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esto bajo el lema “cambio seguro” y apostó por ganar el llamado “voto útil”, con el cual se esperaba que todo el espectro antimenemista se alineara detrás del Frepaso. Igualmente, y a pesar de los esfuerzos, en el resultado de las elecciones presidenciales de mayo de 1995 no hubo milagros: el Frepaso obtuvo cerca del 30% de los votos –casi el doble de lo obtenido por la UCR, pero lejos del binomio Menem-Ruckauf del PJ– y debió dejar atrás sus sueños de forzar un ballotage18.

      Entonces, el cuadro de situación política general para 1995 resultó claro. Ninguno de los tres principales partidos políticos (PJ, Frepaso o la UCR) estaba dispuesto a llevar a cabo cuestionamientos profundos sobre la economía neoliberal y el ordenamiento sociopolítico. Entre los tres partidos sumaron más del 90% de los votos y colonizaron el espacio de la representación política y el de la mayoría de la población. Las legitimidades, alianzas, consensos y consecuencias del curso tomado tras el giro neoliberal de Menem no se pusieron en tela de juicio por ninguno de ellos. Tampoco otros grupos de la sociedad parecieron suficientemente dispuestos a poner en juego mayores cuestionamientos y cambios. Por ejemplo, el discurso más acérrimamente confrontativo de Pino Solanas y Alianza Sur, que había roto con el Frente Grande buscando menor permisividad con el orden neoliberal, obtuvo tan solo el 0,4 % de votos en esa elección de 1995, dando cuenta de que mayoritariamente la sociedad no avalaba ir mucho más lejos en sus querellas. Así, las diferencias se remitieron a disputar cuál de las tres opciones mayoritarias administraría mejor el mismo orden social, al que ya ninguna discutía y que menos aún estaban dispuestas a modificar. Algunos hicieron hincapié en reforzar la transparencia administrativa o la lucha contra la corrupción, otros en los contrapesos frente a la figura de Menem, mientras que algunas voces pujaron por asegurar el orden y continuar con el pragmatismo que tan bien había funcionando. Además, no debemos olvidar el fuerte shock externo que irrumpió sobre el final del primer gobierno de Menem y que hizo centrar las dudas especialmente sobre la continuidad de la convertibilidad. Allí, cuando se sufrieron los efectos de la crisis mexicana desatada en diciembre de 1994 –conocido como “efecto Tequila”–, se puso a prueba a todos los actores y reglas. Sin embargo, a pesar de que ese año el desempleo fue elevadísimo, se aplicaron ajustes estatales y de que las denuncias de corrupción se multiplicaban por doquier, ningún elemento pareció ser demasiado importante como para no ratificar al poder que aseguraba dicho orden. Tampoco existieron propuestas de peso con respecto al rol de los organismos de crédito internacionales en la política interna y la subordinación a sus dictados o cómo solucionar los problemas de aquellos que habían quedado desprotegidos frente al neoliberalismo. Todo se centró en proteger el orden alcanzado, garantizar sus esquemas de poder y preservar la estabilidad político económica. De este modo, este cerrado consenso fue suficiente para mostrar los costos que estaban dispuestos a pagar los distintos sectores de la sociedad con tal de salvar la economía. Por tanto, hacia el futuro el orden económico construido en torno a la convertibilidad y al neoliberalismo continuaría profundizándose. Sin embargo, algunos cambios y desplazamientos comenzarían a reconfigurar el orden político una vez que Menem fuera ratificado en el gobierno, introduciendo algunas modificaciones en el horizonte.

      1 En octubre de 1983, Menem señaló que Alsogaray era “uno de los personaje más siniestros y funestos” que “cuando fue ministro hambreó al pueblo”. Citado (Nun, 1995: 87).

      2 Un testimonio similar ofrecía Jorge Triaca, ministro de Trabajo de Menem: “Una de las causas por la que nosotros caímos en el 55 fue habernos peleado con Bunge y Born. Hoy el presidente cerró ese capítulo, porque lo importante es que los empresarios estén sobre la mesa y no en las bambalinas del poder empujando desde la trastienda” (citado en Senén González & Bosoer, 1999: 25).

