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Recordemos en este punto que ese noble sufre una humillante derrota en Cabra al ser apresado por el Cid. En el caso del segundo destierro Lafuente exculpa al Campeador de toda responsabilidad al achacarlo a una «fatal combinación de circunstancias, y acaso mas por culpa de Alfonso que de Rodrigo, no pudo este incorporarse oportunamente al ejército cristiano». Esta coyuntura fue bien aprovechada por los enemigos del Cid para acusarlo de traidor ante su rey, «imputando su retraso á intencion de comprometer el ejército de Castilla y de proporcionar un triunfo á los sarracenos». El propio Lafuente se sorprende de la ingenuidad de Alfonso al aceptar una acusación que, a su parecer, resultaba totalmente «inverosimil e injustificable», pero encuentra una explicación al plantear que el monarca se encontraba «prevenido contra Rodrigo Diaz, ó dió ó aparentó dar crédito á los denunciadores», razón por la cual «revocó el derecho de señorío que le habia dado sobre las fortalezas que conquistára, le privó hasta de las posesiones de su propiedad, é hizo poner en prision á su esposa y sus hijos»[50].

      El recurso de la envidia como matriz de este esquema se asocia con uno de los pecados que caracterizó el carácter español. En su texto Los españoles en la historia, Menéndez Pidal diferenciaba tres rasgos elementales de los españoles: la sobriedad, la idealidad y el individualismo. Esta tercera cualidad va a asociarse en el imaginario colectivo como uno de los males que asoló el multisecular

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