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se oficializó el 26 de julio de 1996, cuando este fue reemplazado por el que había sido hasta entonces presidente del Banco Central, Roque Fernández, y fue una noticia que –más allá de los temores– finalmente no afectó la marcha de la economía ni sacudió al mundo de los negocios. Tampoco implicó un éxodo masivo de funcionarios detrás de aquel o un quiebre en las lógicas económicas previas. Igualmente esta ruptura le sirvió a ambas partes para liberarse al uno del otro y ensayar sus propios planes políticos. Puesto que con su salida del gobierno, Cavallo se sintió habilitado para construir un espacio propio. El ejemplo reciente de lo sucedido en Brasil con Fernando Henrique Cardoso parecía serle un excelente espejo en el cual mirarse, dado que este había recorrido un camino casi paralelo al de Cavallo: se acercó al mundo político partidario luego de haberse ganado un nombre propio fuera de él en el ámbito académico profesional, fue Canciller y luego Ministro de Economía de un gobierno que tenía como principal meta domar una salvaje hiperinflación, y así, tras lanzar el Plan Real en 1994 (un plan económico con anclaje cambiario similar a la convertibilidad) (Brenta, 2006), redujo abruptamente la inflación con lo que coronó un alto éxito político que le permitió crear su propio partido político, disputar una elección presidencial y terminar imponiéndose en ella. Del mismo modo, Cavallo lanzó su propia agrupación partidaria, Acción por la República (APR), con la cual tendió a disputar el espacio de centroderecha y a ganar el apoyo del mundo de los negocios que, como dijimos, veían en el exministro al mejor garante de la visión empresarial y del rumbo económico sobre el cual transitaba el gobierno, espacio que había quedado vacante luego de la reducción partidaria de la UCeDé. Desde allí, Cavallo construiría una plataforma política que buscara acentuar el curso neoliberal y continuar desarrollando sus denuncias de corrupción y sentar las bases para llevar a cabo su disputa en la carrera presidencial que se abría hacia 1999; sin descuidarse tampoco de presentar a su partido en las elecciones legislativas de octubre de 1997.

      Por su parte, la relación y el conflicto entre el gobierno de Menem y Duhalde eran más entrelazados que para el caso de Cavallo, por lo que su desarrollo por ende debía surcar otros caminos. En principio, porque fue la alianza política entre ambas figuras la que les había permitido a uno y otro consolidar su poder en la década de 1980 y escalar hasta la presidencia de país5. Luego, fue también esa alianza la que terminó por relegar definitivamente a Cafiero como polo de poder interno del peronismo, no solo en la interna partidaria de 1988, sino también en el plebiscito provincial de 1990. Un año después, en 1991, se repitió una situación similar cuando Menem necesitó ratificar el curso de su proyecto político y asegurarse la provincia más importante del país, donde la figura de Eduardo Duhalde devenía central, dado que era quien encabezaba todas las encuestas. Así, tras un tironeo inicial, Menem logró negociar con Duhalde para que este aceptara la candidatura a la gobernación a cambio de otorgarle un fuerte subsidio de fondos en caso de ganar, para que pudiera administrar la provincia sin problemas de presupuesto, y que duraría cinco años (1992-1997). Medida que se ratificó por ley, cuando se creó el “Fondo de reparación histórica del conurbano bonaerense”, un jugoso caudal de dinero constituido por el 10% de la recaudación del impuesto a las ganancias, del cual Duhalde podría disponer libremente para hacer obras públicas, distribuir recursos con intendentes, legisladores, ganar lealtades y expandir su aparato político, y colonizar así al peronismo bonaerense6. De esta manera, en 1991, con ese acuerdo y esos fondos, si bien Menem sabía que podía estar construyendo a un poderoso rival hacia el futuro, también sabía que el conurbano bonaerense y la provincia eran irrelegables, los cuales debían estar inexorablemente bajo control de un peronista para gobernar con tranquilidad el país y que más fácil o difícil este debía ser su aliado. Así, con el triunfo de 1991 en la provincia de Buenos Aires –gracias en gran medida a Duhalde– y al lanzamiento del plan de convertibilidad con Cavallo en igual contexto, fue que el menemismo definitivamente selló sus esquemas y sus alianzas principales de poder, con los cuales coronaría hacia adelante mayores triunfos y apoyos. De allí que Menem, con el poder y apoyos cosechados, pudiera llevar adelante el sueño de la reforma constitucional para obtener la reelección presidencial en 1995, pero la que también obligó a Duhalde a reconfigurar sus aspiraciones políticas, dado que por esos años no contaba con el poder suficiente como para disputarle a Menem la candidatura presidencial peronista de 1995. Duhalde, en vez de apostar por enfrentarse a Menem y competir contra él, decidió posponer su proyecto presidencial y esperar hasta 1999, sosteniendo el juego colaborativo que habían realizado hasta entonces. Así, bajo la opción de mantener la cooperación con el presidente, trazó una estrategia similar en la provincia a lo hecho por Menem en la Nación: logró modificar la constitución provincial para obtener la chance a un nuevo periodo como gobernador (la cual obtuvo con un cómodo 62%) y, desde allí, soñar con la presidencia para 1999. De esta forma, tanto Menem como Duhalde, apoyados uno en el otro, lograron ambas reelecciones en 1995 y comenzar un nuevo periodo de gobierno, uno como presidente de la nación y otro como gobernador. Sin embargo, como dijimos arriba, una vez reelectos ambos hombres fuertes del PJ, a partir de 1995 la alianza funcional de apoyos recíprocos comenzó a agrietarse de manera acelerada, puesto que ambos comenzaron a fijar como objetivo último coronar un triunfo presidencial en 1999.

