ТОП просматриваемых книг сайта:
Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
Читать онлайн.Название Cartas a Thyrsá. La isla
Год выпуска 0
isbn 9788417334307
Автор произведения Ricardo Reina Martel
Жанр Языкознание
Серия Libro
Издательство Bookwire
La oscuridad en la tierra crecía, llegaron las sombras y la incertidumbre; el Both y la noche de los muertos. En casa no faltaba el refugio del fuego y por primera vez, tomamos consciencia de que en el exterior; habitaban otras presencias, y que no todo era tan fácil como dar un simple paseo o llevar una vida destinada a conseguir el sustento diario. Nada era cuanto parecía ser, tras el marco incomparable de Vania sucedía otro latido, un impulso diferente al recorrido de dos enamorados que no demandaban nada y a la vez lo deseaban todo.
VII - Ixhian
En el altozano de Vania
Que extraño y caprichoso es a veces el destino. Cuando menos lo esperaba nuestro joven, hubieron de abandonar la casita del cruce de caminos en Astry, trasladándose a vivir junto a Thyrsá en Vania ¡Ay, con cuánto mimo me ha contado el comandador este episodio!
En un amanecer cualquiera de principios de verano, partieron y rodearon las aldeas de Astry y Jissiel por un camino adyacente, sin entender nuestro joven la razón de tanto secreto y clandestinidad. Cruzaron el bosque a caballo, Ixhian marchaba detrás, tirando de cinco burritos que había arrendado el abuelo, para que cargasen con los diversos bártulos y enseres. El rebaño de cabras quedó al cuidado de un pastor de la zona, conviniendo el abuelo para que lo trasladase al día siguiente, hasta el altozano.
Ixhian debiera tener por entonces dieciséis años, comenzaba de nuevo otra primavera. Aquella que dio comienzo a un año bendecido y que sin duda sería uno de los más felices de su vida. Se establecieron los cuatro, en dos salas contiguas, muy amplias y luminosas, en el piso superior de la casa. En una de ellas lo hicieron el abuelo e Ixhian y en la otra Latia y Thyrsá. Allí se descubrimos y abrieron sus almas los unos a los otros. De esa manera el mundo de la placidez y la alegría se instauró sobre el altozano de Vania.
En las mañanas, nuestro joven continuó dedicándose al pastoreo y al cuidado de los animales, tal como solía hacerlo en la casita del cruce de caminos. Mientras Mó, como comenzó a llamar de manera familiar a la niña Thyrsá, se dedicaba a auxiliar a madre Latia en las labores domésticas y al cuidado de un pequeño huerto de hortalizas que levantaron entre las ruinas. Tras el almuerzo se les permitía pasear hasta bien entrada la tarde, con la consigna de que no se alejasen demasiado del altozano.
A ellos les encantaba sumergirse entre las viejas ruinas o introducirse en el bosque y en donde a la niña Mó, grababa sus iniciales sobre la corteza de los árboles. Buscaban piedras y pequeños tesoros, a la vez que ella le enseñaba el arte de distinguir y localizar las diferentes plantas curativas o los diversos frutos silvestres, entre la espesura de los zarzales. Si disponían de tiempo, se tumbaban sobre la hierba saboreando la cosecha, a la vez que observaban con placidez la variopinta vida del bosque.
La selva de Hersia terminaba donde daba comienzo Barranco Hondo, debido a que una ancha franja de arena los separaba. Se contaban muchas leyendas sobre la razón que sirviera de separación y disociación entre ambas florestas.
En Hersia reinaba mayoritariamente la luz, mientras que en Barranco Hondo lo hacía la oscuridad, por lo que nunca se atrevían a cruzar la barrera de arena que separaba un bosque del otro. Muchas veces un brazo de niebla llegaba desde lo profundo de Barranco Hondo penetrando en Hersia y haciéndoles sentir cierta inquietud, pues se perfilaba en la niebla cierto celaje brumoso con forma de mano, como queriéndolos atrapar. Entonces saltaban sobre Dulzura asustados y ponían rumbo a casa, lo más apresuradamente posible.
El abuelo y Latia preocupados por cuanto les contaban los jóvenes, no paraban de preguntar sobre el carácter y la forma de la niebla, mostrando en sus rostros señales de inquietud e intranquilidad. Otras veces, una bandada de aves negras se arremolinaba conformando grandes nubarrones sobre las copas de los árboles o de vez en cuando los alcanzaba repentinamente, una desmedida ventisca que los obligaba a cobijarse el uno en el otro.
