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señora de Riaño contribuyó a la revalorización de bordados, telas y objetos de artesanía popular; el Museo Pedagógico Nacional inició su colección de bordados con una importante donación de doña Emilia. Según Elvira Ontañón: «El fin de esta colección de bordados, que llegó a ser realmente valiosa, era que las futuras maestras aprendiesen a conocer y valorar los tesoros del arte popular, especialmente el español, y lo transmitieran después en las escuelas»[38].

      Concepción Arenal no era persona dada a las efusiones sentimentales ni a la exageración, sino todo lo contrario; la preocupación por Giner nacía de una sincera preocupación y del cariño. Años después Concepción Arenal invita a Giner a la casa de su hijo Fernando, en Pontevedra, y le describe el ambiente con una gracia y una ironía que denota gran complicidad entre ambos:

      Condiciones materiales. Un cuarto reducido y modesto como conviene a un filósofo; una cocinera no clasificada bajo el punto de vista antropológico, pero higiénica, porque no excita el paladar con artificios y no se come más que lo necesario fisiológicamente. (No se le habrá a usted escapado que la humanidad se divide en dos grandes grupos, uno que padece en vida y muere antes de tiempo por comer demasiado, y otro por no comer bastante). Ruido de llantos, cantos y risas de niño […].

      Condiciones morales, lujo y buen gusto.

      Giner, quien en esa época padecía una enfermedad nerviosa, no aceptó la invitación, pero el tono de Concepción Arenal, desenfadado y abierto, refleja la familiaridad que había entre ambos y que continuó, tras la muerte de la penalista, con su hijo Fernando García-Arenal y posteriormente con las hijas de éste, especialmente Pilar García-Arenal Winter, quien colaboró en el Instituto-Escuela.

      Fuera del selecto círculo institucionista, era difícil encontrar una joya como la que deseaba doña Emilia, no sin cierta malicia, para el joven González de Linares. La condesa no encajaba en el sobrio ambiente krausista, pero a Giner le interesaba su obra y era persona profundamente tolerante con las ideas y actitudes ajenas.

      A pesar de la divergencia de caracteres, Emilia Pardo Bazán siempre estimó los consejos amables de Giner:

      Durante sus estancias en Madrid frecuentaba la casa de la Institución, causando la admiración de los que la veían con su exuberancia y peculiar personalidad.

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