      En efecto, si bien armó su campaña de reelección en la provincia como una continuidad y cercanía a lo realizado por Menem hasta entonces, y era un candidato oficialista, desde siempre Duhalde manifestó un “apoyo crítico” y supo trazar ciertas distancias con Menem y lo que este representaba. El bonaerense gustaba establecer su discurso con guiños más cercanos al populismo clásico al hablar de la necesidad de “mayor justicia social”, definirse como un “peronista biológico, no como menemista” y señalar que, sobre todo desde 1995, era ya “la hora en que la estabilidad debe dejar paso a la hora del trabajo”. En este sentido, Duhalde buscó alejarse del exacerbado neoliberalismo monetarista ejecutado por Menem y Cavallo, para pensar hacia adelante en un modelo de “capitalismo nacional”, apoyado en los sectores industriales, agropecuarios y de la “producción”. De igual modo, a través de su mujer, intentó apuntalar su figura en base a una política social más activa, fundando una amplia red de cobertura para las familias de bajos recursos, contención a menores con problemas de drogadicción, buenos vínculos con la Iglesia Católica Argentina y una extensa distribución de ayuda en los barrios populares a través del tejido de 17 mil trabajadoras vecinales conocidas como “manzaneras” por toda la provincia (Otero, 1997: 102). Es decir, su principal estrategia de diferenciación frente al desafío que Menem comenzaba a plasmar al buscar un tercer mandato presidencial, fue mostrarse como un hombre cercano al capital nacional y productivo (y no tanto al sector bancario y las privatizadas)7, proponer darle un mayor lugar de intervención al Estado en la economía y ofrecer una cara social de mayor presencia, para remitirse con todo esto al modelo populista tradicional del peronismo. De esta forma, Duhalde lograría ir sumando apoyos gremiales para su proyecto presidencial (la Mesa Sindical Duhalde Presidente fue un núcleo representativo de ello) y del mundo empresarial “productivo” de los que ya venían acompañando al gobernador desde puestos en la provincia y en las listas electorales. El mismo Duhalde gustaba presentarse como el “candidato natural” del peronismo –decía: “Aunque a alguien no le guste yo soy el candidato natural del justicialismo para el ‘99” (Clarín 20/05/1997)– y estaba decido a jugar fuerte para consolidar su proyecto presidencial: para las elecciones legislativas de octubre de 1997 presentó en una lista única a su mujer, Hilda “Chiche” González de Duhalde, como candidata a la diputación en la provincia, como paso previo y trampolín hacia 1999, consolidando así su aspiración de ser el candidato indiscutido del partido.

      De este modo, con el ascenso del desafío duhaldista y el peligro cierto por parte del menemismo de perder posiciones dentro del peronismo por esto, tanto Menem como Duhalde comenzaron a disputar entre sí por la conducción partidaria y a elaborar distintas estrategias para debilitar al otro, como también a desplegar formas de seducir a otros miembros del PJ para que los apoyaran y les permitieran consolidar sus chances. Fue así como Menem comenzó a alentar el lanzamiento de varios candidatos presidenciales en paralelo a Duhalde para perjudicar las chances de este dentro del peronismo, como fue el caso con su hermano (Eduardo Menem, casi sin éxito)8 y más sólido todavía del exgobernador de Tucumán, Ramón “Palito” Ortega –y en el que ambos aseguraban que declinarían sus postulaciones

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