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contra él para volver la mirada a la obra de los fundadores, compartió la preocupación por las creencias, los imaginarios y las mentalidades. Apreciaba los enfoques estadísticos aplicados a la historia de las mentalidades, que él mismo había aplicado en los trabajos de Historical Anthropology sobre la alfabetización y la sociología de los santos contrarreformistas. De forma más concreta, el historiador británico coincidió en el estudio de la literatura popular con Mandrou y Geneviève Bollème y compartió con Le Goff la curiosidad por el análisis histórico de los sueños y con Le Roy Ladurie el interés por la antropología histórica. Al discutir el periodo más reciente, en el que entre los mismos historiadores de las mentalidades se estaba produciendo una fuerte reacción contra el predominio de la historia serial y los enfoques estructurales, Burke mantenía un talante abierto hacia los nuevos estudios; lo mismo hacia los que primaban una nueva preocupación por los acontecimientos (que describía como una forma de redescubrimiento de la importancia de la acción humana), como por la historia política (destacando los temas de la micropolítica de la familia y el trabajo) y la narrativa (que, subrayaba, no se hacía en sentido tradicional, sino para estudiar acontecimientos expresivos de problemas de carácter general). Entre los jóvenes historiadores de Annales más críticos con la historia de las mentalidades, comentaba con cierto detalle el trabajo de Roger Chartier, estudioso de la historia del libro que acababa de sacar a la luz un importante libro sobre la historia cultural, en el que prefería poner el acento no sobre las mentalidades sino sobre las representaciones y las prácticas[21]. El historiador británico llamaba la atención sobre el cambio de énfasis desde una historia social de la cultura (que asumía la existencia de unas estructuras objetivas de la realidad) a una historia cultural de la sociedad, centrada en el estudio de ésta como construcción cultural. Aunque tocaba muy de cerca a la noción de cultura popular que él mismo había seguido, Burke asumió la crítica sustancial de Chartier frente a la asociación de determinados objetos culturales con grupos sociales específicos, a favor de un enfoque centrado en las formas de apropiación de esos objetos (la forma en que son utilizados y modificados por los usuarios), inspirado en el historiador y teórico cultural Michel de Certeau.

      Peter Burke cerraba su homenaje particular a la Escuela de Annales, discutiendo su recepción más o menos rápida fuera de Francia y dedicando algunas páginas entusiastas a su impacto en investigaciones históricas sobre territorios no europeos y sobre otros estudiosos, además de los historiadores, en particular algunos antropólogos. De forma muy breve, apuntaba algunas sugerentes vías de análisis procedentes de algunos libros inspirados en Annales y enriquecidos por las problemáticas derivadas de la atención a los encuentros entre culturas alejadas entre sí. Así, comentaba las investigaciones recientes sobre diversos contextos extraeuropeos, que destacaban la importancia de cuestiones como los malentendidos culturales (caso del trabajo de Jacques Gernet sobre las misiones), el colapso de las antiguas estructuras (en La visión de los vencidos de Nathan Wachtel) y la capacidad estructuradora de los acontecimientos (en Islas de historia de Marshall Sahlins). La importancia de estos libros para el análisis del cambio cultural seguiría siendo un objeto de atención para Burke en los años siguientes.

