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de las partes y, en consecuencia, las alternativas que cada grupo considera “óptimas” para su transformación (Lewicki et al., 2003).

      Es decir que surgen de los efectos del poder simbólico, que, sin embargo, en este enfoque, no está ligado directamente al habitus, o en particular al examen crítico de la historia de las relaciones de poder entre las sociedades del Norte y las del Sur —su historia, sus dinámicas de extracción colonial y poscolonial—, sino que simplemente se focaliza en las formas como se construyen y naturalizan las subjetividades enfrentadas en los conflictos con rasgos de intratabilidad, como consecuencia de su larga duración, permanencia irresuelta y recurrencia.

      Otros componentes identificados por los autores adscritos a la escuela norteamericana son, en primer lugar, la polarización (divisiveness), que se relaciona con las maneras como emergen y se producen los adversarios, los cuales son naturalizados; es decir que son concebidos “el uno en contraposición al otro”, pues “la razón de ser” de cada parte enfrentada surge, precisamente, de la contradicción, como ocurre, por ejemplo, entre israelíes y palestinos, o entre miembros de las fuerzas armadas y de los grupos guerrilleros en Colombia. En la medida en que la dinámica del conflicto, su duración e impacto construyen una cotidianidad, esta vivencia divide a las personas y las sitúa en extremos opuestos.

      Este elemento está asociado al segundo: la intensidad (intensity), que tiene que ver con el grado en que los actores se involucran y comprometen emocionalmente, el fanatismo que surge frente a unas causas que, a menudo, conduce a crisis periódicas en las que los actores escalan sus prácticas de enfrentamiento para defender sus posiciones; este puede ser el caso de los activistas de Greenpeace y su lucha para defender el medio ambiente, por ejemplo.

      El tercer elemento de intratabilidad ya tratado es lo “perversivo”, entendido como algo que permanece, penetra y se reproduce (pervasiveness), en la medida en que el conflicto se vuelve parte de la cotidianidad y, por ello, penetra todas las dimensiones de la vida diaria de los involucrados, quienes consumen sus experiencias vitales y las involucran en sus representaciones sociales, culturales, económicas, políticas, etc., de manera que se puede decir que los actores enfrentados “se naturalizan” como adversarios (Putnam y Wondolleck, 2003, pp. 40-42).

      La intratabilidad, como es apenas predecible, tiene una clara relación con la complejidad y con la manera en que se entretejen, intersectan y se combinan los variados temas que conforman la contradicción, lo que produce los elementos enumerados (polarización, intensidad y “perversividad”) entre las partes involucradas y sus dificultades para “situar” y describir los acontecimientos de una manera libre de preconceptos o prejuicios, así como para intentar percibir sus causas desde un único lugar de enunciación. Esto involucra cuestiones complejas (issues), como, por ejemplo, derechos humanos, tolerancia, autonomía, soberanía, valores culturales, etc. “Las contradicciones y los temas de las contradicciones pueden actuar como en un efecto bola de nieve, las piezas y ‘restos’ de otros conflictos tienden a agruparse en una enorme masa inmanejable” (Lewicki, Saunders y Minton, citados en Putnam y Wondolleck, 2003, p. 41).

      Si se tiene en cuenta que los conflictos son supremamente dinámicos, la intratabilidad puede ser, en algunos casos, una percepción que en un momento dado tengan uno o todos los actores involucrados.

      En consecuencia, su transformación no se relaciona con la capacidad de los actores para resolverlo, sino más bien con la capacidad de los actores para llegar a decisiones concertadas para luego dirigirse hacia los temas fundamentales o candentes que dieron origen a la disputa.

      El conflicto hace referencia a las incompatibilidades fundamentales que dividen a las partes, mientras la disputa es un episodio que cada tanto es actualizado bajo temas y eventos específicos. […] La única manera de reducir la intratabilidad depende en consecuencia de que el o los elementos fundamentales del conflicto sean alterados de una manera que dramáticamente cambie la situación y lo dirija hacia el punto de resolución. (Putnam y Wondolleck, 2003, pp. 37-38)

      Desde el enfoque norteamericano, la intratabilidad está relacionada con la forma como el conflicto es percibido o “rotulado” por cada uno de los actores enfrentados. No obstante, el alcance de la intratabilidad acuñada por la escuela norteamericana es, si se quiere, más recatada y se dirige de manera llana a generar una actitud de diálogo para llegar a acuerdos consensuados, sin indagar en las raíces profundas, como la arqueología y la genealogía de estos conflictos —aportes del posestructuralismo y de las escuelas francesas, de las que se desprendería que la intratabilidad se relaciona directamente con la actuación del habitus y el poder simbólico—.

