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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_3732c3e7-acd0-5bb9-b0c6-376205526609">15 Pensar las disputas por la memoria solo en términos de “emprendedores” y luchas por el sentido −al modo en que por ejemplo lo realiza Elizabeth Jelin en Los trabajos de la memoria, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002−, si bien puede dar cuenta de un fragmento de las construcciones de sentidos del pasado en el presente, impide observar estos elementos no explícitos ni racionales pero fundamentales para comprender los motivos de las hegemonías: las analogías en las que pueden ingresar distintos relatos colectivizados o sedimentados, las defensas psíquicas que se articulan con cada uno de ellos, pero también otros sistemas de identificaciones no necesariamente conscientes pero que juegan su rol y hasta pueden ser explotados por los actores en disputa, a partir de los procesos de toma de conciencia. Los trabajos de la memoria involucran muchas más dimensiones que las de la lucha política, aunque se saldan (claro) en el rol que asumen para lidiar con el presente. Son disputas políticas, sin duda, pero que se encuentran determinadas por muchos otros elementos que requieren una toma de conciencia para poder ser incorporados explícita y conscientemente a la lucha.

      16 El caso de la organización Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas es emblemático, ya que en su propia conformación y nombre aparece explícita la cuestión política y quizás fue por ello que tuvieron en los años 80 mucha menos visibilidad, en tanto que ponían sobre la mesa el elemento eludido en las visiones más asépticas del accionar represivo.

      17 Eduardo Luis Duhalde había pertenecido en los años 70 al Peronismo de Base y había dirigido revistas como Militancia Peronista para la Liberación. Se había destacado, junto a Rodolfo Ortega Peña, como abogado defensor de los detenidos políticos procedentes de diversas organizaciones (tanto peronistas como marxistas). Luego del fin de la dictadura se desempeñó como juez de Cámara en los Tribunales de la Ciudad de Buenos Aires y como consultor de la onu. Rodolfo Mattarollo también se había desempeñado como abogado de presos políticos en la década del 70 (más cercano al prt, Partido Revolucionario de los Trabajadores) y, ya en el exilio, había sido junto a Duhalde parte de los fundadores de la cadhu (Comisión Argentina por los Derechos Humanos) y tuvo una extensa trayectoria internacional en la onu y otros organismos regionales, nacionales e internacionales, en la defensa y protección de los derechos humanos.

      18 Prólogo al Nunca más, Edición del Treinta Aniversario del Golpe de Estado, 2006, p. 8.

      19 Ib.

      20 Germán Ferrari: Símbolos y fantasmas. Las víctimas de la guerrilla. De la amnistía a la “justicia para todos”, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

      21 Ferrari identifica con claridad que este uso de los dos demonios no es equivalente a su versión original y por ello lo conceptualiza como “teoría de los dos demonios reaggiornada” para destacar sus diferencias. Si bien el término es preciso, he preferido (reconociendo la intuición y análisis de Ferrari) bautizarla como “recargada”, ya que más allá de la referencia cinematográfica a la película Matrix, el concepto de recarga permite comprender que no se trata meramente de un “aggiornamiento” al nuevo contexto y necesidades, sino también de que no son los mismos los actores ni las intencionalidades. Los argumentos de los dos demonios se “recargan” para ser utilizados por otras fracciones sociopolíticas y con otros objetivos. Esto será analizado en más detalle en los próximos capítulos, muy en especial en el capítulo 2.

      22 Vale agregar que mientras se escribía este libro se incluyeron objetos personales precisamente de Aramburu y otros presidentes de facto en el Museo de la Casa Rosada. Véase “En nombre de Videla, Galtieri y Aramburu”, Página/12 (22.01.2018). Disponible en pagina12.com.ar.

      23 Véase, para un detalle de estas políticas, el artículo de Adriana Taboada, “Macrismo y derechos humanos. Hacia la impunidad y el negacionismo” en Tela de Juicio, publicación del Equipo de Asistencia Sociológica a Querellas, Buenos Aires, La Minga, núm. 2 (2017), pp. 19-34.

      CAPÍTULO 2

      Argumentos principales de la teoría de los dos demonios original y de su versión recargada

      La novedad principal que trae la versión recargada de los dos demonios no radica tanto en esgrimir nuevos argumentos. En general, utiliza las mismas lógicas de la teoría de los dos demonios original. Sin embargo, no se trata de una simple repetición: aquellos viejos argumentos son usados en una nueva constelación de sentidos, que tiene intenciones distintas y genera otras consecuencias. Ese es el objetivo principal de este capítulo: identificar qué hay de distinto en las aparentes continuidades y qué de novedoso en aquello que parece siempre igual.

      Los usos de la dualidad

      Uno de los argumentos centrales de la teoría de los dos demonios es la exclusión de la sociedad del conflicto, que requiere para ello equiparar en tanto “violentas” a las prácticas de los actores del conflicto, opuestos a la “gente común”.

      La versión original instalaba una dualidad (el terror de izquierda y el terror de derecha), pero buscando hacer un énfasis en la violencia estatal. La operación tenía como objetivo legitimar el juzgamiento de “ambas violencias”, exculpando a la “gente común”.

      En la versión recargada, el objetivo de la dualidad es hacer visibles a las “víctimas negadas”, que serían aquellas que sufrieron la violencia insurgente, calificada errónea pero intencionalmente como “terrorista”. Esto es, el énfasis es inverso: no se centra en la violencia estatal, sino en la violencia insurgente.

      Pese a que postulaba cierta equivalencia de responsabilidades, la versión original presentaba fundamentalmente los testimonios de sobrevivientes de la dictadura genocida o de familiares de desaparecidos, destacando la gravedad de los secuestros clandestinos, los campos de concentración, los vuelos de la muerte y las apropiaciones de menores. Aun cuando invisibilizara la identidad de las víctimas despolitizándolas y recurriera una y otra vez a la equiparación con la “otra violencia”, la carga afectiva y el espacio de escucha se direccionaba hacia quienes habían sufrido la violencia estatal.

      Por el contrario, la versión recargada facilitó que se abriera la escucha empática y pública a los familiares de los militares condenados por violaciones sistemáticas de derechos humanos, a las víctimas colaterales o contingentes de acciones armadas, como un niño que recibió una bala perdida en un intento de asalto a un banco, una menor víctima de una bomba que buscaba ajusticiar a un torturador o un soldado abatido en un intento de toma de cuartel. En estos casos, la equiparación de víctimas busca redirigir la carga afectiva y la escucha a los sectores exactamente opuestos que en la versión original. Pero, además, poniendo de relieve a estas “otras víctimas”, se comienza a instalar cierta sospecha o desconfianza hacia las víctimas de la dictadura genocida, esas víctimas “primeras”: ¿serían realmente “víctimas”? ¿O son los responsables de la violencia que produjo estas “otras víctimas”, las “víctimas negadas”?

      Esta diferencia no es menor y, aunque los argumentos parezcan los mismos que en los 80, el contexto y la intencionalidad son muy otros.

      En los 80, la violencia insurgente estaba deslegitimada en el sentido común. En cambio, la violencia represiva estatal todavía no era un conocimiento socialmente aceptado y su condena no era explícita. Algunos sectores de la sociedad seguían pensando que la represión estatal había sido una herramienta legítima en la “lucha contra la subversión”. En ese contexto, la versión original de los dos demonios fomentaba la equiparación para iluminar y condenar la violencia represiva. De algún modo, esa equiparación

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