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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov . Galina Ershova
Читать онлайн.Название El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov
Год выпуска 0
isbn 9786078683406
Автор произведения Galina Ershova
Жанр Документальная литература
Серия Akadémica
Издательство Bookwire
Siendo una persona extraordinaria, ya desde esa época Knórosov causaba un gran impacto en las personas. Según los recuerdos de Mira Gueffen, cuando Yuri aparecía en la cátedra y comenzaba a hablar, el público guardaba silencio inevitablemente. Algunos se sorprendían, otros se reían, pero la mayoría lo escuchaba con mucha curiosidad. El estudiante Knórosov era percibido como un científico independiente hecho y derecho. Así lo percibían tanto los estudiantes como los profesores; principalmente Tókarev y Tolstóv, que desde el principio lo valoraban mucho.
Además, a pesar de que Yuri no hubiera participado en combates, había probado lo peor de la guerra, y por ello los escolares recién graduados lo incluían en el grupo de los estudiantes adultos de cursos mayores que pasaron por la Gran Guerra Patria y eran soldados u oficiales desmovilizados.
¡Qué cosa tan increíble es la memoria! Ella pasa a través del tiempo y como una confesión manifiesta toda la esencia de la persona por más que la persona trate de embellecerla o de justificarla. La misma época, el mismo lugar, los mismos acontecimientos, pero todo se realiza a su manera… Si juzgamos según los recuerdos israelís de una tal psicóloga Alexandra Katáieva, que vivía en la misma residencia en la calle Stromynka aproximadamente en el mismo periodo que Knórosov, las estudiantes se dedicaban únicamente a sus problemas sexuales, combinándolos con la lectura de poemas liberales. Todos los estudiantes, según ella, se dividían en dos grupos: aquellos que «se oponían al régimen» (desde luego, eran buenos) y los que servían al poder soviético (eran malos). «Los buenos» fueron engañados y enviados para ayudar en los hospitales militares, lo cual la autora de estas memorias no pudo perdonarle a las autoridades hasta la mismísima muerte. Está claro que Katáieva pertenecía a los especiales («los elegidos») que inevitablemente se oponían al «régimen sangriento» y de paso, por lo visto siendo mujeres celestialmente hermosas, tenían miedo de los acosos sexuales de parte del ubicuo Lavrentiy Beria. Era simplemente imposible que una chica honrada pudiera evitar acercarse a su casa en Moscú. Además, al parecer todos sabían dónde se encontraba la maldita casa que las atraía como un imán. Y, todavía para darle más colores, se mencionaban unas ratas gordas en la cocina que la autora logró introducir en cañamazo de lucha contra el régimen. Aparentemente, ninguna de las aficiones científicas o grandes pensamientos de aquellos estudiantes de la mgu le interesaron nunca a la gran psicóloga. Y es una lástima, porque de lo contrario probablemente se hubiera acordado del genial Yuri Knórosov, del honesto Seviyan Vainshtein, de Aleksandr Plunguyán, de Anatoly Chernyaev, de Michail Gefter y de muchos otros voluntarios del mifli y la mgu que vivieron la guerra y posteriormente se convirtieron en científicos mundialmente conocidos, y le dieron fama a la ciencia nacional. Pero, por lo visto, como no se opusieron al régimen, debían pertenecer unívocamente a «los malos». En pocas palabras, recurriendo a la terminología profesional de la autora, las memorias mencionadas son un clásico ejemplo de la percepción selectiva en una serie de alteraciones cognitivas…
Después de la desmovilización en 1945, al regresar de la escuela militar y reintegrarse finalmente al tercer año, Knórosov encontró nuevos compañeros. En particular, se hizo buen amigo de Sasha Plunguyán, que era solo dos años más joven, a finales de 1944 había regresado de la evacuación en Yelábuga, donde terminó la escuela secundaria, y luego ingresó en la Universidad de Vorónezh. Con el permiso del decano S. Tolstóv, Sasha Plunguyán pasó de la Universidad de Vorónezh a la mgu. Allí coincidió con Yuri Knórosov en la Facultad de Historia, donde cada uno de ya estaba escogiendo su cátedra y su asesor para trabajar en sus respectivas investigaciones. Según los recuerdos de Plunguyán, la cátedra de historia rusa era «la más numerosa y común».
