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habría registros de las transferencias bancarias, registros que estaba decidido a encontrar.

      Pero aún no estaba seguro. Cabía la posibilidad de que Sinead O’Reilly no hubiera dicho a Salvatore que se había quedado embarazada de él. Cabía la posibilidad de que hubiera mentido a sus propias hijas y de que fuera realmente ella quien se había encargado de mantener a Orla.

      Dante entró en la cuenta de su difunto padre y empezó a buscar, pero no encontró nada, porque el sistema no le permitió acceder a los registros antiguos de movimientos bancarios. Sin embargo, Salvatore era muy serio con esas cosas, y supuso que habría guardado los extractos en el archivador.

      Una hora después, estaba sentado en el suelo entre un montón de papeles. Había encontrado la prueba que no quería encontrar.

      Efectivamente, su padre había transferido sumas a la cuenta de Orla durante dieciocho años, hasta que llegó a la mayoría de edad. Todos los meses, le ingresaba dos mil euros en un banco irlandés.

      Aislin se asomó por enésima vez a la ventana, esperando a Dante. Ya había hecho las maletas, que había dejado en la entrada; pero estaba tan nerviosa que le había faltado poco para marcharse al aeropuerto y huir de allí.

      Cien mil euros era una suma sustancial, pero no tan apetecible como un millón. Orla se podría comprar una casa, hacer reformas para que Finn estuviera cómodo y tendría dinero para cualquier cosa que pudiera necesitar, desde llevar al niño de vacaciones hasta comprarle una silla de ruedas con motor. Hasta se podría comprar un coche.

      Esa fue la razón de que Aislin no huyera, aunque lo estaba deseando. ¡Un millón de euros por asistir a una boda! Todos los problemas de su familia quedarían resueltos en un fin de semana. Y quedarían resueltos sin haber tenido que pasar por el calvario para el que estaba preparada cuando llegó a Sicilia.

      ¿Quién se iba a imaginar que el poderoso e implacable Dante Moncada demostraría tener conciencia y le concedería a Orla la mitad del valor de la casa de campo? El hecho de que insistiera con la prueba de ADN no tenía nada de particular. Era un hombre de negocios, y no había llegado a donde estaba por el procedimiento de creer lo primero que le decían.

      En lugar de encontrarse con un monstruo, se había encontrado con un hombre arrogante que, sin embargo, sabía atender a razones. Pero, en ese caso, ¿por qué le incomodaba la idea de pasar unos cuantos días con él?

      Justo entonces, Dante llamó a la puerta y entró, sobresaltándola. Aislin había abierto las contraventanas, y tuvo la impresión de que él brillaba bajo el sol de primavera.

      Llevaba una camisa azul, unos vaqueros negros y una cazadora de cuero que le hacían parecer más sexy que la noche anterior. Su rizado pelo oscuro parecía más suave y sus verdes ojos, más intensos. Pero había un factor que aumentaba su atractivo, porque le daba un aspecto rebelde: no tenía cara de haber dormido a pierna suelta, sino de haber estado rumiando sus preocupaciones con una botella de whisky.

      Aislin sintió un extraño calor entre las piernas, y supo lo que significaba. Lo suyo con Dante no era un simple reconocimiento de la belleza masculina. Lo deseaba.

      –Ah, sigues aquí –dijo él, sin más.

      –Tienes buena vista –ironizó ella.

      Definitivamente, lo deseaba. Pero eso no quería decir que fuera a perder la cabeza. Había superado obstáculos mucho más difíciles que la tentación, y sabía controlar sus emociones. De lo contrario, no habría podido enfrentarse al ejército de funcionarios y oficinistas que intentaban negarle el derecho a ser la tutora de Finn mientras Orla se recuperaba de las heridas que había sufrido en el accidente.

      –Tan buena vista como buen cerebro –replicó él.

      –Y mucha modestia –se burló ella.

      Dante sonrió.

