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Bali y al teatro del poder en Negara, que inspiraron, por ejemplo, la investigación dedicada a los rituales papales y que impregnarían más tarde no poco de su monografía sobre Luis XIV. En estos años Burke hacía suyos planteamientos teóricos típicamente geertzianos como la consideración de la cultura como forma de construir, más que de representar, la realidad, aunque posteriormente se desmarcó de estas posiciones, advirtiendo contra los excesos del construccionismo y los límites del enfoque contextual. Sin limitarse a este antropólogo, en Historical Anthropology Burke manejaba un concepto de cultura propio de la antropología simbólica, que, como recogía citando a Edmund Leach, era vista como un «sistema de signos que pueden ser leídos como un texto». Anunciando un planteamiento metodológico que le acompañaría en obras posteriores, en esta obra buscaba entender la gramática (las reglas implícitas) de la cultura italiana de la Edad Moderna y, así, estudiaba tanto los contenidos como los medios de transmisión, los códigos, las ocasiones, los escenarios y la recepción.

      No obstante la novedad de estas propuestas teóricas, que anunciaban las ricas exploraciones de la década siguiente, Historical Anthropology mantenía cierta relación con la historiografía de Annales, especialmente con los trabajos de historia de las mentalidades más recientes. Esto resulta evidente en el estudio sobre los censos o catastros, tratados no como fuentes para el estudio de la estructura social, sino como testimonios de la forma en la que la sociedad se percibía a sí misma, de sus categorías de clasificación social o sus formas de «representación colectiva», en términos de Émile Durkheim. En el tratamiento de estas cuestiones, Burke se aproximaba a los estudios de Marc Bloch (cuyo libro sobre los reyes taumaturgos era citado en el capítulo dedicado al repudio del ritual) y, sobre todo, a historiadores más jóvenes como Georges Duby y Jacques Le Goff, que habían sido ya sus interlocutores en La cultura popular. De hecho, no era ésta la primera vez que el historiador británico mostraba su interés por las representaciones colectivas, por las formas de pensamiento, percepción y comunicación que incluían mitos y leyendas, concepciones religiosas y categorías fundamentales del tiempo y el espacio. Entre todas ellas, había mostrado especial predilección por los cuentos y los estereotipos, un tema este último que le ocupaba de nuevo en sus ensayos sobre la construcción de las representaciones estereotipadas de herejes, ladrones, mendigos y santos desde las visitas pastorales, la literatura, el arte y los procesos judiciales y de canonización. Más que cuando había estudiado los estereotipos de héroes, malhechores y locos en La cultura popular, en este nuevo libro intentaba superar su consideración como representaciones homogéneas y carentes de intención, a través del análisis de su conexión con determinados intereses y prejuicios sociales. También llamaba la atención sobre los procesos de distorsión, selección, simplificación y asimilación de los estereotipos en determinados contextos, un asunto que trataría con especial detalle en trabajos posteriores, como el dedicado a los estereotipos negativos de los jesuitas, presentado en el homenaje a su colega y antiguo compañero de colegio, John Bossy[17]. En la trayectoria de Burke hay una notable continuidad en el interés por estos temas, aunque aún no les ha dedicado una monografía. Como veremos, entre los trabajos recogidos en Formas de hacer historia (1997), incluyó algunos ensayos sobre representaciones colectivas, como los dedicados a los estereotipos del Otro y a las formas de soñar y recordar. Vale la pena anotar que la publicación original del estudio sobre las pautas culturales de los sueños (en 1973) fue en lengua francesa y en un número de la revista Annales.