      Para concluir y sintetizar, se debe resaltar que los conflictos intratables involucran el conflicto armado y son violentos (PSC), mientras que los conflictos ambientales intratables no necesariamente involucran la violencia física y armada (EIC). No obstante, estas dos clases de conflictos comparten su larga duración, permanencia y recurrencia y el fracaso de los numerosos intentos dirigidos a su resolución, sin excluir necesariamente un ingrediente de violencia. Otro aspecto importante reseñado por estas dos nociones es el papel que desempeña el Estado y, en particular, la actuación de sus aparatos gubernamentales en el mantenimiento, creciente complejidad, permanencia o recurrencia del conflicto, por causa de sus estructuras y de su incapacidad para transformar dichas estructuras para gestionar el conflicto favorablemente. Esto se relaciona, por ejemplo, con las competencias imprecisas y los instrumentos de manejo ambiguos que son a menudo puestos en marcha de manera discrecional (Azar, 1991; Lewicki et al., 2003).

      Quizás el mayor aporte de esta noción para el caso de estudio es reseñar como una de sus principales causas la presencia de normas y regulaciones confusas que generan el caldo de cultivo ideal para la emergencia y permanencia de este tipo de conflictos, como resultado de la limitada capacidad con que cuenta la gubernamentalidad para prevenirlo o manejarlo de forma efectiva con los instrumentos que tiene a su disposición.

      En este sentido, las dos escuelas coinciden en que las instituciones a cargo de la mediación del conflicto presentan, por distintas razones, un bajo nivel de reconocimiento, legitimidad y autoridad entre los miembros involucrados, lo que eleva la probabilidad de fracaso en sus intentos de transformación (Azar, 1990, 1991; Putnam y Wondolleck, 2003).

      La escuela europea aborda elementos similares a la norteamericana, pero en mayor profundidad, y si bien las dos dan importancia a lo cultural y al papel del Estado, lo trabajan de formas distintas, con conceptos distintos, como violencia cultural o violencia estructural. Galtung (2004) se refiere, en el caso de la escuela europea, al papel que cumplen las estructuras o dispositivos sociales para regular el acceso a los recursos entre sus miembros, y fundamentalmente a las tensiones que esta inequidad incorpora en relación con la justicia social, sin vincular en sus discusiones las relaciones entre capitalismo, modernidad y colonialidad, que abordan los estudios culturales, como origen de la lógica de actuación de dichas estructuras y dispositivos.

      Se debe resaltar que Azar identificó en sus estudios otra faceta de lo cultural, que tiene que ver con el origen poscolonial de las instituciones en el Sur, la orientación de sus lógicas de actuación y sus prerrogativas extractivas, segregacionistas, corruptas y patrimonialistas, cercanas a la concepción de los estudios culturales actuales, pero de alguna manera más asociados a la escuela dependentista y el dualismo funcional (Gunder Frank, 1970), en boga en el momento de sus investigaciones.

      La escuela norteamericana, por su parte, se concentra en los contextos y las formas de percibir y articular el conflicto, los marcos de referencia y sus relaciones con las causas de este: el framing; también, en cierta medida, aborda la debilidad de las instituciones que regulan los recursos naturales, sin profundizar mucho en sus orígenes y complejidades.

      El enfoque de análisis que se utilizó para el caso San Isidro buscó ordenar, sintetizar y conjugar en tres niveles los rasgos de intratabilidad reseñados, de manera que se construyera un enfoque de análisis que incorporara la variable cultural como el elemento más abstracto e intangible presente en los conflictos intratables, y la variable necesidades básicas, en este caso acceso a vivienda, suelo urbano y hábitat, como la más concreta, pasando por el papel

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