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es un humanismo cristiano. ¿Qué entendemos por dicho humanismo? Vitoria, si bien está plenamente inserto en la tradición escolástica tomista, también está empapado de las corrientes de pensamiento a él contemporáneas. Vitoria bebe del humanismo español de Antonio de Nebrija y de Pedro Mártir de Anglería, pero se confronta siempre con el ambiente humanista de París, centro intelectual de Europa. El humanismo de Vitoria pone al hombre en el centro de la especulación filosófica, pero lejos de desembocar en un antropocentrismo, subraya el carácter creatural del hombre y su radicación existencial en la trascendencia. Humanismo cristiano, que se purifica de las adherencias teocráticas extrañas al depósito de la fe, y que armoniza los elementos naturales y sobrenaturales del hombre llamado a la vida de la gracia.

      b) El mito del buen salvaje y las visiones utópicas europeas

      Hasta ahora hemos visto como el descubrimiento de América produjo en España un despertar de las doctrinas del derecho natural y una progresiva secularización de la teoría política. Era, por así decirlo, un proceso que iba en la dirección América-Europa. Ahora debemos abordar un segundo proceso, que tiene la particularidad de ser ambidireccional. Me refiero a la corriente de pensamiento que surgió en Europa con ocasión de la llegada de visiones utópicas de la realidad americana. La pintura de una América paradisíaca, de un mundo indígena puro e ingenuo, fue uno de los tantos gérmenes que alimentaron nuevas tendencias antropológicas que derivarán, a la postre, en las revoluciones de fines del siglo XVIII. Estas nuevas tendencias antropológicas, integradas en una filosofía política de signo liberal, harían el viaje de regreso a América, y las encontraremos en la base del proceso emancipador americano.

      Además, es fácil rastrear desde la Antigüedad una constante en la historia del pensamiento: la tendencia a mitificar, que en muchos casos es la vía de escape psicológico a una realidad dura y dolorosa. La edad de oro en la que supuestamente habría vivido la humanidad en su infancia, o el futuro Reino Milenario, donde todo sería mejor, aparecen en las más distintas civilizaciones y culturas. Hay en la naturaleza humana una cierta vena utopista que expresa el hambre de trascendencia que siente el hombre ante unas circunstancias vitales limitadas.

      La llegada de la carta a la Corte, las inmediatas traducciones y el esparcirse de la noticia por Europa fue todo uno. Las utopías clásicas encontraban un correlato real, no ficticio o meramente imaginativo. Al shock colombino se añaden las confirmaciones de esa misma realidad dadas por las cartas de Américo Vespucio.

      A las cartas de Colón y Vespucio se sumarán más tarde algunas obras de Fray Bartolomé de Las Casas, diligentemente traducidas al inglés, francés y flamenco, ya que sus denuncias de las injusticias hispánicas en Indias eran muy bien acogidas por las naciones rivales de España. Las Casas presentará una visión del indio americano plenamente concorde con la posterior elaboración europea del bon sauvage. Ciertamente abrumado por la posibilidad de que triunfase en España la idea de que los indígenas respondían a la noción aristotélica de servidumbre natural, Fray Bartolomé describe a los indios en términos idílicos: «Todas estas universas e infinitas gentes crió Dios las más simples, sin maldades ni dobleces. Obedientes, fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos a quienes sirven. Son sumisos, pacientes, pacíficos y virtuosos. No son pendencieros, rencorosos o vengativos.

      Como bien escribe el ensayista venezolano Arturo Uslar Pietri, «América puso a Europa a cavilar y a soñar. Le ofreció un mundo nuevo y desconocido para medirse y compararse. Le brindó a los europeos nuevos temas y nuevos motivos para expresar la insatisfacción que experimentaban por el orden en que vivían.

      Acertadamente señala Uslar Pietri que la visión de América en la Europa extra-hispánica se basa más en un sentimiento que en un auténtico conocimiento. Bastaron muy pocos años de contacto con los indígenas americanos para comprobar que la versión que daba Colón en la carta anunciadora del descubrimiento era, por lo menos desde un punto de vista antropológico, deformada. Los indios pertenecían a la común naturaleza humana —y a esa pertenencia se remitía Vitoria para hacer valer el derecho natural en el caso americano— y, por lo tanto, virtudes y vicios, aciertos y errores, heroísmo y vileza estaban presentes en el Nuevo Mundo al igual que en Europa. Pero la primera visión de América —el Nuevo Edén, la Edad de Oro rediviva— seguirían alentando sueños y construcciones utópicas.

      El primer pensador político que utilizará la palabra utopía —palabra cuya etimología griega significa «en ninguna parte»— es el Lord Canciller de Inglaterra, Santo Tomás Moro. En su Utopía, editada en 1516, Moro presentará una sociedad ideal, caracterizada

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