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y el otoño. Por ejemplo, no hay rincón del parque que carezca del contrapunto otoñal entre el rojo, el amarillo y el verde. Deberé preguntar a Sonia Berjman en Buenos Aires si acaso Carlos Thays no conoció a fondo y se inspiró en el jardín de Nantes. Pero aquella impronta global de comienzos del siglo XVIII no desapareció en absoluto. Al contrario, se vio reforzada por el arribo de plantas del Lejano Oriente, al calor del dominio colonialista francés en Indochina. La propia China y el Japón proveyeron una cantidad de especímenes, sólo equivalente en su variedad a las colecciones vivientes de los Royal Botanic Gardens en Kew. Una faceta aparentemente simpática de los grandes imperios coloniales europeos, comenzada, a decir verdad, ya por los españoles en el siglo XVI. El asunto fue bien estudiado por Mary Louise Pratt y nuestra Marta Penhos.

      Y bien, ingresé al edén por la puerta vecina a la estación de trenes. Me sentí como en casa desde la entrada, a la que enmarcan varias magnolias gigantescas [09, 001]. A la izquierda, se levantan dos eucaliptos; a la derecha, varios tipos de roble, todos muy altos y con las hojas ya amarillas o anaranjadas [09, 002]. Se les une un castaño. América en la puerta, Australia-Europa en una suerte de arco virtual de ingreso. Vacilé, me decidí por el camino de la izquierda. Me detuvo una cudrania de tres puntas, árbol pequeño de China con cuyas hojas se alimenta a los gusanos de seda [09, 003]. La majestad de un haya “común”, pero enorme, me cortó el paso [09, 004]. Di con un ciprés calvo y tres ginkgos bilobas de gran altura que, según dicen los jardineros, no son nada frecuentes por su tamaño y por el hecho de que haya tantos juntos [09, 005]. A su lado, una tuya gigante de las Rocallosas [09, 006]. Más allá, una variante de la sequoia, nada alta, cuyo perfil semeja el del pino [09, 007]. Contundente el tulipier de Virginia, es decir, el álamo amarillo que se encuentra en el noreste de los Estados Unidos y el este de Canadá [09, 008]. Volví sobre mis pasos hacia la pared del jardín que corresponde a la calle Baudry. Encontré un grupo de cinco plátanos que se mueven lentamente [09, 009]. Uno de ellos, muy inclinado, se separa de los demás a una velocidad de doce centímetros por año, hacia la puerta de la estación. Allí conocí el primer chiste botánico del parque. Se llama a esos plátanos los “Armadores de Nantes”, vale decir, los fabricantes y empresarios de las naves negreras. El árbol apartado representaría al Armador Astuto, el último de los de su clase que se negaba a terminar la trata en 1831. Se dice que, en 2645, el ejemplar habrá llegado hasta la estación y entonces escapará, tal vez en el TGV. Enfrente, descubrí la torreya grande, una conífera china que expande sus ramas como para alcanzar la superficie de una esfera ideal: bello árbol [09, 010]. Otra rareza: el aliso hirsuto de Japón [09, 011]. Identifiqué la magnolia de Hectot y encontré el segundo chiste vegetal a propósito de una pícea de Serbia. La llaman la “Vela Verde” y cuentan algo sobre ella que no sé si es del todo verdadero: la pícea está invadida por un sphagnum, musgo briófito que se mimetiza con su soporte para confundir a su gran predador, un ratoncito llamado “miedoso” que, debido al vértigo que padece, no puede subir por la pícea para devorar las hojas del sphagnum [09, 012]. Me suena a boleto el asunto. Subí a una colina en cuyas faldas se levantan tres sequoias de las más altas, pinos de todas las variedades alpinas y europeas. En esa arboleda, suena una grabación de voces y risas de niños, que uno no ve pero suenan muy nítidas al extremo de creer que hay criaturas escondidas en el sotobosque. Los chistes botánicos se precipitan: con arbustos y musgos, los jardineros armaron un gato monumental que duerme [09, 013]. A la distancia, se advierte una tortuga de caparazón rojo, hecha con otros musgos y flores [09, 014]. Por fin, los Totemímicos, un grupo de bambus deae, una variedad de bambúes de troncos muy derechos, casi negros, de unos dos metros de altura, con ramas y hojas ralas. Se dice que, en la cúspide, se mimetizan con las cabezas de los pájaros para ahuyentar a las aves verdaderas. No hay tal, las cabezas son potes de cerámica que contienen otras plantas. Pero es que esos árboles estrafalarios son tan erguidos y verticales que parecen tótemes, sin que sea necesario coronarlos con nada. Otra rareza china: un virgilier de madera amarilla [09, 015]. Llegué finalmente a la zona de las flores y los invernaderos, uno dedicado a las selvas tropicales, otro a la flora de los desiertos, un tercero a los vegetales de las islas Canarias, el cuarto a orangeries [09, 016-017]. Las estructuras de hierro y cristal son elegantes, proporcionadas, hasta poéticas, pero basta acercarse al invernadero del clima seco y recordar el jardín de flores del desierto de la señora Huntington para ponerse a llorar ante la pobreza de cactos de este museo botánico europeo. ¿Será así también de pobre en cuanto a árboles de Oriente y uno no se da cuenta por el hecho de no conocerlos en la misma medida que a los cardones y cactos de los páramos americanos? Quizá suceda eso, pero la belleza de los árboles de Asia y de sus combinaciones en Nantes es arrasadora. Mi incursión al tercer día del Génesis me llenó de felicidad. Al volver a casa, pasé por delante del Liceo Georges Clemenceau [09, 018]. Esta gente se toma en serio las cosas serias, como hacíamos nosotros antes. Y me incluyo en la nueva ola, puesto que eché en saco roto el consejo de Sarmiento de estudiar bien el reino vegetal de la naturaleza.

