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      Interestatal

      STEPHEN DIXON

      Nathan Frey viaja en auto por la autopista con sus dos hijas de 6 y 9 años, vuelven de un fin de semana largo en Nueva York, donde visitaron a la familia de su esposa, quien decidió quedarse un par de días más con sus padres. Un viaje normal, hasta que surge una especie de altercado con dos hombres que van en otro auto. Y con ese evento, se desata la más tremenda y conmovedora obra de Stephen Dixon.

      Como en una especie de loop, luego del primer capítulo, donde se narra la vida de Nat y de su familia en los años siguientes, el narrador repasa aquel viaje en auto siete veces más, cada vez desde una óptica diferente o haciendo foco en momentos puntuales: Nueva York los días previos a la partida, diálogos con sus hijas durante el viaje. ¿Qué hacer si lo inpensable sucede? ¿Cómo se puede estar seguro de que algo sucedió de la manera en que uno lo recuerda o de la manera en que nos lo han contado?

      Un libro vanguardista y universal, profundamente psicológico, que con una intensidad emocional extraordinaria logra tener al lector atrapado de principio a fin en los pliegues de la mente del protagonista, un padre que adora a sus hijas y que lucha contra sus paranoias y miedos de todas las maneras posibles.

       Ni Italo Calvino ni Alain Robbe-Grillet alguna vez consiguieron algo tan cruelmente audaz (aunque lo intentaron) o tan perturbador como Interestatal.

      The New York Times Book Review

      Interestatal

      Stephen Dixon

       Traducción de Ariel Dilon

      A Gusta y Gregory Frydman.

      Partes de Interestatal aparecieron en las siguientes publicaciones: American Short Fiction, Antietam Review, Antioch Review, Arts & Sciences, Asylum Annual 94 & 95, Bakunin, Boston Review, Boulevard, Cream City Review, Florida Review, Georgetown Review, Glimmer Train, Kenyon Review, Paris Transcontinental, Pequod, Triquarterly y Western Humanities Review.

      INTERESTATAL

      Va manejando el auto por la interestatal, con las dos nenas, cuando un auto acelera a su lado y se mantiene por un momento a la par, y él lo mira y el tipo que va al lado del conductor de lo que en realidad es una miniván le hace señas para que baje su ventanilla. Él alza la frente en una expresión de “¿Qué pasa?”, pero a través de su ventanilla abierta el tipo vuelve a hacerle gestos para que baje la suya, luego saca la mano afuera y señala hacia la parte de atrás del auto de Nat y él dice: “¿Mi rueda, pasa algo con mi rueda?”, y el tipo sacude la cabeza y con las manos forma una bocina delante de su boca, como si quisiera decirle algo. Él baja su ventanilla, mientras lo hace disminuye un poco la velocidad, y la camioneta sigue pegada a su costado, las nenas juegan a algún juego de cartas para chicos en la parte de atrás, aunque están atadas a sus asientos, y cuando ha bajado casi del todo la ventanilla y la mano que usó para bajarla regresa al volante, el tipo del auto saca una pistola a través de la ventanilla y la apunta a su cabeza. “¿Qué? ¿Qué demonios está haciendo?”, dice, “¿está loco?”, y el tipo se ríe pero no deja de apuntar, y también el conductor se ríe y él dice: “¿Qué es esto? ¿Qué tengo que… qué quieren?”, y el tipo pone su mano libre detrás de su oreja y dice: “¿Qué, qué, qué? No oigo”, con el conductor que ahora se ríe todavía más fuerte, y él dice: “Dije qué quieren de mí”, y el tipo dice: “Solo asustarte, eso es todo, sabes, y estás asustado, ¿verdad?… mira al imbécil, cagado de miedo”, y él dice: “Muy bien, de acuerdo, muy asustado, así que ya bájala”, y las nenas se ponen a chillar, probablemente apartaron los ojos de su juego de cartas y vieron lo que estaba pasando, o una de ellas lo hizo y la otra la siguió, o simplemente lo oyeron a él y entonces miraron, o habían estado chillando todo el tiempo y él no las oyó, pero no las mira por el retrovisor, no hay tiempo, únicamente se concentra en la pistola y en el tipo que la sostiene, pensando qué hacer y se dice: “Piérdelos”, y pisa el pedal del acelerador a fondo y se adelanta a la camioneta pero esta se vuelve a poner a la par y, aunque él sigue pisando a fondo, la camioneta se mantiene a su lado e incluso se le adelanta un poco y vuelve a aparejársele, con el tipo que sigue apuntando la pistola a través de la ventanilla abierta y que ahora le hace muecas, el conductor que se ríe histéricamente, dando palmadas sobre el tablero, la cosa parece ser tan divertida y él piensa: “¿Debería subir la ventanilla o mantenerla baja?, porque si la subo, el tipo podría tomarlo a mal y disparar, si es que tiene balas ahí”, y mira alrededor, no hay más autos en su lado de la interestatal, salvo alguno que otro a buena distancia adelante y atrás, ningún auto de la policía que venga por la otra mano o estacionado en el cantero central hasta donde él puede ver, y grita: “Chicas, abajo, agachen la cabeza, dejen de chillar, hagan lo que papi dice”, y las ve por el retrovisor, mirando a la camioneta y chillando, y grita: “Dije abajo, ahora, ahora, desaten sus cinturones y cállense, sus gritos no me dejan pensar”, y aminora la velocidad y sube la ventanilla y la camioneta aminora hasta que queda a la par con él, y el tipo que saca el arma por la ventanilla palmea con su mano la mano libre del conductor, y entonces el tipo apunta la pistola al asiento de atrás, con las nenas ahí agachadas y llorando, tal vez en el piso, tal vez en el asiento, ya que él no puede verlas, y se pasa al carril lento y la camioneta se pone a su lado en el carril intermedio, y entonces él se tira a la banquina, frena, rápidamente pone el cambio y circula marcha atrás por la banquina sobre algunas matas, y la camioneta sigue alejándose pero mucho más despacio y desde unos treinta y luego sesenta y ochenta y cien metros de distancia el tipo afirma el brazo de la pistola con su otra mano y apunta hacia su auto y él grita: “Chicas, quédense abajo”, porque ahora las dos están mirando hacia afuera por la luneta, tal vez debido a la sacudida y la súbita marcha atrás, y unas balas atraviesan el parabrisas. Él grita de dolor, tiene vidrios en la cabeza y una bala en su mano, grita: “Chicas, ¿están bien?”, porque hay gritos ahí atrás pero solo de una de ellas, y su hija mayor dice: “Papi, Julie no se mueve, papi, está sangrando, papi, no veo que respire, creo que está muerta”.

