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y un concepto racional del poder político; que reducía bajo su lógica universal a las culturas americanas, sus formas de vida, sus memorias y su concepción sagrada de la naturaleza a una particularidad negativa. Allí donde no llegaba el brazo armado de la guerra santa, y de la santificada explotación de mitas y encomiendas, llegaba la anulación del ser propio a través de la abstracción humanista de un sujeto y una libertad virtuales, privados de cualquier tiempo histórico y espacio social. Almas yermas y sujetos espectrales por los desiertos sin nombre del continente vacío.

      Todavía en el siglo XIX, la independencia americana, por boca de intelectuales como Bolívar, Martí o Camilo Torres, tenía que elevar a la antiesclarecida España la protesta airada contra una minoría de edad artificiosamente impuesta e indefinidamente prorrogada por su despótico desgobierno colonial y un destructivo espíritu doctrinario. Allí donde las civilizaciones americanas, sus lenguas, sus religiones y sus culturas son registradas por la conciencia europea a lo largo del periodo colonial es solo para poner de manifiesto su carácter negativo y definir en su nombre las estrategias efectivas de su vaciamiento. Acosta se distinguió por su sofisticado programa empírico y moderno de extirpación de las culturas americanas, de transformación de sus formas de vida y de conversión de su conciencia individual: la síntesis de un renovado programa misionero de propaganda de la fe y de un enciclopédico conocimiento empírico sobre las formas de vida y las creencias de Amerindia.

      América era tierra de promisión, realidad especular en que la conciencia europea proyectó sus fantasmas, sus sueños y pesadillas. Era la zona tórrida, infernal, poblada por naturalezas monstruosas. Era un mundo de inefable inhospitabilidad en el que el humano nunca podría habitar, según la imaginaria cartografía cristiana del medioevo. Fue también el paraíso en los paisajes que descubrieron Colón o Pêro Vaz de Caminha, las exóticas geografías de pobladores mitológicos en las crónicas de viajeros como Américo, Benzoni y von Staden, en fin, posesión territorial que su Dios y su Iglesia habían destinado providencialmente al pueblo elegido de los cristianos españoles para la salvaguarda del orbe cristiano.

      La teología política de la colonización

      «AD IPSIUS DEI HONOREM ET IMPERII CHRISTIANI PROPAGATIONEM»

      Cualesquiera sean las posiciones intelectuales frente a la colonización de América, históricamente extrapoladas entre la crítica de la «destrucción de las Indias» y la apología de la acción cristianizadora o civilizadora de la Iglesia romana y la corona española, desde un punto de vista historiográfico no puede menos que asumirse la pluralidad de significados que el descubrimiento, la conquista y la subsiguiente «pacificación» encerraban y encierran. No solamente las crónicas de Indias ponen de manifiesto documentalmente esta pluralidad de sentidos, es decir, la ambigüedad de la empresa colonizadora. También su definición teológico-política permite reencontrar esta variedad de alcances.

      Cristóbal Colón, hombre apto y muy conveniente a tan gran negocio y digno de ser tenido en mucho [se dice en este documento pontificio], con navíos y gentes para semejantes cosas bien apercibidos, no sin grandísimos trabajos, costas y peligros […] hallaron ciertas islas remotísimas y también tierras firmes, que hasta ahora no habían sido por otros halladas, en las cuales habitan muchas gentes que viven en paz, y andan, según se afirma, desnudos, y que no comen carne. Y a lo que dichos vuestros mensajeros pueden colegir, estas mismas gentes, que viven en susodichas islas y tierras firmes, creen que hay un Dios Creador en los cielos, y que parecen asaz aptos para recibir la fe católica y ser enseñados en buenas costumbres; y se tiene esperanza que, si fuesen doctrinados, se introduciría con facilidad en las dichas tierras e islas el nombre del Salvador, Señor Nuestro Jesucristo.

      ¿Por qué corre a cargo de la Iglesia y la teología cristiana la concesión territorial americana y, con ella, la definición elemental del principio de colonización? Respuesta: solo la Iglesia es mediadora terrenal de la salvación del mundo, solo ella puede otorgar un sentido verdaderamente universal a una monarquía particular, solo la teología política cristiana puede conceder el título legítimo de emperador. La Iglesia era mater

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