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      26 de octubre

      Segunda reunión del seminario general. La profesora Huri Islamoğlu, historiadora de la economía contemporánea en la Universidad Boğaziçi de Estambul, expone acerca de “Políticas de la propiedad en la economía global de mercado. El mejor camino hacia el Ejército Islámico” (EI, Daech en su acrónimo árabe). Alain Supiot presentó a la colega como a una historiadora notable de la economía, especializada en el devenir de las sociedades rurales y de sus nociones sobre la propiedad de la tierra. El Instituto es un lugar privilegiado para tratar esos temas, que estuvieron en el corazón de las búsquedas de Jacques Berque. Buena cantidad de fellows que por aquí pasaron se ocupan del asunto; son la tierra y el cúmulo de problemas económicos, sociales y antropológicos a ella asociados, una cuestión siempre central en el espíritu del IEA. Hace mucho tiempo que Huri trabaja el caso iraquí en particular, al punto de haber sido nombrada consultora de la ONU en 2007, en el marco de un debate alrededor de la situación y los reclamos de los agricultores suníes en los valles del Éufrates y del Tigris. Su tema específico es el desarrollo de los derechos de propiedad a partir del momento de la invasión norteamericana y el establecimiento de una Autoridad Provisional de la Coalición (CPA es la sigla del engendro en inglés). Los cambios han sido tan profundos en el terreno que Huri todavía se pregunta si acaso serán irreversibles. Punto de partida del análisis: la economía global de mercado es, ante todo, un régimen y un orden fundado en la propiedad. Lo acontecido en Irak es una suerte de espejo mágico donde quizá podamos observar el futuro. Las variables a tener en cuenta y a comparar en el tiempo, entre las épocas pre y posinvasión, serían las siguientes: 1) Las formas de acceso a la tierra, gestionadas por las comunidades ante el Estado durante los gobiernos del partido Ba’ath vs. tramitadas por las “personas naturales” y concedidas por la CPA a partir de 2003. Esas “personas”, individuos, empresas (jamás llamadas así en los documentos oficiales, ni compañías, ni corporaciones, por supuesto, sino sólo “inversores locales o extranjeros”) e instituciones con personería jurídica, constituirían hoy los únicos sujetos derechohabientes reconocidos por la ley. No deja de ser algo digno de las Las mil y una noches que la Shell, la Halliburton, etc., sean consideradas “personas naturales”. 2) La propiedad y la posesión productiva de la tierra estaban separadas en el sistema tradicional de tal manera que, si la primera no estaba formalmente establecida más que por la sharía, la segunda procedía de los acuerdos señalados entre las comunidades y el Estado; después de la invasión, propiedad y posesión han tendido a superponerse en tanto derechos no negociables que conciernen a los individuos (Huri remonta el origen de tal garantía absoluta sobre la posesión de la tierra a las discusiones y logros del liberalismo económico a partir de finales del siglo XVII en Holanda e Inglaterra). 3) Las posibilidades de la producción rural, protegida por el Estado en la tradición del Ba’ath, regida, en cambio, por las leyes del mercado de 2003 en adelante. De manera que, hasta el desembarco norteamericano en el país, las tres variables indicadas estaban entretejidas con las decisiones gubernamentales de una manera muy dinámica y “viviente” (dijo Huri) en una madeja de leyes donde coexistían diferentes estratos que, fundados en la sharía, se remitían al pasado otomano, al período colonial y a las reformas de la época ba’athista. Fue ese mundo el que trastornaron las directivas de la CPA. Ese nudo, hecho de hilos que procedían en su mayor parte de la ley islámica, aseguraba la eficacia y la confianza en las reglas económicas tradicionales sobre la posesión

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