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Este primer apartado desemboca en el Capítulo 7, donde se presentan algunos aportes a los estudios de varones y masculinidades.

      Finalmente, el segundo apartado del libro muestra los resultados de “Investigar las prácticas en masculinidades”, donde los conceptos previamente desarrollados se constituyen como una caja de herramientas que permiten analizar la realidad tucumana. Y finaliza con propuestas de algunas líneas posibles de trabajo con varones, bajo la firme convicción de que es necesario desarrollar estrategias grupales, sociales y políticas que contribuyan a la creación de nuevos modelos viriles, favorezcan nuevas prácticas de los varones y apoyen la promoción del cambio masculino.

      1. El espacio macroestructural posee un carácter multidimensional que involucra lo político, social, económico, cultural, financiero y organizativo, y que se vuelve global gracias al desanclaje espacio-temporal, la celeridad excepcional de los cambios y las nuevas formas de estratificación social.

      2. Las siglas LGTTBIQ+ hacen referencia al movimiento lésbico, gay, transexual, transgénero, bisexual, intersexual y queer. El signo de la suma, el +, simboliza a cualquier otra minoría que no se sienta suficientemente representada con lo expresado en la sigla.

      Apartado conceptual

      El enfoque de género

      Para ordenar el análisis en torno al enfoque de género, me voy a referir a los estudios de mujeres, a los queer y a los estudios sobre varones y masculinidades, tres corrientes presentes al interior del campo de los estudios de género, que presentan una gran porosidad que, en ocasiones, permite el diálogo, mientras que en otras da lugar a asperezas y debates. Este será el contexto marco para el análisis de los aspectos sociales y subjetivos de la masculinidad.

      De los estudios de la mujer a los estudios de género

      Los estudios de género se encuentran íntimamente ligados en sus orígenes con el movimiento feminista de los años 60 y 70 del siglo XX (fundamentalmente, en Estados Unidos e Inglaterra) que objetó la apropiación masculina de la humanidad y la pretensión de los varones de trascender sus experiencias inmediatas a través de la razón, tratando a las mujeres como la encarnación de una alteridad misteriosa y complementaria. Así, este movimiento cuestionó asuntos que, hasta el momento, se mantenían velados (los roles, la organización familiar, el cuerpo, la sexualidad y las tareas domésticas) centrándolos en las experiencias de las mujeres. A partir de ello, los estudios de la mujer generaron materiales teóricos que explicitaron las desigualdades entre los sexos y develaron el androcentrismo científico. Esto dio lugar, a su vez, a una matriz consolidada de conocimientos críticos que disputaban el saber establecido y buscaban reivindicar y conquistar espacios en cuanto a la igualdad de derechos.

      Ello significó una revalorización de los aportes de Simone de Beauvoir, quien sostenía que ser mujer es un proceso que se desarrolla en el ámbito de la cultura, en contraste con la idea de que la biología determina el devenir genérico de los cuerpos. Escribía así “No se nace mujer, se llega a serlo” (De Beauvoir, 1989/1949, p. 240), haciendo referencia a que era la civilización patriarcal la que definía a las mujeres en su posición de objeto.

      En el año 1952, el psicólogo y sexólogo John Money utilizó por primera vez el término género en sus estudios sobre hermafroditismo. En el hospital de la Universidad John Hopkins, de Estados Unidos, atendía a niños que tenían una “ambigüedad sexual” de nacimiento, es decir, en quienes no había una identidad sexual claramente identificable como “macho” o “hembra”, casos que hoy se denominan intersexuales. Money hablaba del poder modelador que la experiencia humana postnatal tiene sobre los montantes biológicos, y en sus investigaciones denominó “asignación de género” al factor que determina de forma prioritaria el sentido de masculinidad o de feminidad de cada sujeto, a partir de la creencia que los padres tenían acerca del sexo que correspondía a ese cuerpo que criaban. Ahora bien, más allá de todo lo cuestionable que tienen las intervenciones de Money (pues el tratamiento por él propuesto era la reasignación de género), lo que llamó la atención de algunas académicas fue el hecho de que los factores adquiridos socialmente predominaban por sobre las determinaciones innatas.

      A ello se suman los aportes del psicoanalista norteamericano Robert Stoller, quien contrastó explícitamente sexo y género. Su tesis fundamental es que no existe dependencia biunívoca e inevitable entre géneros y sexos, y que, por el contrario, su desarrollo puede tomar vías independientes. Junto con Ralph Greenson creó el concepto de core gender identity (traducido al castellano como “núcleo de identidad de género”) para dar cuenta del sentimiento íntimo de saberse varón o mujer, que no es determinado por el sexo biológico sino por el hecho de haber vivido desde el nacimiento las experiencias, ritos y costumbres atribuidos a los hombres o a las mujeres, lo que resulta más importante que la carga genética, hormonal y biológica.

      A partir de esta elaboración desde las ciencias de la salud, el uso de la categoría “gender” fue impulsado por el feminismo académico para mostrar que las características humanas consideradas como “femeninas” eran adquiridas por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social, en lugar de derivarse “naturalmente” de su sexo. Esto rompía la supuesta relación de causalidad existente entre el orden “natural” o biológico y las desiguales relaciones sociales entre hombres y mujeres.

      Aportes de los estudios queer

      A mediados de los años setenta, se iniciaron los movimientos de reivindicación centrados en criticar las teorizaciones de género que tendían a pensar en términos de homogeneidad. Así, el feminismo radical norteamericano rechazó la naturalización patriarcal de la heterosexualidad y el empleo del poder como forma de dominación androcéntrica, mientras que la corriente materialista francesa, de la mano de Monique Wittig (1976) abogaba por una desnaturalización radical de las categorías sexuales, al criticar la heterosexualidad en tanto régimen político. Podemos utilizar los aportes de Wittig para hacer una primera variación a la pionera obra de Beauvoir: ni se nace mujer, ni hay por qué llegar a serlo.

      Las llamadas feministas de color (como Patricia Williams, Michelle Wallace y Angela Davis, entre otras) cuestionaron que el género fuera empleado como una categoría universalista, cuando, en realidad, se trata de un factor en íntima vinculación con la raza, la clase y la sexualidad. Y el feminismo postcolonial criticó el universalismo etnocéntrico feminista, mediante el cual se ha tendido a juzgar las estructuras económicas, legales, familiares y religiosas de los países no occidentales, basándose en parámetros occidentales, que han dado lugar a que estas estructuras sean definidas como subdesarrolladas o “en vías de desarrollo”, como si el único desarrollo posible fuera el del Primer Mundo y como si todas las experiencias de resistencia no fueran sino marginales (Mohanty, 2008).

      A partir de estos enfoques, el género ya no es pensado como el “contenido” cambiante de un “continente” inmutable (el sexo), sino como un concepto crítico, una categoría de análisis en una continua interrelación con la etnia, la clase, la orientación sexual. Lo sociocultural, lo económico, lo político

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