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la desaparición de personas en un sistema concentracionario, la violación, la apropiación de menores, la tortura, el lanzamiento de cuerpos al océano desde aviones militares. Todo pasa a ser capturado por el significante “la violencia” y es esta una de las equiparaciones más perversas y perdurables de la teoría de los dos demonios.

      Las fuerzas represivas, por lo tanto, se habrían equivocado de dos modos articulados: primero, al no haber perseguido a los “terroristas” dentro de la ley y haber implementado métodos ilegales. Segundo, al no haber distinguido entre esos extremistas y las víctimas “en su mayoría inocentes de terrorismo”.

      Esta construcción que divide a culpables de inocentes se refuerza con otro argumento falso: mientras los detenidos desaparecidos eran secuestrados en situación de indefensión, los guerrilleros “presentaban batalla y morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse”.

      O sea que la distinción entre que las víctimas de desaparición eran los “inocentes de terrorismo” en tanto que los “culpables” fueron asesinados, no solo crea una acusación de “terrorismo” que no justifica ni puede sostener, no solo divide a las víctimas en las categorías de “culpables” e “inocentes”, sino que tampoco logra probar la ecuación que sostiene en el prólogo entre “terroristas asesinados” frente a “jóvenes sensibles desaparecidos”.

      Porque tal división es uno de los argumentos principales de la teoría de los dos demonios, que solo puede rescatar a las víctimas al precio de integrarlas al conjunto de la “gente común” y quebrar los vínculos complejos, contradictorios, múltiples entre las organizaciones sociales y las formas armadas que algunas de ellas asumieron en un contexto dictatorial (1966-1973, como punto de llegada de las dictaduras sucesivas iniciadas con la proscripción del peronismo en 1955) en el que no estaban dadas las condiciones para la disputa democrática. Otro debate será el devenir de dichas organizaciones después de 1973.

      Pagado ese precio, la mayoría de la sociedad puede sentirse “gente común”, olvidar sus simpatías cambiantes, ubicarse en el cómodo rol de víctimas de “la violencia” y salir a condenar todo conflicto que no se salde a través del diálogo, en un modo “pacificado” que será lo suficientemente vacuo como para no despertar a los fantasmas dictatoriales y permitir la subsistencia de la “democracia ganada”. Pero, mucho más grave aún, esta ecuación parece enseñarle al conjunto de la sociedad que todo intento de desafiar el orden instituido puede concluir en un baño de sangre y que, por lo tanto, hay que aceptar los límites establecidos por el poder.

      La irrupción de una nueva generación una década después, con otros conflictos, otras preguntas y otras necesidades, activará nuevas preocupaciones y sentidos y jugará su papel en la posibilidad de poner en cuestión la hegemonía de la teoría de los dos demonios, rescatando voces que se encontraban más escondidas, marginales pero persistentes. La participación política de la segunda generación implicó la posibilidad de hacer otras preguntas y cuestionar los supuestos que se habían aceptado acríticamente por parte de aquellos que se sentían parte de la “gente común”.

      Los 90 y las disputas por la hegemonía

      Es hacia mediados de la década de los 90 cuando comienza a fisurarse la profunda hegemonía de la teoría de los dos demonios, con la irrupción de esta segunda generación (que ya había tenido una década larga para madurar, entre 1983 y alrededor de 1995 o 1996) y que tuvo su expresión más visible con la conformación de la agrupación hijos (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). En un nivel inmediato, la emergencia de hijos significó la posibilidad de comenzar a elaborar las consecuencias concretas sufridas por los hijos de los desaparecidos y los modos de pensar las identidades propias y las de sus padres. Pero esa emergencia también expresó, de un modo menos lineal, a un conjunto generacional que iba mucho más allá de quien estuviera directamente afectado en su estructura familiar. En definitiva, se trataba de un conjunto al cual la teoría de los dos demonios no le resultaba funcional.

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