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Ser varón en tiempos feministas. María Gabriela Córdoba
Читать онлайн.Название Ser varón en tiempos feministas
Год выпуска 0
isbn 9789875387621
Автор произведения María Gabriela Córdoba
Жанр Документальная литература
Серия Conjunciones
Издательство Bookwire
La producción colectiva de las representaciones sociales
Emile Durkheim desarrolló el concepto de representaciones colectivas al afirmar que existe todo un sistema representacional, constituido por formas de conocimiento o ideación construidas socialmente, que permite que “los hombres se comprendan y las inteligencias penetren las unas en las otras” (Durkheim, 1984/1912, p. 405).
Y aunque las representaciones colectivas se producen gracias a acciones de intercambio de conciencias individuales, las sobrepasan, volviéndose autónomas y circulando a través del lenguaje. Permiten así comprender y pensar mediante categorías que se imponen a la experiencia individual, y que constituyen un sistema organizado de conceptos compartidos, transmisibles y reproducibles en la sociedad, dotados de una fuerza constreñidora que, al imponerse a las personas, dan la sensación de poseer la misma objetividad que las cosas naturales. De ello se puede deducir que la presión que el grupo social ejerce por sobre sus miembros les impide la posibilidad de juzgar en libertad las representaciones colectivas elaboradas, lo que da lugar a un conformismo lógico omnipresente, a la vez que dota a los individuos de un saber social que les sería imposible de alcanzar por sus propios medios.
En el siglo XX, el concepto de representación colectiva es retomado por una de las líneas de la Psicología Social europea, para restituir la dimensión social en la investigación psicológica, enfocándose en el sujeto y sus interacciones. Serge Moscovici realizó una reformulación teórica que sistematizó como teoría de las representaciones sociales, considerándolas constructos cognitivos generados en la interacción cotidiana que posibilitan que los individuos signifiquen todas las circunstancias que acontecen en el mundo simbólico donde viven, tornando como familiar lo desconocido y perceptible lo imperceptible (Moscovici, 2003), al proveer a los miembros de un código compartido que les permite nombrar y clasificar sin ambigüedades los aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal.
Las proposiciones teóricas de Moscovici sobre representaciones sociales fueron la base de elaboraciones posteriores, entre las que se destacan la corriente desarrollada en París por Denise Jodelet y la liderada por Jean-Claude Abric, en Francia.
En las producciones de Jodelet, la representación social aparece como un conocimiento socialmente elaborado y compartido, constituido a partir de las experiencias, las informaciones y los modelos de pensamiento que se reciben y transmiten a través de la tradición, la educación y la comunicación social. Se constituyen como sistemas de referencia que permiten interpretar lo que sucede y dar sentido a lo inesperado; son “categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver” (Jodelet, 1985, p. 472), constituyendo de este modo un mundo del sentido común, que se da por supuesto y no se cuestiona. Los sujetos pueden interpretar los sucesos y acontecimientos del mundo social valiéndose de las representaciones sociales, que les permiten categorizar y significar las múltiples circunstancias que acontecen, y gracias a ello el mundo social se naturaliza y adquiere sentido.
Abric (1994) desarrolla distintas funciones de las representaciones sociales, entre las que se destacan las funciones de conocimiento, de orientación, justificatoria e identitaria.
Las representaciones permiten a los actores adquirir nuevos conocimientos y asimilarlos a sus esquemas cognitivos, por lo que la función de conocimiento faculta comprender y explicar la realidad. Además, al delimitar las referencias comunes, las representaciones permiten el intercambio y la comunicación social, la transmisión y la difusión del conocimiento. Como las representaciones guían los comportamientos y las prácticas al definir tanto un sistema de anticipaciones y expectativas como la finalidad de una situación, cumplen con la función de orientación del sujeto, a la vez que permiten justificar un comportamiento o toma de posición, explicar una acción o una conducta asumida. Asimismo, las representaciones tienen una función identitaria: participan en la definición de una identidad personal y social acorde al sistema de normas y valores del colectivo social al que pertenecen, que se encuentra históricamente determinado.