Los etnógrafos, arqueólogos y anticuarios se diferenciaban por el espíritu de elitismo y hermandad, determinación y motivación, por conocer idiomas, por su autonomía, por los complejos cursos especiales y los seminarios, y también por la composición de los profesores: se iban a este departamento los estudiantes más dotados y más independientes. Las cátedras de etnografía y arqueología se diferenciaban por su peculiar espíritu de cercanía con los profesores: Serguei Pávlovich Tolstóv seleccionaba detalladamente a los estudiantes y los enviaba a expediciones científicas dirigidas por distinguidos científicos. No es casualidad que muchos hayan llegado a ser famosos investigadores. En cuanto a la metodología de la docencia, la cátedra de etnografía no le cedía nada a las cátedras extranjeras.
Según las memorias, Knórosov se destacaba incluso entre los mejores como un estudiante egiptólogo dotado que constantemente hacía preguntas complejas sobre la lengua egipcia a los profesores V.V. Struve y V.I. Avdiev.
Entonces, el conocimiento y la amistad entre Knórosov y Plunguyán habían comenzado precisamente desde la cátedra de etnografía a principios de 1946. En aquel entonces alguno de los compañeros le había contado a Sasha Plunguyán que Yura Knórosov, de la cátedra de etnografía, estudiaba la escritura maya. Plunguyán contestó orgullosamente: «Puedes decirle que este problema ya está resuelto, puedo enseñarle a Knórosov un artículo de Eric Thompson en los trabajos del Instituto Smithsoniano». Es curioso que ya en aquella época la escritura maya no les parecía a los estudiantes algo extraordinario. Muchos estaban al tanto del problema de su desciframiento. En su momento, Serguei Nikoláievich Bíbikov le había regalado a Alexandr este volumen con objetivos educativos: para leer en inglés los artículos de arqueología de los pueblos indígenas. En aquel tiempo, Sasha le daba clases de alemán al hijo de Bíbikov.
Precisamente la pregunta «¿Cómo pudo interesarle a Knórosov la escritura maya viviendo en la URSS?» le ha provocado y sigue provocando un asombro inexplicable a los colegas extranjeros, particularmente de América Latina. Siempre es algo incómodo de explicar que el nivel de la educación universitaria y académica en la URSS fue mucho más alto que en la mayoría de los países del mundo, incluyendo los países «líderes». La causa de esto se encuentra aún en la «revolución cultural» declarada por Lenin en 1917, la cual pudo resolver exitosamente y de inmediato varios problemas importantes relacionados con la construcción del nuevo Estado. Primero, se había acabado con el analfabetismo de prácticamente 60 por ciento de la población de la Rusia prerrevolucionaria. Segundo, mediante un programa de apoyo, en los años más severos se preservaron las viejas escuelas científicas y los grandes científicos nacionales. Tercero, la ciencia obtuvo una potente infusión de fuerzas frescas. Aparte de la plantilla existente de profesores que provenían de la élite intelectual, surgieron los «profesores rojos», de procedencia proletaria o campesina. La educación se abrió para los representantes de todas las clases sociales. Precisamente por eso, en la ciencia se encontraron los descendientes de oficiales rusos como Tolstóv, el pariente de un metropolita e hijo de maestro rural Tókarev, el nieto de actriz y el comerciante, hijo del funcionario público soviético Knórosov, el hijo de un poeta fusilado Gumilióv y el descendiente de un teólogo judío Plunguyán.
Así que, gracias al interés común en la escritura maya en la Facultad de Historia, al día siguiente este estudiante ya había llevado a Yuri Knórosov para que conociera a Aleksandr Plunguyán. Alexandr invitó de inmediato a Yuri a su casa en la calle Semionovskaya, en la zona del metro Elektrozavódskaya, donde le entregó solemnemente el volumen con pasta verde oscuro y dorado que Plunguyán había traído de la ciudad de Yelábuga.
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