      –¿Debo suponer que vas a aceptar mi oferta?

      –¿Un millón de euros por acompañarte unos días? Tendría que estar loca para rechazarla. Pero, antes de que la acepte, debo decir que nadie se va a creer que estemos comprometidos. Te acabas de separar de tu novia.

      Él se sentó en el sofá, estiró las piernas y le guiñó un ojo.

      –Todos saben que soy rápido con estas cosas.

      –Eso no es motivo de orgullo.

      –Bueno, sé ir despacio cuando hay que ir despacio.

      Aislin se ruborizó ligeramente.

      –Te advierto que no admitiré jueguecitos…

      Dante se maldijo a sí mismo. No tenía intención de coquetear con ella, pero había sido incapaz de resistirse.

      –¿Jueguecitos? ¿Te refieres al sexo?

      El leve rubor de Aislin pasó a ser rojo intenso.

      –No te preocupes –prosiguió él–. Nuestro acuerdo es estrictamente empresarial. Además, los novios son de familias muy conservadoras, y estoy seguro de que nos alojarán en habitaciones separadas.

      Aislin estaba en lo cierto al suponer que Dante no había dormido. Lo había intentado, pero ni el consumo de media botella de whisky le había hecho conciliar el sueño. Su mente volvía una y otra vez a la sensual irlandesa que había ocupado su casa. La encontraba tan atractiva que, en otras circunstancias, habría ido a por ella sin dudarlo; pero tenía que concentrarse en el acuerdo con los D’Amore, por no mencionar el pequeño detalle de que Aislin seguía siendo hermana de su hermanastra.

      Por suerte, también era la mujer perfecta para engañar a Riccardo. En primer lugar, porque no pertenecía a su mundo y, en segundo, porque era inteligente y estaba completamente comprometida con su familia, virtudes que Riccardo adoraría.

      Lo único que tenía que hacer para salirse con la suya era abstenerse de tocar a Aislin. Y eso, que ya le había parecido bastante difícil en la soledad de la madrugada, se le antojó imposible al verla en persona otra vez. Era asombrosamente bella. Ya no llevaba el pelo mojado, como la noche anterior; estaba seco, y se mostraba con toda la gloria de una melena de color rojizo, como el pelo de un zorro.

      Por lo demás, su aspecto no era particularmente interesante. Se había puesto unas botas bajas, unos leggings negros y un jersey de color caqui que habían visto tiempos mejores, pero estaba tan sexy como si llevara un vestido de cóctel con un escote atrevido.

      En ese momento, Aislin se frotó los brazos, enfatizando de forma inconsciente los senos en los que Dante estaba pensando.

      –Muy bien. Si aceptas que lo nuestro será platónico, trato hecho.

      –¿Hay algo más que te preocupe? Porque nos tenemos que ir.

      –Sí, hay algo más –respondió ella, incómoda con la sensualidad de su mirada–. Quiero la mitad del dinero por adelantado.

      –No.

      –Necesito una garantía. Voy a fingir que me gustas durante todo un fin de semana, y no me gustaría que luego cambies de opinión y te niegues a darme el dinero.

      –¿Es que no te gusto?

      –¿Cómo puedo saber si me gustas? Nos acabamos de conocer, y no tengo motivos para confiar en ti.

      Dante sonrió una vez más, encantado de que Aislin fuera tan directa. Lo encontraba muy refrescante.

      –Te daré diez mil euros.

      –Eso es calderilla.

      –¿Cuánto dinero tienes en tu cuenta bancaria?

      –¿Dinero? Mi cuenta solo tiene polvo.

      Él estuvo a punto de soltar una carcajada.

      –Va bene, que no se diga que no puedo ser razonable –dijo él, sacudiendo la cabeza–. Te daré cincuenta mil euros ahora, en mano o transferidos a tu cuenta, como prefieras. Tendrás el resto el domingo que viene.

      Aislin

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