La niña Mó
A la niña Mó le gustaba conversar con los árboles, nombrándolos uno a uno, mientras que él la seguía ensimismado. Vagaban de un lado a otro improvisando e inventando, mil maneras de pasarlo bien, debido a que las ruinas y la selva eran lugares que ofrecían multitud de posibilidades para el juego y el esparcimiento. Encontraron confidencialidad y refugio, y el mundo expandió sus fronteras, al conformar los cuatro, una sola familia en la casita del altozano. Fue un tiempo delicioso, retraídos en principio, hasta conseguir atreverse y entregarse, con una humildad y franqueza sin reservas.
Con ello llegó el atrevimiento, la exploración, los primeros escarceos y esas furtivas miradas, repletas de sensuales complicidades. Pero afuera, y sobre todo cuando las sombras ganaban terreno, comenzaron a producirse señales casi imperceptibles de que algo se agitaba. Una situación casi imposible de evidenciar para dos enamorados, que no se percataban del alcance que iba tomando la situación. Hasta que cierto día, entrado ya el otoño la cosa fue a más. Pues sucedió que mientras retozaban felices sobre la hierba, la niña Mó dio un brinco, sobresaltada. Mostrando un rostro transfigurado por el susto y el espanto. Desde lo recóndito del bosque, percibieron una figura negra, una bestia que los acechaba de manera amenazante. A su alrededor, se creaba un entorno confuso y diluido, perfilándose en el horizonte tan solo la figura del monstruo cancerbero. Rápidamente y sin pensarlo dos veces, montaron sobre Dulzura huyendo apresuradamente e irrumpiendo nerviosamente en el altozano.
Fue bajo el ciclo de la luna de Sangre[17] , a mediados de otoño. A partir de esa fatídica fecha se les prohibió bajar al bosque, sin dar más explicaciones de cuanto sucedía. El abuelo y Latia comenzaron los preparativos para marchar lejos del lugar que tanto bienestar les había ofrecido. Sin dar tiempo a nada, llegó una niebla que se instauró de manera permanente sobre Hersia, impidiendo ni tan siquiera, poder asomarse al bosque. Al atardecer, observaban confusos y sorprendidos, emerger la bruma desde lo profundo del bosque, rodeando la casa. Quedándose aislados como en una isla, en medio de un océano de niebla.
Latia anunció que la partida sería inmediata y que apenas disponían de tiempo, ni demora alguna, pues el invierno se acercaba y la oscuridad se establecería definitivamente sobre Hersia. En un principio nuestros jóvenes se regocijaron, ante la posibilidad de viajar lejos del altozano, abrazándonos jubilosamente ante tan sugerente noticia. Pero luego tomaron conciencia de cuanto significaba el éxodo y la partida, abatiéndoles cierta incertidumbre y tristeza. Madre Latia y el abuelo bajaron hasta la entrada del bosque a la mañana siguiente. Se engalanaron a conciencia y antes de que se levantase el velo de la niebla, se introdujeron entre las ruinas. Trazaron señales y simbólicos esbozos bajo los muros de Vania, intentando contener el avance de la bruma. Mientras nuestros jóvenes, se limitaban a observar tras los cristales. Viendo descender a la pareja con ansias y deseos de acompañarlos, y descubrir lo que realmente estaba sucediendo.
La niebla no cruzó el límite del bosque esa noche, pero irremediablemente se acercaba la hora de la partida, por lo que después de la cena, reunieron a nuestros jóvenes junto al fuego. Informándoles de los pormenores de la marcha y de los planes que habían concebido para ellos. A la mañana siguiente y sin demora alguna, habrían de partir en dirección al Valle y hacia el Powa[18] , que era el diminutivo con que se conocía al Bosque Padre.
Madre Latia manifestó el deseo de que la niña Mó, se entregara a la tutela de Casalún, y en cuanto escuchó las palabras de madre; Thyrsá se iluminó, sonrojándose como una rolliza manzana. Mientras el abuelo le explicaba a Ixhian la intención de acompañarlo hasta el País de la Roca, con el objeto de formarse como hombre y caballero. Celebraron y brindaron la buena nueva, más luego cuando fueron conscientes de una futura separación, les abatió la tristeza. El abuelo se sentó en medio de ambos, y percibiendo el maltrecho ánimo de nuestros jóvenes, se aferró a sus manos, cerró sus ojos y se quedó en silencio y recogimiento. Mientras Latia, algo más inquieta se adhería a la ceremonia, conformando los cuatro una especie de círculo. Sin dejar de observar tras la ventana.
Esa noche durmieron juntos, arropados el uno en el otro. Eran dos jóvenes inocentes que no entendían el alcance de cuanto