      Al día siguiente hay un funeral, y un día después, mientras su esposa y sus familias están de duelo en la casa, él sale por la misma interestatal buscando a aquellos tipos, lamentando no haberlo hecho en las pocas horas con luz de día que tuvo la jornada anterior. Circula por la interestatal cada uno de los días que siguen, buscándolos en alguno de los paradores de la autopista o en el auto en el que andaban, una miniván blanca, bastante nueva, Chevy o Ford, o en cualquier vehículo que pudiesen tener ahora, él no creía que fuese aquella misma camioneta, aunque podían ser así de estúpidos o despreocupados, intrépidos estuvo a punto de llamarlos, cuando lo que quería decir era bravucones, esas malditas hienas. Conoce sus caras, qué aspecto tienen y, le parece, cómo les gusta vestirse. Sabe que la posibilidad de encontrarlos es muy remota, que probablemente se mantengan apartados de esta autopista, si es que tienen alguna razón para andar por ella otra vez, traficar drogas quizás, si ese es el término correcto para distribuir drogas aquí y allá, algo a lo que ha pensado que se dedicarían, o a traficar armas, es otra posibilidad. Pero entonces deben pensar que esta autopista es mejor que cualquiera, porque es ancha y rápida, esa es una buena razón, y es la última por la que los policías podrían pensar que andarían después de lo que hicieron, si acaso lo saben por los diarios y la radio y demás. Ya que hasta donde saben o les importa solo le dispararon al parabrisas, grandes risotadas, pero no le acertaron ni hirieron mucho a nadie salvo tal vez por alguna astilla de vidrio. O tal vez el conductor tenía los ojos pegados al camino, y para el momento en que el otro tipo terminó de disparar, la camioneta ya estaba demasiado lejos como para que viera si le había dado a algo, o la pistola tenía retroceso o lo que sea que hagan las pistolas, le pegó en el ojo, incluso, por firme que la sostuviera, de modo que ni siquiera se fijó o no pudo ver si le había dado a algo. También podrían haber estado tan lejos del lugar de los disparos al día siguiente que no habría noticias en los diarios locales de donde estuvieran o en las estaciones de radio y televisión de allá, no es que él crea que lean la sección de noticias de los diarios o que escuchen los informativos

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