En otras palabras, las representaciones sociales son producidas colectivamente, resultantes del proceso de interacción de individuos que comparten un mismo espacio social expresando, a través de ellas, las normas, los estereotipos y los prejuicios de la colectividad de la cual son producto. De este modo, operan como marco de interpretación del entorno, regulan las vinculaciones con el mundo y los otros, orientan las conductas y las comunicaciones, y tienen un importante rol en la definición de las identidades personales y sociales, en un interjuego de interpretación del objeto y expresión del sujeto.
Pero es importante aclarar que la representación social involucra un proceso generativo y constituyente: las personas no solo reproducen mecánicamente las representaciones naturalizadas, sino que producen y transforman los conocimientos que poseen sobre la realidad, a la vez que integran esos significados a su cuerpo de creencias y conocimientos preexistentes. Por lo tanto, a pesar de que el pensamiento de sentido común adopta actualmente un carácter plural, diverso y heterogéneo, no significa que la novedad sustituya la tradición, eliminándola. Lo que se produce es una convivencia de saberes culturales más tradicionales con conocimientos recientemente generados. Ante esta coexistencia de saberes, Moscovici propone tres tipos de representaciones sociales: las “hegemónicas”, de carácter amplio, uniforme y restrictivo, “que prevalecen implícitamente en toda práctica simbólica o afectiva” (Moscovici,1985, p. 221); las “emancipadas” de índole más independiente, parcial, específica de subgrupos; y otras llamadas “polémicas”, esencialmente opuestas y discordantes, que no son compartidas por el conjunto social.
Jodelet (2015) considera que, mediante procesos cognitivos y emocionales, los individuos se apropian de las representaciones sociales, a la vez que participan en su configuración. Aquí resulta necesario distinguir entre las representaciones que el sujeto elabora activamente respecto de las que integra pasivamente, en el marco de las rutinas o presionado por la tradición o la influencia social. Los sujetos, según su grado de adhesión y de afiliación a los espacios sociales en los que se mueven, se apropiarán de las representaciones en mayor o menor grado, alejándose, adhiriéndose o sometiéndose a ellas. Según las pertenencias sociales, los compromisos ideológicos o los sistemas de valores referenciales, un mismo acontecimiento puede movilizar representaciones diferentes, que generarán en los sujetos interpretaciones que pueden ser objeto de debate y desembocar en situaciones de consenso o de disenso.
Cuando las personas internalizan representaciones en su subjetividad, incorporan también los ideales propuestos para el yo desde la cultura, que originan prescripciones explícitas e implícitas que se pondrán luego en juego, naturalizadas, al momento de interactuar con otros en la vida cotidiana y de llevar adelante sus prácticas.
Las representaciones como interfaz entre lo social y lo subjetivo
Las representaciones, en tanto portadoras de significados sociales, se constituyen como el material significante básico para conformar la subjetividad, al permitir la elaboración de una identidad acorde al sistema de normas y valores del colectivo social al que el sujeto pertenece, en un proceso continuo de interiorización de lo exterior y de exteriorización de lo interior, que constituye y reconstituye a los sujetos a lo largo de la vida.
Las representaciones sociales respaldan órdenes raciales, sociales, étnicos y sexuales (entre otros) por medio de los cuales los sujetos son construidos y posicionados dentro de distintas relaciones de poder que tienen lugar en lo sociocultural. La posición de las representaciones sociales, entonces, no es ni de dominio social, ni de dominio individual: se trata de una posición de interfaz o pasarela entre ambos. De este modo, esta noción permite un desplazamiento del plano social al individual, y desde el individuo al entendimiento del colectivo que forma parte.
En tanto las representaciones configuran un conjunto de convenciones y consensos acerca del significado colectivamente aceptado del mundo social –que determina lo