      Podemos concluir esta sección, dedicada a la producción de Peter Burke en los años setenta y ochenta, comentando el libro dedicado a la Escuela de Annales, La revolución historiográfica francesa, publicado justamente en 1990. Su objetivo explícito no era tanto realizar un estudio de la historia intelectual del grupo de investigadores que cristalizó en torno a la revista de ese nombre y a la École des Hautes Études en Sciences Sociales, como escribir «un ensayo más personal», el tributo de un colega que, desde la distancia, se había considerado su compañero de viaje durante toda una generación[18]. De hecho, podemos leer este libro como memoria de las afinidades y divergencias entre el historiador británico y los representantes de las distintas generaciones de Annales. Respecto a los fundadores, Bloch y Febvre, Burke reiteraba el entusiasmo que tres décadas atrás había manifestado al editar una selección de ensayos del segundo. En especial, destacaba el importante papel de los dos historiadores en la renovación de la disciplina histórica, frente a la historia política narrativa dominante en la historiografía europea de entreguerras, y su propuesta de una historia problematizada, atenta a la colaboración interdisciplinar y apoyada en las ciencias sociales. De forma más concreta, discutía en términos muy elogiosos el importante estudio de Bloch sobre La sociedad feudal (1939-1940), llamando la atención sobre el carácter omnicomprensivo de este ejemplo temprano de historia total, en el que se trataban temas tan diversos como la tenencia de la tierra, la jerarquía social, la política, los sentimientos y las formas de pensamiento. De manera similar, comentaba con admiración el influyente libro dedicado al estudio de las creencias en las capacidades curativas de los reyes medievales, en el que Bloch utilizaba las nociones, inspiradas en la sociología de Durkheim, de «sistema de creencias», «modos de pensamiento» y «representación colectiva», tan influyentes en la historia de las mentalidades y en el trabajo del propio Burke. En cuanto a Febvre, ya hemos notado atrás la importancia que su estudio sobre Rabelais tuvo en los primeros trabajos del historiador inglés. La noción de l’outillage mental, que aquel empleó para estudiar la presunta incredulidad del escritor renacentista en el trasfondo de lo que era o no posible creer, sentir o expresar en la época, se convirtió en un asunto recurrente en la obra de éste. De Febvre arrancaba también el interés en el estudio de los términos y conceptos existentes en una sociedad dada, así como la curiosidad por los métodos y conceptos de la psicología social, temas de los trabajos seleccionados para la compilación de 1973[19].

      El entusiasmo por el trabajo de los fundadores de Annales no impidió a Burke valorar también de forma positiva las aportaciones de la generación intermedia, dedicadas a temas de historia económica y social. En particular, mostraba su aprecio por la utilización de fuentes seriadas y métodos cuantitativos, unas técnicas que él mismo había aplicado en forma de prosopografía en sus dos primeros libros y a las que se ha mantenido fiel hasta la actualidad. Como hemos visto, el historiador inglés era también sensible a la organización de los trabajos en términos de estructura y coyuntura, habitual en las monografías francesas de historia regional, que seguían el modelo de Braudel. Su posición respecto al historiador más influyente de la Escuela de Annales dentro y fuera de Francia era, claramente, de una enorme admiración, aunque al comentar los principales escritos del francés se advierten algunas reservas, que vale la pena señalar. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo (1949) era discutido desde la fascinación producida por los planteamientos más característicos de Braudel: la importancia concedida a la geografía y a los distintos ritmos temporales, el enfoque de larga duración, la observación del tema desde la perspectiva más amplia posible, el ideal de una historia total capaz de integrar distintos aspectos de la realidad. Pero al mismo tiempo, Burke reprochaba al autor su limitada atención a temas relacionados con los valores, las mentalidades y la civilización. La ausencia de interés por el honor en la cultura mediterránea le resultaba, por ejemplo, inexplicable, lo mismo que la falta de atención a los significados simbólicos de la cultura material en Civilización material y capitalismo (1967). El historiador inglés concedía que esta última carencia podía justificarse por la división de tareas con Febvre en lo que originalmente se concibió como una obra conjunta, en la que este último se ocuparía de estudiar las mentalidades. Leyendo estos comentarios, se intuye que el diálogo imaginario que Burke mantenía con Braudel tenía un carácter ambivalente: al tiempo que se inspiraba en sus principios generales sobre la investigación histórica, buscaba completar los vacíos más llamativos de su obra. Así lo hizo claramente en el artículo sobre el consumo ostentoso en el mundo moderno, un trabajo sobre el significado simbólico de la cultura material inspirado por el principio braudeliano de que «los historiadores de Europa sólo serán capaces de decir lo que es específicamente occidental cuando miren fuera de Occidente»[20].

      El diálogo que Burke estableció

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