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los cuerpos biológicos no marcan ya una identidad para toda la vida, los itinerarios del deseo siguen caminos que se apartan de las normas sociales establecidas, las identificaciones pueden no coincidir con el cuerpo anatómicamente sexuad, y la elección de objeto se desacopla de la identidad.

      Pensar en clave de géneros significa reconocer y aceptar la paradoja. Para Winnicott (1972), “la paradoja es una figura de pensamiento cuya expresión encierra una contradicción, en tanto confronta dos elementos opuestos cuya tensión debe ser aceptada, mas no resuelta”. Este modelo paradójico cuestiona la existencia de una verdad racional única, absoluta e indiscutible, y propone un arco de tensión donde se soportan los contrarios, lo diferente, sin dogmatismos ni exclusiones. Cuando se tolera y respeta la paradoja, es decir, cuando se logra trastocar la lógica binaria que opone pares antagónicos para someterlos a su contradicción, sin intentar resolverla, el pensamiento logra un carácter dialéctico, dinámico, un movimiento que origina riqueza psíquica y permite entender la construcción de modos de subjetivación enmarcados en una realidad social e histórica.

      1. En 1972, la socióloga británica feminista Ann Oakley publica una obra llamada Sexo, género y sociedad donde distingue sexo de género, con lo que surge el concepto de género en la teoría feminista.

      2. Queer significa bizarro. El término era inicialmente utilizado como un adjetivo insultante para referirse a los homosexuales. Posteriormente fue reivindicado para afirmar y reunir todos los comportamientos distintos de los promulgados por la heterosexualidad normativa.

      3. Australia (Connell; Tomsen y Donaldson); Francia (Badinter); Inglaterra (Seidler y Barrett), Estados Unidos (Kimmel), Japón (Roberson y Suzuki), España (Marqués; Bonino Méndez) y Latinoamérica (Viveros Vigoya, Olavarría, Valdés, Gutmann, Fuller, De Keijzer, Aguayo, Arilha, Ramírez, Figueroa Perea, Burin, Meler, Volnovich, Amorín, Ibarra Casals, Nascimento, entre otros).

      La construcción social y subjetiva de la identidad de género

      La cosmovisión moderna armó un modelo civilizatorio presentado como universal, donde la construcción de conocimiento se apoyó y sustentó en una dicotomía. Así, las particiones modernas operadas por la filosofía, la religión, las ciencias, la economía y la política entre sujeto/objeto, humanidad/naturaleza, cuerpo/mente, razón/mundo o teoría/práctica, dieron lugar a un pensamiento binario, constituido por dos categorías exclusivas y excluyentes, por pares antagónicos, una tipología intelectual de lo semejante y lo diferente, oposición primordial base de nuestro pensamiento: no se puede pensar nada sin pensar en su opuesto (Heritier-Augé, 1996; Bourdieu, 2000). Esto aparece como una modalidad constitutiva de sentido, ya que es gracias a la percepción de esas diferencias que el mundo “adquiere forma” ante nosotros y para nosotros. El género no escapó a esta construcción conceptual dicotómica, aunque sí puso de relieve las diferencias y especificidades socioculturales de los procesos implicados en la organización de “categorías sexuadas” que estructuraron la existencia social de los sujetos según relaciones desiguales de poder.

      El sistema sexo/género

      El sistema sexo-género se constituye como un modo esencial en que la realidad social se organiza, se divide simbólicamente y se vive experimentalmente, en tanto “red mediante la cual el self desarrolla una identidad incardinada, una determinada forma de estar en el propio cuerpo y de vivir el cuerpo” (Benhabib, 1992, p. 39). El self, el sí mismo, desarrolla una identidad vinculada de manera permanente a algo que ya está organizado previamente, y “deviene Yo al tomar de la comunidad humana de la que es parte, un modo de experimentar la identidad corporal, psíquica, social y simbólicamente” (Benhabib, 1992, p. 45). Lo organizado previamente tiene que ver con lo sociohistórico-cultural: la cultura ha acuñado representaciones, mandatos, normas y símbolos que, al ser internalizados por los sujetos, troquelan definiciones simbólicas acerca del ser y del deber ser, respecto a la adecuación al género, a la raza, y a la clase. Todo ello se da en el marco de una relación dialéctica entre sujeto y sociedad.

      La construcción social de la realidad

      La socialización primaria supone algo más que un aprendizaje puramente cognoscitivo, ya que se efectúa en circunstancias de enorme carga emocional. Todo individuo nace en una estructura social objetiva donde encuentra a los otros significantes, personas encargadas de su socialización, y que generalmente son los padres. Estas figuras le son impuestas: el niño no interviene en su elección y se identifica con ellos sin deliberación alguna. Estos otros significantes son los encargados de presentar la sociedad como una realidad objetiva, pero a la que “filtran” según la particular posición que ocupan dentro de la estructura social y también en virtud de su idiosincrasia, o sea, del particular carácter y de las particulares creencias de cada uno. El niño internaliza el mundo que le muestran sus otros significantes como el único que existe y que se puede concebir.

      Asimismo, se produce en su conciencia una progresiva abstracción que implica generalizar las actitudes individuales de los miembros de la sociedad e internalizarlas, para conformar así un otro generalizado en su conciencia. Esto estructura una identidad con nueva coherencia; el individuo se encuentra en posesión subjetiva de un yo o un sí mismo (self) e incorpora diversos roles y actitudes reinantes en su cultura, dando lugar a que esos aspectos internos persistan en permanente y simultánea comunicación con la realidad objetiva y con los otros. Por lo tanto, el “sí mismo” es una organización subjetiva que se configura en relación con los demás, en interacción. Lo individual como propio, pero siempre en referencia a la estructura común del grupo social.

      Cuando un individuo ingresa a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad, debe aprender los papeles específicos que allí se juegan, con sus particulares códigos lingüísticos y comportamientos de rutina. Las instituciones poseen tanto un cuerpo de conocimientos de receta (que define los roles específicos que se han de desempeñar allí) como pautas específicas de comportamiento apropiadas, que orientan las conductas de las personas en tanto se refieren a lo que hay que saber para llevar a cabo los propósitos pragmáticos del presente y del futuro (Berger y Luckmann, 1966). De este modo,

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