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copamiento del Cuartel de La Tablada, provincia de Buenos Aires, de unos meses atrás todavía resonaba en el ambiente.

      13 Quizás uno de los ejemplos más claros de esto fue lo que sucedió en la provincia de Buenos Aires, principal distrito del país. Allí, en 1990 el radicalismo bonaerense se perjudicó cuando Cafiero no logró triunfar en su plebiscito (Moreau, principal dirigente de la UCR de la provincia, apostó al triunfo de Cafiero y debió dejar su cargo luego de este fracaso). Un año después, en 1991, el radicalismo volvió a ser derrotado, obteniendo solo el 23% de los votos con la figura de Pugliese, el cual fue designado a competir por su sola cercanía con Alfonsín. Es decir, desde 1983, cuando el radicalismo ganó la gobernación con el 52%, a 1991 solo pudo retener menos de la mitad de los votos, y Alfonsín conservó igualmente el aparato partidario provincial. En ese mismo periodo, el PJ tuvo tres conducciones provinciales (Iglesias, Cafiero y Duhalde) y logró recomponerse aún con derrotas y triunfos. Ver (Ollier, 2006).

      14 El mismo Angeloz afirmó en varias oportunidades que el programa económico llevado a cabo por Menem era el mismo que había propuesto en su campaña presidencial, dando un acalorado apoyo a las reformas estructurales de mercado y alentando a los legisladores de la UCR para que voten a favor de ellas. Ver por ejemplo la nota “Menem me robó el libreto” Clarín (22/08/1994). Para ampliar (Obradovich, 2011).

      15 Alfonsín fue el presidente formal del partido hasta el fin de 1991, cuando debió renunciar debido a los flacos resultados electorales de su estrategia para con el menemismo, sin embargo su sector continuó con el control del partido a pesar de la renuncia de aquel, el cual quedó en manos del misionero Mario Losada, quien –a pesar de los formalismos– era un representante fiel del alfonsinismo.

      16 Se lograron presentar listas en La Pampa, Santa Fe, Tierra del Fuego, Neuquén, Río Negro y Entre Ríos. Aunque en todos los casos se obtuvieron resultados por debajo del 3%, cuando el PJ se impuso en todo el país con el 43%.

      17 Fernández Meijide agrega: “Mi opinión es que para Bordón la disyuntiva era simple: o él encabezaba la fórmula o no había formula. Creo que Chacho también lo entendió así y, entre la confrontación mutua destructiva y la cooperación, terminó optando por esta última, resignando el primer lugar que estaba en condiciones de pelear” (2007: 76). La derrota de Álvarez también fue leída como un signo de madurez: “Los partidarios de Álvarez (el FG, los socialistas y algunas organizaciones sindicales) acataron disciplinadamente el resultado. Lo que también fue una muestra de la solidez alcanzada por la coalición. Otro indicador de esa solidez fue que el liderazgo de Álvarez no se esfumó a consecuencia de la derrota. Siguió siendo el mentor del FG, el sector más numeroso del FREPASO, el más activo y el que reunía la mayor parte de las figuras destacadas de la coalición (Fernández Meijide, Ibarra, Auyero, etc.). Álvarez además siguió actuando como bisagra entre los líderes y grupos de coalición” (Palermo & Novaro, 1998: 123-124).

      18 El Frepaso logró imponerse en la Capital Federal y en Santa Fe –aunque aquí por un margen mínimo–, salió segundo en 10 provincias (entre ellas Buenos Aires, Mendoza y Tucumán) y tercero en el resto del país.

      CAPÍTULO 2

       De Menem a la Alianza

      I. El segundo gobierno de Menem (1995-1999)

      Quiebres en el menemismo y el nacimiento de la Alianza (1995-1997)