      3 Señalaba Rudiger Dornbush “la escuela que sostiene que, en lo que respecta a las privatizaciones, es importante hacerlo rápido que hacerlo bien, representa un punto de vista crudo pero correcto. Así, en América Latina, no deberían preocuparse por hacerlo excesivamente bien, sino más bien por conseguir hacerlo”. Citado en (Gerchunoff & Torre, 1996: 743).

      4 Por su parte, Cafiero ofrece un relato esclarecedor de la situación: “La experiencia me decía que un sector de esas características sería devorado por el poder. Si ganábamos las elecciones de 1989, sin duda todos los renovadores, o gran número de ellos, emigrarían hacia el bando de Menem. […] Yo no iba a poder detener ese proceso. […] Muchos de mis amigos renovadores ya habían comenzado a aspirar a cargos en el nuevo gobierno. […] Aunque teníamos un programa basado en una ideología, no era lo bastante fuerte como para resistir la tentación del poder. Y el poder había pasado a manos de Menem” (Levitsky, 2003: 223).

      5 Por ejemplo, señalan Martuccelli & Svampa (1997: 270): “[Para el ‘nuevo sindicalismo’] la técnica de la afiliación sigue de cerca el comportamiento de los usuarios, entre quienes la apatía se alterna con la relación instrumental. Es así que el número de afiliados disminuye enormemente en el período comprendido entre marzo y septiembre, y solo ‘retoma’ cuando las vacaciones –la ‘temporada’– comienzan a avizorarse y son requeridos los servicios turísticos y recreativos del sindicato. Para todos es claro que la afiliación gremial pierde significación política”. Destacados en el original.

      6 Por supuesto, existieron muchos factores más para explicar el giro del PJ que avaló al proyecto menemista. Levistisky (2003) menciona además a la débil o inexistente burocracia partidaria con carrera política, vagos vínculos horizontales que favorecen la verticalidad (tanto política como financiera), la fragmentación partidaria, el discurso fuerte y estructurado que ofrecía Menem para salir de la crisis, etc. Se volverá sobre esto en el Capítulo 4.

      7 García, quien había sido la máxima autoridad partidaria del justicialismo, recuerda el vaciamiento de poder y desconocimiento que se le realizaba: “…hubo tres fases en mi Presidencia. En la primera, yo redactaba los comunicados del partido y los llevaba a que fueran aprobados por el gobierno antes de firmarlos. En la segunda, el gobierno me enviaba los documentos ya preparados y yo los revisaba y firmaba. En la tercera, me enteraba de los comunicados por los periódicos. Entonces me di cuenta de que había llegado la hora de renunciar”. Citado en (Levistisky, 2003: 233).

      8 “El decreto es la forma ejecutiva de mandar” Clarín (18/09/1996).

      9 En febrero de 1990 desde el Poder Ejecutivo hicieron circular un decreto para cerrar el Congreso y gobernar por decreto. Ver (Palermo & Novaro, 1996: 264).

      10 Si bien los sublevados tenían planes, o por lo menos la expectativa de máxima de tomar el gobierno, en los primeros momentos del levantamiento señalaron que su accionar “no era un golpe de estado”.

      11 Menem se refirió así a los hechos: “Fue un intento golpe de Estado y como tal ha sido tratado sin ninguna posibilidad de diálogo ni de parlamento […] se acabaron los carapintadas y toda esa payasada que tanto mal le hizo al país. […] Las sanciones serán lo más enérgicas posibles. […] Yo ya les había advertido a estos facinerosos, que ya no está Raúl Alfonsín, sino Carlos Menem, que es algo muy distinto” (Página 12 04/12/1990).

      12 Aldo Rico, líder carapintada, por ejemplo, advirtió en junio de 1989, un mes antes de que Menem asumiera, que en la Argentina “no solo es posible sino probable una guerra civil”. Citado en (Novaro, 2009: 307). Es preciso tener

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