      No sería, sin embargo, correcto quedarnos con la idea de que la mirada de nuestro autor hacia la historia de las mentalidades fue del todo complaciente. En un artículo publicado poco antes del libro que comentamos, Burke había encarado los problemas de este enfoque, que tanto le atraía pero que también consideraba necesitado de importantes ajustes[22]. En un momento en que el enfoque comenzaba a ser cuestionado desde distintos frentes, el historiador británico comenzaba con una rotunda defensa del potencial de una aproximación que consideraba cercana a la historia intelectual pero más amplia y atenta a la sociedad, por lo que permitía el estudio de temas importantes pero escurridizos como las formas de pensamiento, los valores y las actitudes. Ciertamente, la historia de las mentalidades arrastraba problemas como la herencia del evolucionismo de Lucien Lévy-Bruhl, que tendía a considerar el pensamiento primitivo como el contrario simplificado del moderno. Además, la misma noción de mentalidad tendía a incidir en la homogeneidad, más que en las diferencias entre grupos sociales, por influencia del modelo sociológico de Durkheim, y en la continuidad, más que en el cambio a lo largo del tiempo. Las propuestas de solución, según Burke, pasaban por completar el enfoque, teniendo en cuenta, en primer lugar, las formas de legitimación, como ya hacían algunos historiadores cercanos al marxismo como Michel Vovelle: estudiar en interés de quién se elaboraban o mantenían las representaciones y creencias colectivas evitaría planteamientos excesivamente homogéneos, como los que impregnaban incluso el estudio sobre los reyes taumaturgos de Bloch. En segundo lugar, proponía estudiar los temas o fórmulas recurrentes que facilitaban la estructuración del pensamiento, incorporando las nociones de esquema (Aby Warburg y Ernst Gombrich), paradigma (Thomas Kuhn) y filtro mental (Michel Foucault). Finalmente, para dar cuenta de los cambios en el tiempo, llamaba la atención sobre el potencial de las situaciones de encuentro entre distintos modos de pensamiento y, de forma específica, apuntaba a los enfoques lingüísticos para estudiar transformaciones tan importantes en la Europa moderna como el declive del pensamiento metafórico a favor del literal[23]. Con una sólida reputación internacional y en plena madurez intelectual, a finales de los años ochenta Burke se mostraba entusiasta con las posibilidades abiertas tanto a la historia de las mentalidades como a la nueva historia cultural, que tanto empuje estaba alcanzando en los Estados Unidos[24]. No tuvo reparos en unirse a la experimentación con nuevos temas, métodos y enfoques, que, por otra parte, ya había comenzado a explorar en los ensayos recogidos en Historical Anthropology. Pero, como en este caso, lo hizo sin renunciar del todo a la historia social que le había inspirado hasta entonces, en particular a los «maestros» de Annales. Los libros publicados después de 1990 fueron, así, deudores de viejos intereses y de propuestas apuntadas en libros anteriores, particularmente en el que acabo de citar. Las reflexiones teóricas, sin embargo, no se basaron tanto en la historiografía reciente como en las ciencias sociales, otro de los pilares fundamentales de su trayectoria intelectual desde la década de los sesenta.

      EXPLORANDO NUEVAS FORMAS DE HISTORIA CULTURAL

      Peter Burke compartía con los historiadores de Annales el convencimiento de que la utilización de modelos, métodos y conceptos procedentes de las ciencias sociales favorecía la superación de las tendencias positivistas en la disciplina histórica. En esa opinión coincidía también con los historiadores sociales británicos que, desde otras vías, buscaban igualmente la renovación de la enseñanza y la investigación de la historia. Sin ir más lejos, la sociología y la antropología estimularon de forma notable el trabajo de su mentor Keith Thomas, que sin embargo no conectaba particularmente con la historiografía francesa[25]. Las circunstancias concretas de la propia trayectoria profesional de Burke contribuyeron asimismo a reforzar su interés y conocimientos en las teorías sociales. En su primer puesto docente en la universidad de Sussex (1962-1979), cuyo programa de estudios fomentaba la interdisciplinaridad, enseñó materias relacionadas con el estudio de la estructura y el cambio sociales, lo que acabó cuajando en la publicación en 1980 de una breve monografía didáctica, que pretendía estimular el diálogo entre la sociología y la historia[26]. Sobre esta base, doce años más tarde sacó a la luz otro trabajo sustancialmente más amplio y complejo, en el que se consideraban también las teorías de otras procedencias, como la antropología, la psicología, la sociolingüística y la geografía. Historia y teoría social (1992) se hacía eco de los importantes cambios producidos en la historia y otras disciplinas desde finales de los años setenta, cuando, efectivamente, había tenido lugar el diálogo interdisciplinar y desde distintos campos se invocaba a los mismos teóricos (notablemente Geertz, Foucault, Bourdieu y Bajtin). Estas transformaciones, que con el tiempo han llegado a caracterizarse con las etiquetas de giro antropológico, lingüístico y cultural, provocaron en los años ochenta la quiebra de los paradigmas no sólo de la historia tradicional, sino también de la historia social reciente. Testigo y parte de ese momento, especialmente con sus ensayos de antropología histórica, Burke consideraba que esa situación de «fronteras difuminadas y abiertas»

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