      El 8 de julio de 1995 comenzó el segundo mandato de Carlos Menem. Tras echar una breve ojeada retrospectiva, el inicio de este mandato se mostraba diametralmente distinto al de seis años atrás. El país ya no estaba sumergido en una feroz crisis hiperinflacionaria, no había caos, saqueos ni eran contemplados grandes problemas sobre el horizonte. Los peligros del “efecto Tequila” parecieron quedar pronto atrás ni bien se ratificó el triunfo electoral de Menem, puesto que los depósitos bancarios volvieron a crecer el mismo mes de la nueva asunción y, desde allí, el grueso de las variables recuperó en poco tiempo sus tendencias positivas: el ingreso de capitales y de préstamos no tardaron mucho en volver, las tasas de interés y del riesgo país comenzaron ininterrumpidamente a descender, mientras que el sistema financiero mostraba una fortaleza mucho mayor a la imaginada previamente. De este modo, la convertibilidad y el orden social que giraba en torno a ella parecieron quedar asegurados hacia el futuro. Con lo cual, si durante su primer gobierno Menem tuvo como principal misión salir lo más rápido posible de la situación desesperante que había heredado y hacer lo indispensable para romper con ella, las marcas de esta segunda gestión deberían darse más por sostener la continuidad que por introducir cambios. En este sentido, y con respecto a esto último, en muy poco tiempo Menem y su gobierno comenzarían a quedar presos también de sus propios éxitos, puesto que lo que se entendía que eran sus principales logros parecieron quedar tan asentados y ser lo suficientemente fuertes como para ya no depender más de su persona como única garantía del modelo. Además, la propia Constitución reformada en 1994 no permitía un tercer mandato consecutivo para Menem, lo cual habilitaba con más fuerza la competencia política y la emergencia de nuevos contrincantes que pudieran continuar los mismos esquemas que aquel había inaugurado, ahora consolidados. Así, hacia el futuro la disputa política podría centrarse no ya en “cambiarlo todo” sino tan solo en corregir y mejorar aquellos vicios que el menemismo parecía dejar como herencia pero que lucían como inherentes al mismo (corrupción, personalismo, poco respeto por la división de poderes, etc.) y que, por lo tanto, no podría ser su propio titular el más adecuado para suprimirlos. Con ello, la competencia política que se abría en 1995 parecía más dispuesta a mostrarse como lo suficientemente sólida para “superar y conservar” los principales logros del menemismo y no con intenciones de romper con estos, lo que produjo una cada vez más clara separación entre Menem y su modelo, del cual ya buena parte de la sociedad y del arco político se había apropiado, al adoptarlo como un legado necesariamente imperturbable. De este modo, con la naturalización del orden neoliberal, sería posible que se iniciara la competencia sobre quién se encargaría de gobernarlo de cara al futuro. Por su parte, algunos sutiles desplazamientos y reacomodamientos de los principales actores sociopolíticos comenzaron a marcar pronto el pulso del tiempo que se abría con este segundo mandato para configurar un nuevo panorama político.

      En agosto de 1995, un mes después de haber comenzado la segunda presidencia menemista, en el Congreso de la Nación se logró constituir una comisión anti mafia, alentada por un acuerdo entre Alfonsín y Álvarez. Dicha comisión había nacido por las denuncias de Domingo Cavallo en la Cámara de Diputados, según la cual había “mafias enquistadas en el Estado” (Clarín 24/08/1995), y señalaba vínculos apócrifos entre Menem y el empresario Alfredo Yabrán. En septiembre, el MTA de Hugo Moyano se reincorporó a la CGT, actuando ahora como facción interna de esta y redefiniendo el perfil del sindicalismo oficialista, que comenzó a recorrer un camino cada vez menos permisivo y más confrontativo con el gobierno.

      Ya para octubre el horizonte político empezó a traslucir algunas modificaciones más. Si bien el PJ había logrado retener la mayoría de las gobernaciones durante ese año, un acuerdo de último momento entre el Frepaso y la UCR modificó el resultado final en Chaco, lo cual permitió que el radical Ángel Rozas se quedara con esa gobernación en vez del peronismo. En el mismo mes, cuando se realizaron las elecciones a senadores en la Capital Federal, el Frepaso obtuvo un amplio triunfo con fuerte olor antimenemista con la boleta que encabezaba Graciela Fernández Meijide, apuntalando así el ascenso político de esta. El mes de noviembre fue aún peor para el gobierno. La flamante CGT reunificada realizaba el segundo paro general en su historia contra un gobierno de Menem, inaugurando con este el nuevo trato político, puesto que al año siguiente continuaría esta misma línea, realizando tres huelgas generales más

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