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Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
Читать онлайн.Название Colección de Alejandro Dumas
Год выпуска 0
isbn 9788026835875
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
-A casa de Athos por el momento, y, si queréis venir, os invito a daros prisa, porque hemos perdido ya demasiado tiempo. A propósito, avisad a Bazin.
-¿Bazin viene con nosotros? - preguntó Aramis.
-Quizá. En cualquier caso, está bien que por ahora nos siga a casa de Athos.
Aramis llamó a Bazin, y tras haberle ordenado ir a reunirse con él a casa de Athos, tomando su capa, su espada y sus tres pistolas, y abriendo inútilmente tres o cuatro cajones para ver si encontraba en ellos alguna pistola extraviada, dijo:
-Partamos, pues.
Luego, cuando estuvo bien seguro de que aquella búsqueda era superflua, siguió a D’Artagnan, preguntándose cómo era que el joven cadete de los guardias había sabido quién era la mujer a la que él había dado hospitalidad y conociese mejor que él lo que había sido de ella.
Al salir, Aramis puso su mano sobre el brazo de D’Artagnan y, mirándole fijamente, dijo:
-¿Vos no habéis hablado de esa mujer a nadie?
-A nadie en el mundo.
-¿Ni siquiera a Athos y a Porthos?
-No les he soplado ni la menor palabra.
-En buena hora.
Y tranquilo respecto a este importante punto, Aramis continuó su camino con D’Artagnan, y pronto los dos juntos llegaron a casa de Athos.
Lo encontraron con su permiso en una mano y la carta del señor de Tréville en la otra.
-¿Podéis explicarme lo que significa este permiso y esta carta que acabo de recibir? - dijo Athos asombrado.
«Mi querido Athos: Puesto que vuestra salud lo exige de modo indispensable, quiero que descanséis quince días. Id, pues, a tomar las aguas de Forges o cualquiera otra que os convenga, y restableceros pronto. Vuestro afectísimo Tréville.»
-Pues bien, ese permiso y esa carta significan que hay que seguirme, Athos.
-¿A las aguas de Forges?
-Allí o a otra parte. -¿Para servicio del rey?
-Del rey o de la reina. ¿No somos servidores de Sus Majestades?
En aquel momento entró Porthos.
-¡Pardiez! - dijo-. Vaya cosa más extraña. ¿Desde cuándo entre los mosqueteros se concede a la gente permisos sin que los pidan?
-Desde que tienen amigos que los piden para ellos - dijo D’Artagnan.
-¡Ah, ah! - dijo Porthos-. Parece que hay novedades.
-Sí, nos vamos - dijo Aramis.
-¿Adónde? - preguntó Porthos.
-A fe que no sé nada - dijo Athos ; pregúntaselo a D’Artagnan.
-A Londres, señores - dijo D’Artagnan.
-¡A Londres! - exclamó Porthos-. ¿Y qué vamos a hacer nosotros en Londres?
-Eso es lo que no puedo deciros, señores, y tenéis que fiaros de mí.
-Pero para ir a Londres - añadió Porthos-, se necesita dinero, y yo no lo tengo.
-Ni yo - dijo Aramis.
-Ni yo - dijo Athos.
-Yo lo tengo - prosiguió D’Artagnan sacando su tesoro de su bolso y depositándolo sobre la mesa-. En esa bolsa hay trescientas pistolas; tomemos cada uno setenta y cinco; es más de lo que se necesita para ir a Londres y volver. Además, estad tranquilos, no todos llegaremos a Londres.
-Y eso ¿por qué?
-Porque según todas las probabilidades, habrá alguno de nosotros que se quede en el camino.
-¿Es acaso una campaña lo que emprendemos?
-Y de las más peligrosas, os lo advierto.
-¡Vaya! Pero dado que corremos el riesgo de hacernos matar - dijo Porthos-, me gustaría saber por qué al menos.
-Lo sabrás más adelante - dijo Athos.
