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influencia en instituciones públicas y privadas. La Escuela Normal Central de Maestras se reorganizó siguiendo su ejemplo. Y la Real Sociedad Económica Matritense invitó, en 1880, a otras Sociedades Económicas de Amigos del País a crear escuelas similares a las de la Asociación de Madrid. El ejemplo fue seguido muy pronto por Valencia, donde en 1885 se abrió una Escuela de Comercio para Señoras, convertida en 1888 en Institución para la Enseñanza de la Mujer. Empresas similares se crearon en Vitoria, por obra de la Asociación Alavesa para la Enseñanza de la Mujer, en Granada, Málaga y, con mayor extensión, en Barcelona[22].

      La Asociación de Madrid logró el aplauso internacional y fue premiada en las Exposiciones Universales de Viena (1873) y Filadelfia (1876), y en la pedagógica celebrada en Madrid en 1882.

      Aun con ciertas limitaciones y sin llegar a realizar plenamente el espíritu paritario preconizado por El Ideal de la Humanidad, el esfuerzo de Fernando de Castro (el «metafísico de institutrices», como lo denominó Menéndez Pelayo, muy poco piadosamente) dio sus frutos mejores en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. De dicho esfuerzo se declarará continuadora la Institución Libre de Enseñanza, en una línea más aperturista y cosmopolita.

      En la actualidad subsiste como centro cultural y de documentación con el nombre de Fundación Fernando de Castro-Asociación para la Enseñanza de la Mujer, en su sede madrileña de la calle de San Mateo número 15.

      La Institución Libre de Enseñanza y la dignificación de la mujer a través de la educación

      El golpe de Estado del general Pavía, el 3 de enero de 1874, corta de raíz los sobresaltos que habían caracterizado a la breve Primera República y, tras un periodo de interinidad, deja paso a la Restauración monárquica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II.

      El nuevo régimen tiene un artífice indiscutible, Antonio Cánovas del Castillo, hábil político conservador cuya obsesión era acabar con la dinámica golpista del periodo isabelino; a la postre conseguirá su objetivo, aunque a cierto precio: el precio de cambiar un sistema democrático accidentado por un sistema liberal estable que capitalizó a su favor la insatisfacción de las clases medias, cansadas de tanto «vértigo» revolucionario, y la indiferencia de los demás.

      Cánovas remansó las agitadas aguas de la política del momento y apaciguó los afanes protagónicos del ejército, pero descuidó el aspecto académico; encarga de la cartera de Fomento a Manuel de Orovio que, con fecha de 26 de febrero de 1875, emite dos disposiciones: un Real Decreto restableciendo lo prescrito en la Ley de 1857 sobre libros de texto y programas, que obligaba a los profesores de universidad e instituto a presentar los de su asignatura para ser aprobados por el gobierno, y una circular que recomendaba a los rectores vigilaran la enseñanza impartida en los establecimientos de su jurisdicción para que no se propagaran en ellos ideas contrarias al «dogma católico» ni a la «monarquía constitucional».

      Otros profesores solidarios con los encausados sufrieron asimismo castigo: fue separado Tomás Andrés; suspendidos de empleo y sueldo Manuel Varela de la Iglesia, Salvador Calderón, Hermenegildo Giner de los Ríos y Eduardo Soler; dimitieron Castelar, Montero Ríos, Moret, Figuerola, Val y Ripoll y Messía; otros 20 profesores formularon protestas sin que se tomaran medidas disciplinarias contra ellos.

      La separación de estos profesores de la docencia se prolongó hasta el 10 de marzo de 1881, cuando el ministro liberal Albareda dicta una disposición derogando la orden de separación de Giner, Salmerón y Azcárate.

      Este sistema garantizaba la independencia a que aspiraba la nueva obra, cuyo modelo era la universidad de Londres, creada en 1828 como universidad libre por un grupo de profesores anglicanos disidentes de la rígida ortodoxia de Oxford y Cambridge. Su carácter se define nítidamente en el artículo decimoquinto de los Estatutos fundacionales:

      En estas secciones, los profesores de la nueva entidad pondrán en práctica una serie de principios innovadores, cuya línea matriz arranca de la pedagogía fröbeliana; por ejemplo, la enseñanza intuitiva, el aprendizaje lúdico, la supresión del libro de texto, la enseñanza oral y antidogmática frente al memorismo y las explicaciones abstrusas, y la vivencia activa del proceso de aprendizaje por parte del alumno, a través del contacto directo con la naturaleza, los monumentos artísticos, las tradiciones populares, etc. Se procuró, asimismo, imponer el sistema cíclico, sin divorcios bruscos entre la primera y segunda enseñanza.