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Читать онлайн.Del mismo modo, el camino a dicha elección interna final también dejaba abiertos otros problemas, especialmente por las diferencias internas que atravesaba la UCR. En este caso, porque en contraste con lo que ocurrió con el Frepaso –que designó sin dificultad a Fernández Meijide como su candidata partidaria para la interna–, el radicalismo debió batallar en varias oportunidades para presentar un candidato de unidad, puesto que Terragno –presidente de la UCR– estaba decidido a competir contra De la Rúa por esa candidatura. A su vez, el partido también tenía que terminar de alinear a los sectores díscolos del interior del país que no aceptaban conformar la Alianza en sus distritos. El caso más notorio al respecto era el de Ramón Mestre, gobernador de Córdoba (segunda provincia en importancia en el país), que era inclaudicable al respecto20. No obstante, en estos dos casos la UCR logró finalmente avanzar bastante: por presión de Alfonsín y de los gobernadores, Terragno terminó por declinar su candidatura en pos de De la Rúa, mientras que se logró que la Alianza se conformara esta vez en 21 de los 24 distritos electorales (las excepciones terminaron por ser sólo Córdoba, Catamarca y Santiago del Estero)21.
Asimismo, y para asegurar un compromiso todavía mayor en la conformación de la Alianza, desde el “grupo de los 5” se presentó el programa de gobierno que llevaría a cabo la Alianza en caso de llegar a la presidencia, el cual se denominó “Carta a los Argentinos”, oficializado en un acto a mediados de agosto de 1998 –tres meses antes de la interna partidaria–. La Carta, sin embargo, más que un programa de gobierno, era una laxa declaración de buenas intenciones, puesto que era un documento muy escueto y redactado de modo suficientemente ambiguo para no establecer compromisos firmes ni propuestas claras, lleno de mensajes generales y de afirmaciones incluso contradictorias entre sí. Esta imprecisión fue un objetivo deliberado por parte de ambos partidos para lograr la flexibilidad suficiente durante la campaña y también para no desatar conflictos internos, ya sea entre los partidos socios o bien al interior de ellos. Así, aunque la Carta buscó acentuar en su plataforma sus propuestas económicas es poco lo que finalmente se afirmaba al respecto. Por ejemplo, se defendía a la convertibilidad, aunque aclarando que solo sería posible conservarla si se puede “consolidar la economía en diferentes frentes”; se hacía énfasis en eliminar el déficit fiscal, pero sin explicar cómo y, al mismo tiempo, se hablaba de aumentar fuertemente el gasto público en infraestructura; se proclamaba por casi duplicar las exportaciones en apenas cuatro años aunque reconociendo que con la caída de los precios internacionales sería muy difícil hacerlo. Cuando se asumía posiciones tajantes, las mismas resultaban ser muy livianas en sus consecuencias: no proponía aumentar el gasto social, sino distribuirlo; señalaba que las empresas privatizadas eran monopólicas, generaban concentración de la riqueza y perjudicaban la equidad, pero no proponía revisar o anular sus contratos, sino fortalecer los entes reguladores (Pousadela, 2003). En fin, las propuestas parecían simplemente asegurar el neoliberalismo y proclamar la intención general de “trasparentar las instituciones” y de “gobernar sin corrupción”, pero sin señalar cambios de peso, lo que permitiría improvisar las medidas sobre la marcha en función de lo que marcasen las encuestas o de lo que la agenda periodística de coyuntura pudiera imponer.
Por su parte, y con respecto a la resolución perentoria entre Fernández Meijide y De la Rúa, el debate entre ambos se terminó por centrar en una confrontación mesurada y sin agresiones, y en la cual no asomaron diferencias muy claras por parte de uno y otro candidato22. El resultado final resultó ser no obstante perfectamente previsible: el candidato radical triunfó con el 64% de las preferencias frente al 36% obtenido por Meijide, en una elección en la que participaron 2,3 millones de personas (La Nación 30/11/1998). Allí, la consolidada maquinaria partidaria de la UCR se impuso sin problemas ante la endeble base organizativa del Frepaso. Cómo comentó Álvarez tiempo después:
[N]o se le podía pedir a nuestra fuerza que renunciara a la posibilidad de competir. Y menos mal que no lo hicimos y que hubo internas. Si hubiese sido de otra manera, muchos habrían tenido la certeza de que se podía ganar. Yo, aún con dudas, creía percibir parte de lo que pasó: que Graciela [Fernández Meijide] no era una figura con tanta fuerza y carisma como para movilizar, por sí sola, tantos independientes para derrotar a la poderosa estructura radical. Salvando las distancias y las diferencias, no se podía reproducir el fenómeno de Menem cuando derrotó al aparato cafierista en las internas partidarias del peronismo de 1988. Por otro lado, tiene cierta lógica que en la primera experiencia de una Alianza [en la Argentina], el presidente pertenezca al partido más estructurado, con más recursos de todo tipo. En las cámaras legislativas y en las provincias, el radicalismo tenía un poder institucional varias veces más importante que el nuestro, y esta base de sustentación es muy significativa a la hora de gobernar. Al aceptar la idea de hacer la Alianza con el radicalismo era muy improbable que nosotros pudiéramos conducirla (Álvarez & Morales Solá, 2002: 91).
Un mes después de los comicios internos, la Alianza terminó por diagramar su propuesta electoral cuando Chacho Álvarez anunció que sería el compañero de fórmula de De la Rúa y que Fernández Meijide sería candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires (Clarín 05/12/1998). Por último, debemos decir que la Alianza también debió surcar el dilema sobre qué posición adoptar frente a los planes de Menem de buscar un tercer mandato consecutivo. En este caso, los líderes aliancistas se sintieron tentados en más de una oportunidad de formar un frente común junto a Duhalde para detener tal ambición. Sin embargo, finalmente desistieron de ello optando por privilegiar una ofensiva contra la Corte Suprema de Justicia en caso de que esta habilitara al riojano. Así, podrían tener un posicionamiento más institucional y menos riesgoso políticamente23, como también relegar el tema a la interna peronista y que sirviera esto para que los hombres del PJ se desgastaran mutuamente entre ellos.
Siguiendo este punto, debemos decir que luego de conocerse el resultado de octubre de 1997 con el cual triunfó la Alianza, fue –justamente– el espacio peronista el que terminó por entrar en crisis, sin hallar la forma de salir del pantano al que había caído. En principio, porque hasta ese momento el peronismo parecía tener en Duhalde una figura en ascenso y un “candidato natural” con las condiciones suficientes para imponerse en 1997, y con ello se suponía que podría arrebatarle el liderazgo del PJ a Menem, ordenar el espacio partidario y finalmente tener un fuerte impulso triunfador hacia 1999. Sin embargo, la victoria aliancista arruinó dichas perspectivas y dejó a Duhalde herido en su propia provincia. Además, el proyecto “Duhalde 99” también sufrió los golpes de la Alianza en los distritos donde estaban los gobernadores peronistas más cercanos al proyecto de Duhalde: Jorge Obeid (Santa