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de un medio11, que no es productivo, pero que da al mundo (a alguna cosa del mundo) el poder de hablarnos (y por tanto de hacernos pensar), el poder de volvernos atentos y de obligarnos.

      Y creo que es el hablar del profesor, lo que podríamos llamar el habla pedagógica, la voz pedagógica, la que juega un papel fundamental en esta operación de dar a las cosas el poder de hablarnos, de decirnos alguna cosa, de tal modo que nos sintamos concernidos y obligados, de abrirnos el mundo y de hacer que podamos pertenecer a él.

      La voz del profesor

      En un breve texto sobre la relación entre filosofía y política, Hannah Arendt habla de la relación con la ciudad y hace una observación sobre los modos de hablar de Platón y de Sócrates:

      Cuando el filósofo sometía su verdad a la ciudad, esa se convertía inmediatamente en una opinión entre otras. Perdía su cualidad distintiva, puesto que no hay una característica visible que marque la distinción entre verdad y opinión. Es como si la verdad eterna se convirtiera en temporal al introducirse entre los hombres (en plural), y así la simple discusión con otros a propósito de esa verdad desafiase ya la existencia de ese dominio separado de la verdad en el que los amantes del saber actúan (Arendt, 1990: 432).

      Cuando algo se discute entre los hombres (en plural) la relatividad entra en escena. Según Arendt, es por eso que Platón desarrolló una forma particular de hablar, la de la filosofía, la llamada dialegesthai, el diálogo dialéctico, como lo opuesto a la persuasión y a la retórica (que es la forma política de hablar, de ese hablar que lo que quiere, en primer lugar, es convencer). Arendt escribe que, de cierto modo, la forma filosófica puede ser performada sin contraparte real, pero con una contraparte imaginada o proyectada, puesto que la dialéctica es el curso de los argumentos en sí mismos (en cierto sentido, el quién y el qué como seres reales no tienen la menor importancia). Y continúa diciendo que la diferencia más importante entre la persuasión y la dialéctica es que la primera se dirige a una multitud, peitheintapléthé, mientras que la dialéctica sólo es posible entre dos personas. A partir de esta observación de Arendt, me gustaría proponer una diferencia, no sólo entre la forma retórica (política) y la forma filosófica (dialéctica) de hablar, sino entre ambas y la forma escolar o pedagógica12.

      El arte pedagógico de hablar no quiere ni convencer ni desarrollar un argumento (encerrar en una cadena de razones) ni instruir (dar instrucciones), ni dirigir el cuidado de sí (el decir-la-verdad en el sentido analizado por Foucault13), aunque tiene relación con una cierta verdad y con una cierta relatividad (puesto que quiere ofrecer el mundo existente de una forma en que la nueva generación pueda cuestionarlo, pueda encontrar su propio destino y pueda relativizarlo). El hablar pedagógico expone alguna cosa, la deja aparecer, deja entender un mundo, pero manteniéndolo al mismo tiempo como enigma, como algo que intriga y que puede fascinar. Podría decirse quizás que no ofrece argumentos sino retablos14 y que es quizás la fábula (la historia que es siempre la combinación paradójica de un relato y de una imagen, la que es siempre ambigua, que no contiene ninguna moral –eso que se añade a la historia justamente para resolver su ambigüedad–, que a la vez solicita y confirma la capacidad del lector o del oyente de leer, de entender, de ver y de pensar por sí mismo) la que puede considerarse como el paradigma del hablar pedagógico (una fábula que no es medio o instrumento, como en el las formas de hablar filosóficas y políticas).

      El hablar pedagógico des-cubre el mundo, hace que empiece a hablar, le da el poder de decirnos alguna cosa (los animales, las plantas, los árboles, las nubes, los números), ofrece relatos e imágenes sin nunca resolver completamente la ambigüedad. El hablar pedagógico busca hacer algo (como lo hace el hablar filosófico o el hablar político) pero de un modo diferente. Busca traer algo a la presencia y, al mismo tiempo, confirmar o presuponer que las personas a las que se dirige tienen la capacidad de mirar, de escuchar y de pensar por sí mismas, que son capaces de… comenzar, de comenzar un idilio y un quehacer15 con eso que se presenta.

