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Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
Читать онлайн.Название Colección de Alejandro Dumas
Год выпуска 0
isbn 9788026835875
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
-Decid entonces, os escucho.
-No se trata de nada menos - dijo D’Artagnan bajando la voz - que del honor y quizá de la vida de la reina.
-¿Qué decís? - preguntó el señor de Tréville mirando en torno suyo si estaban completamente solos y volviendo a poner su mirada interrogadora en D’Artagnan.
-Digo, señor, que el azar me ha hecho dueño de un secreto…
-Que yo espero que guardaréis, joven, por encima de vuestra vida.
-Pero que debo confiaros a vos, señor, porque sólo vos podéis ayudarme en la misión que acabo de recibir de Su Majestad.
-¿Ese secreto es vuestro?
-No, señor, es de la reina.
-¿Estáis autorizado por Su Majestad para confiármelo?
-No, señor, porque, al contrario, se me ha recomendado el más profundo misterio.
-¿Por qué entonces ibais a traicionarlo por mí?
-Porque ya os digo que sin vos no puedo nada y porque tengo miedo de que me neguéis la gracia que vengo a pediros si no sabéis con qué objeto os lo pido.
- Guardad vuestro secreto, joven, y decidme lo que deseáis.
-Deseo que obtengáis para mí, del señor des Essarts, un permiso de quince días.
-¿Cuándo?
-Esta misma noche.
-¿Abandonáis Paris?
-Voy con una misión.
-¿Podéis decirme adónde?
-A Londres.
-¿Está alguien interesado en que no lleguéis a vuestra meta?
-El cardenal, según creo, daría todo el oro del mundo por impedirme alcanzarlo.
-¿Y vais solo?
-Voy solo.
-En ese caso, no pasaréis de Bondy. Os lo digo yo, palabra de Tréville.
-¿Por qué?
-Porque os asesinarán.
-Moriré cumpliendo con mi deber.
-Pero vuestra misión no será cumplida.
-Es cierto - dijo D’Artagnan.
-Creedme - continuó Tréville-, en las empresas de este género hay que ser cuatro para que llegue uno.
-¡Ah!, tenéis razón, señor! – dijo D’Artagnan-. Vos conocéis a Athos, Porthos y Aramis y vos sabéis si puedo disponer de ellos.
-¿Sin confiarles el secreto que yo no he querido saber?
-Nos hemos jurado, de una vez por todas, confianza ciega y abnegación a toda prueba; además, podéis decirles que tenéis toda vuestra confianza en mí, y ellos no serán más incrédulos que vos.
-Puedo enviarles a cada uno un permiso de quince días, eso es todo: a Athos, a quien su herida hace siempre sufrir, para ir a tomar las aguas de Forges; a Porthos y a Aramis para que acompañen a su amigo, a quien no quieren abandonar en una situación tan dolorosa. El envío de su permiso será la prueba de que autorizo su viaje.
-Gracias, señor, sois cien veces bueno.
-Id a buscarlos ahora mismo, y que se haga todo esta noche. ¡Ah!, y lo primero escribid vuestra petición al señor Des Essarts. Quizá tengáis algún espía a vuestros talones, y vuestra visita, que en tal caso ya es conocida del cardenal, será legitimada de este modo.
D’Artagnan formuló aquella solicitud, y el señor de Tréville, al recibirla en sus manos, aseguró que antes de las dos de la mañana los cuatro permisos estarían en los domicilios respectivos de los viajeros.
-Tened la bondad de enviar el mío a casa de Athos - dijo D’Artagnan-. Temo que de volver a mi casa tenga algún mal encuentro.
-Estad tranquilo. ¡Adiós, y buen viaje! A propósito - dijo el señor de Tréville llamándole.
D’Artagnan volvió sobre sus pasos.
-¿Tenéis dinero?
D’Artagnan hizo sonar la bolsa que tenía en su bolsillo.
-¿Bastante? - preguntó el señor de Tréville.
-Trescientas pistolas.
-Está bien, con eso se va al fin del mundo; id pues.
D’Artagnan saludó al señor de Tréville, que le tendió la mano; D’Artagnan la estrechó con un respeto mezclado de gratitud. Desde que había llegado a Paris, no había tenido más que motivos de elogio para aquel hombre excelente a quien siempre había encontrado digno, leal y grande.
Su primera visita fue para Aramis; no había vuelto a casa de su amigo desde la famosa noche en que había seguido a la señora Bonacieux. Hay más: apenas había visto al joven mosquetero, y cada vez que lo había vuelto a ver, había creído observar una profunda tristeza en su rostro.
Aquella noche, Aramis velaba, sombrío y soñador; D’Artagnan le hizo algunas preguntas sobre aquella melancolía profunda; Aramis se excusó alegando un comentario del capítulo dieciocho de San Agustín que tenía que escribir en latín para la semana siguiente, y que le preocupaba mucho.
Cuando los dos amigos hablaban desde hacía algunos instantes, un servidor del señor de Tréville entró llevando un sobre sellado.
-¿Qué es eso? - preguntó Aramis.
-El permiso que el señor ha pedido - respondió el lacayo.
-Yo no he pedido ningún permiso.
-Callaos y tomadlo - dijo D’Artagnan-. Y vos, amigo mío, tomad esta media pistola por la molestia; le diréis al señor de Tréville que el señor Aramis se lo agradece sinceramente. Idos.
El lacayo saludó hasta el suelo y salió.
-¿Qué significa esto? - preguntó Aramis.
-Coged lo que os hace falta para un viaje de quince días y seguidme.
-Pero no puedo dejar Paris en este momento sin saber…
Aramis se etuvo.
-Lo que ha pasado con ella, ¿no es eso? - continuó D’Artagnan.
-¿Quién? - prosiguió Aramis.
-La mujer que estaba aquí, la mujer del pañuelo bordado.
-¿Quién os ha dicho que aquí había una mujer? - replicó Aramis tornándose pálido como la muerte.
-Yo la vi.
-¿Y sabéis quién es?
-Creo sospecharlo al menos.
-Escuchad - dijo Aramis-, puesto que sabéis tantas cosas, ¿sabéis qué ha sido de esa mujer?
-Presumo que ha vuelto a Tours.
-¿A Tours? Sí, eso puede ser, la conocéis. Pero ¿cómo ha vuelto a Tours sin decirme nada?
-Porque temió ser detenida.
-¿Cómo no me ha escrito?
-Porque temió comprometeros.
-¡D’Artagnan, me devolvéis la vida! - exclamó Aramis-. Me creía despreciado, traicionado. ¡Estaba tan contento de volverla a ver! Yo no podía creer que arriesgase su libertad por mí, y sin embargo, ¿por qué causa habrá vuelto a Paris?
-Por la causa que hoy nos hace ir a Inglaterra.
-¿Y cuál es esa causa? - preguntó Aramis.
-La sabréis un día, Aramis; por el momento, yo imitaré la discreción