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Los focos más notables fueron Madrid, Sevilla, Valencia y Oviedo. El krausismo era más que una filosofía; era un estilo de vida que imprimía carácter y distinguía a los krausistas de sus contemporáneos, lo cual produjo críticas e incluso mofas. Menéndez Pelayo, quien no les profesaba ninguna simpatía, dijo de ellos:

      López-Morillas nos ofrece un retrato completo de los krausistas:

      El viraje moderado de los últimos años del reinado de Isabel II hará chocar a los krausistas con el poder institucional y, a raíz de la primera cuestión universitaria, Sanz del Río es expulsado de su cátedra en 1867; reintegrado por la Revolución de 1868, recibe la compensación adicional de ser nombrado rector de la Universidad Central, aunque renuncia al cargo. Falleció en Madrid el 12 de octubre de 1869.

      Si su labor divulgadora y testimonial desde la cátedra fue importante, también lo fueron sus obras escritas, especialmente la Analítica (tomo I del Sistema de la Filosofía) y el Ideal de la Humanidad para la vida, traducción libre, verdadera recreación, del Das Urbild des Menschheit de Krause.

      La primera edición española del Ideal de la Humanidad para la vida data de 1860; produjo hondo impacto hasta el punto de convertirse en «libro de horas de una generación», texto de cabecera o recetario ético al que acudían los intelectuales jóvenes e inquietos en busca de dirección espiritual y moral, más que empírica. Destacan en la obra tres grandes claves definitorias:

      – Definición del contenido y método del conocimiento científico.

      – Nueva visión del hombre como síntesis del universo.

      – Organización armónica de la humanidad.

      La idea de humanidad, siguiendo el mito platónico, comprende dos mitades: hombre y mujer, a desigual altura intelectual y moral; todo progreso es impensable sin que la primera atienda a la segunda, más rezagada.

      De las instituciones existentes en la sociedad humana, la primera es la familia, que ha de fundarse en el amor y que es el principio de toda educación humana, donde el hombre recibe su carácter más profundo e inalterable; otras sociedades sucesivas son la ciencia, el arte, el Estado y la religión.

      El Ideal de la Humanidad ha de realizarse también en el individuo: el hombre debe cultivar su espíritu mediante la combinación racional y equilibradora de ciencia y arte, y atender al bienestar de su cuerpo, y la mujer ha de ser rescatada por su compañero de la oscuridad y degradación a que se ve reducida en la mayoría de los países; es tarea de él trabajar

      El matrimonio es la única y mejor manera de dignificar las inclinaciones naturales, como sociedad constituida por el hombre y la mujer para originar a un «individuo superior». Al matrimonio corresponde la fundación de una familia, y a ésta la función de educar a los hijos; por tanto, la influencia educadora de la familia se proyecta gradualmente sobre el destino de la humanidad, y dicha influencia no puede ser favorable si la mujer permanece «en la oscuridad», mientras el hombre avanza solo.

      Así, la primera oposición humana, la del sexo, se sublima con el amor y el matrimonio; la segunda, la de la edad, con el respeto a la infancia y a la vejez, y la tercera, la de caracteres y temperamentos, con la vida social y la amistad.

      Significativa y novedosa es la consideración de la mujer como parte de la humanidad que requiere tratamiento especial para llegar a la perfección absoluta. Tal vez lo que ejerció mayor influencia del Ideal de la Humanidad fueron los mandamientos generales y particulares relativos a la misma, expuestos con claridad meridiana, y por ello más asequibles para la mayoría de los lectores que el complejo texto de Krause. En síntesis, los 12 mandamientos generales incitan a amar a Dios (a la Razón-Dios) y a amarse a uno mismo aspirando en todo momento al bien; los 11 particulares elogian el respeto a los demás, la sociabilidad, la veracidad y la justicia.

      Con este somero análisis del Ideal de la Humanidad queda esbozada la peculiar visión de Krause y los krausistas acerca de la educación del género humano en general, y la de la mujer en particular: la perfección es imposible sin arrancar a la mujer de las tinieblas de la ignorancia y estimular al hombre a respetarla como mitad a la vez opuesta y complementaria; la unión de ambos sexos constituye el matrimonio, base de la familia, a la cual corresponde la gran responsabilidad de educar al hombre del mañana y del progreso, ejecutor del Ideal de la Humanidad.

      Abundando en el tema, Krause refutó la afirmación de que la mujer es sólo «un varón incompleto» como contraria a las investigaciones embriológicas y a la naturaleza, y rechazó, asimismo, que el fin último de la mujer fuese la maternidad, declarándola por ello incompatible con la vida social pública. Por el contrario, ésta se vería inusitadamente enriquecida con la participación activa de la mujer.