      En relación con el hablar pedagógico es también importante señalar que tiene que ver con una pluralidad que no es la de la política. En la escuela se habla ante una multiplicidad de estudiantes, ante una reunión encarnada, y el habla pedagógica no es el hablar cara a cara de una persona a otra persona, no es una relación individual o personal. La clase puede ser descrita como una performatividad plural y encarnada. Y como recuerdan Butler (2015) y Espósito (2015), una reunión de personas encarnada16 significa también de un modo no discursivo o pre-discursivo, dice algo aunque ese “algo” no sea expresado. La clase opera entonces también como una asociación (una composición o una reunión) de cuerpos que dicen: no somos una familia ni nos convertimos en una familia, somos singulares (en plural). Sin decir una palabra, esos cuerpos dicen, como una acción encarnada: no estamos disponibles, pero pedimos atención y mirada. Lo que quiere decir que la iniciación y la socialización, que son las formas de aprendizaje fundamentales en las formas familiares, son interrumpidas y complicadas (y en absoluto facilitadas) por la educación, es decir, por el hecho de llevar a los niños a la escuela.

      Y habrá que añadir que la pluralidad en la escuela no es un estado natural, sino que aparece dirigiéndose a cada uno como cada uno y no como “representante” o “descendiente”. No concierne entonces al reconocimiento de cada persona por sus propias propiedades, sus propios talentos o capacidades, sus propias necesidades, su propia identidad o su propia naturaleza. Se trata justamente de rechazar toda conexión predefinida entre los cuerpos y las propiedades que se les atribuye. La pragmática de la escuela es exactamente esa: ofrecer la experiencia de ser “sin destino” y al mismo tiempo la de “ser capaz” de encontrar el propio destino. En la escuela somos Julia, Maximiliano, Inés, Jorge, Clara, Marta. Se nos llama por nuestros nombres propios y no por nuestros nombres de familia, lo que indica un movimiento no genealógico. Desde el lado del profesor, convertirse en maestro de escuela significa que hay que dirigirse a una asociación de pupilos, a una pluralidad de singularidades, lo que le obliga a hablar públicamente (y no personalmente). El profesor habla a todos en general y a nadie en particular.

      Voces escolares

      La voz del profesor merece nuestra atención también en el contexto de la revolución digital que afecta a la escuela y a sus habitantes. El desarrollo creciente de los entornos digitales de aprendizaje y, más particularmente, los “problemas” de falta de motivación y de interés que parecen acompañar su despliegue (y a los que se intenta responder con diferentes estrategias de estímulo o de ludificación) nos recuerdan la importancia de la voz del profesor para hacer escuela. Para clarificar eso voy a partir, como un ejemplo, del modo como la voz está presente en los documentales de Werner Herzog y, más precisamente, de la presencia de su propia voz en muchas de sus películas.

      Herzog es un cineasta alemán que ha rodado muchos documentales, un género que supuestamente nos habla de un mundo, nos hace descubrir un mundo, el mundo, nuestro mundo, al que podríamos llamar, de cierto modo, escolar. Los documentales de Herzog, como muchos otros, tienen una voz en off, es decir, una voz que comenta y acompaña las imágenes articulando historias y saberes. Lo que es especial es que la que se escucha es la voz del propio Herzog, pero no sólo en la versión alemana (donde podría hablar su propia lengua materna) sino también en la inglesa, en la que habla un inglés de un modo (por la entonación y el acento) que está muy claro que no es su lengua materna, que no es un hablante nativo, que esa voz no es natural (y lo mismo vale para la versión francesa). Si escuchamos la voz de Herzog que acompaña sus documentales (especialmente La cueva de los sueños olvidados, sobre el descubrimiento de las pinturas en la gruta de Chauvet, en Francia) veremos que su singularidad es mucho más “pronunciada” (otra bella palabra en español y en francés) en inglés que en alemán.

      Quizá su voz podría describirse como una voz escolar, como la voz de un maestro de escuela. Pero lo que aquí estoy entendiendo como una característica positiva de su voz en tanto que escolar no es que sea una voz servil, dócil,

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