-Sin embargo - dijo Aramis-, yo soy de la opinión de Porthos.
-¿Suele el rey rendiros cuenta? No, os dice buenamente: Señores se pelea en Gascuña o en Flandes, id a batiros; y vos vais. ¿Por qué? No os preocupáis siquiera.
-D’Artagnan tiene razón - dijo Athos-, aquí están nuestros tres permisos que proceden del señor de Tréville, y ahí hay trescientas pistolas que vienen de no sé dónde. Vamos a hacernos matar allí donde se nos dice que vayamos. ¿Vale la vida la pena de hacer tantas preguntas? D’Artagnan, yo estoy dispuesto a seguirte.
-Y yo también - dijo Porthos.
-Y yo también - dijo Aramis-. Además, no me molesta dejar París. Necesito distracciones.
-¡Pues bien, tendréis distracciones, señores, estad tranquilos! - dijo D’Artagnan.
-Y ahora, ¿cuándo partimos? - dijo Athos.
-Inmediatamente - respondió D’Artagnan ; no hay un minuto que perder.
-¡Eh, Grimaud, Planchet, Mosquetón, Bazin! - gritaron los cuatro jóvenes llamando a sus lacayos-. Dad grasa a nuestras botas y traed los caballos de palacio.
En efecto, cada mosquetero dejaba en el palacio general, como en un cuartel, su caballo y el de su criado.
Planchet, Grimaud, Mosquetón y Bazin partieron a todo correr.
-Ahora, establezcamos el plan de campaña - dijo Porthos-. ¿Dónde vamos primero?
-A Calais - dijo D’Artagnan ; es la línea más recta para llegar a Londres.
-¡Bien! - dijo Porthos-. Mi opinión es ésta.
-Habla.
-Cuatro hombres que viajan juntos serían sospechosos; D’Artagnan nos dará a cada uno sus instrucciones, yo partiré delante por la ruta de Boulogne para aclarar el camino; Athos partirá dos horas después por la de Amiens; Aramis nos seguirá por la de Noyon; en cuanto a D’Artagnan, partirá por la que quiera, con los vestidos de Planchet, mientras Planchet nos seguirá vestido de D’Artagnan y con el uniforme de los guardias.
-Señores - dijo Athos-, mi opinión es que no conviene meter para nada lacayos en un asunto semejante; un secreto puede ser traicionado por azar por gentileshombres, pero es casi siempre vendido por lacayos.
-El plan de Porthos me parece impracticable - dijo D’Artagnan-, porque yo mismo ignoro qué instrucciones puedo daros. Yo soy portador de una carta, eso es todo. No la sé y por tanto no puedo hacer tres copias de esa carta, puesto que está sellada; en mi opinión, hay que viajar en compañía. Esa carta está aquí, en mi bolsillo - y mostró el bolsillo en que estaba la carta-. Si muero, uno de vosotros la cogerá y continuaréis la ruta; si éste muere, le tocará a otro, y así sucesivamente; con tal que uno solo llegue, se habrá hecho lo que había que hacer.
-¡Bravo, D’Artagnan! Tu opinión es la mía - dijo Athos-. Además, hay que ser consecuente: voy a tomar las aguas, vosotros me acompañáis; en lugar de Forges, voy a tomar baños de mar: soy libre. Si se nos quiere detener, muestro la carta del señor de Tréville, y vosotros mostráis vuestros permisos; si se nos ataca, nosotros nos defenderemos; si se nos juzga, defenderemos erre que erre que no teníamos otra intención que meternos cierto número de veces en el mar; darían buena cuenta de cuatro hombres aislados, mientras que cuatro hombres juntos son una tropa. Armaremos a los cuatro lacayos de pistolas y mosquetones; si se envía un ejército contra nosotros, libraremos batalla, y el superviviente, como ha dicho D’Artagnan, llevará la carta.
-Bien dicho - exclamó Aramis ; no hablas con frecuencia, Athos, pero cuando