr. Mucho menos si se trataba del dhikr femenino. Inclusive se inventaban pruebas, sobre las cuales Yuri contó luego a sus amigos.

      El chamán le preguntó:

      —¿Por qué viniste? ¿Acaso estás enfermo?

      En respuesta, sin pensarlo:

      —Estoy enfermo…

      —¿Qué te duele?

      —Me duele la cabeza…

      Finalmente va la pregunta:

      —¿Entonces quieres que te cure? Está bien, lo haré.

      El hombre se quitó el cinturón militar, lo enrolló alrededor de la cabeza del estudiante y lo apretó ligeramente.

      —¿Todavía duele?

      —Duele…

      Lo apretó más fuerte:

      —¿Ahora duele?

      En pocas palabras, él apretaba el cinturón hasta que Yuri no aguantó y dijo:

      —Ya no me duele.

      En aquel entonces Knórosov había pensado que simplemente no le querían dar acceso al dhikr. Pero lo más seguro es que era una especie de prueba, ya que después de todo Yuri logró ir al dhikr y vio muchas cosas…

      Pero tampoco está excluido el hecho de que a los karakalpak les había agradado más el adulto Misha Metelkov, pues tenía un revólver, e inmediatamente después de la guerra nadie preguntaba acerca de los permisos para llevar armas. Metelkov disparaba con este revólver a los conejos. Para gran asombro de Yuri, los mismos jeques señalaban en el cementerio: «¡Dispara, ahí está el conejo!» Y Metelkov disparaba. Los conejos se volvían el almuerzo de los jeques.

      En la cima de la colina roja y amarilla se alzaba el semidestruido pero todavía majestuoso mausoleo. El edificio parecía ser la continuación de la colina natural. En este cementerio había muchos mausoleos medievales, pero recibió su nombre por la princesa mongola Mazlum-han; por eso, este mausoleo semisubterráneo continuó siendo en el siglo xx el principal santuario para realizar los dhikr.

      La hermosa Mazlum-han era la hija del gobernante local. Muchos hombres querían casarse con ella, pero para su desgracia ella se enamoró de un simple albañil. Cuando la muchacha había rechazado a los pretendientes nobles que le pedían su mano, su padre se enojó y anunció que su hija se casaría con aquel quien durante una sola noche pudiera construir un minarete con altura hasta el mismísimo cielo. Ni dudas hay de que el albañil enamorado había logrado cumplir la tarea y por la mañana fue al palacio por su novia prometida. Pero el gobernante como solía ser, engañó al pobre constructor. Entonces él se tiró para abajo desde el minarete que él mismo había construido. Como debía suceder según el guión de la pieza, la princesa Mazlum-han fue tras él. Se cree que los enterraron juntos e instalaron este mausoleo encima de la tumba construida con los ladrillos del minarete, que fue

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