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—confirma Sante.

      —¿Qué tamaño tiene la cabaña? —insiste Aurelio que, estoy seguro, ya está pensando en cómo organizarse y cuánto espacio necesitará.

      —No lo sé, iremos la semana que viene. Me han asegurado que es muy amplio y tiene un portón de grandes dimensiones.

      —No me hagas trabajar en un cuartucho, ¿vale?

      —Claro. Y vosotros tened cuidado con todo este dinero. Si huis soltaré a los asesinos más sanguinarios para que os persigan —digo bromeando, pero no del todo—. Y si no lo hiciese yo lo haría el cliente.

      —A propósito —me interrumpe Aurelio—. No has dicho quién es.

      —Es un abogado de Milán, os lo presentaré en la primera ocasión que se presente. Por ahora conformaos con esta información.

      Me levanto. Cojo la bolsa y meto mi paquete de billetes.

      —¿Quieres meter el tuyo? —le pregunto a Sante—. Te llevo a casa. Puedes fiarte, verás que no se nos olvidará.

      Sonríe y mete su fajo. Después imita una pistola con los dedos. Muy elocuente.

      —Adiós, Aurelio. Te llamo yo. No me llames si no es por asuntos que no puedan esperar. Dile a Lara que no puede hablar con nadie de nuestra reunión. Tenemos que acostumbrarnos a no hablar de nada que esté relacionado con este trabajo.

      —Por este dinero no hablaré ni conmigo mismo.

      —Yo, ¿con quién quieres que hable? Como mucho, con el gato —añade Sante.

      Sabía que volveríamos a formar un buen equipo.

      IV

      31 de mayo

      A las ocho ya estoy en la calle. Tengo prisa por llegar a Caorso. Durante el encuentro con el abogado me había acordado de que, unos quince días antes, conduciendo por la autopista, había visto en un depósito de desechos militares, tanques y máquinas terrestres, la silueta familiar de un helicóptero Hughes 500C

      La complicidad con Sante y Aurelio es buena. Si no se hubieran cumplido estas condiciones, ni pudiera contar con su ayuda, creo que no habría aceptado. Eso ya está hecho y ahora intentaremos trabajar lo mejor posible. Espero.

      Dentro de poco veré el helicóptero. Si está entero o solo hay que parchear la carcasa o alguna costilla, está todo resuelto. Todo lo demás lo arreglaremos sin problemas.

      Pero qué extraño gastar todo este dinero solo para que actuemos en secreto. Querrán hacer algo que vale mucho más.

      Basta, no quiero pensar en esto. No sé nada y no sospecho nada. Me han pedido que les ayude a construir un helicóptero y les ayudaré. Tendré que enseñarles a pilotarlo y les enseñaré.

      Jessica, mi alumna. Si yo tuviera diez años menos.

      Todavía tendría cincuenta y cinco y ella seguiría teniendo menos de treinta. A lo mejor si tuviera el dinero que tiene el abogado... Aunque no me gustaría que estuviera conmigo por el dinero.

      Pero, ¿pretendo gustar a una chica por lo que soy? Aunque hay algunas a quienes les gustan más los hombres mayores. Por no decir auténticos viejos. Es una patología, tienen algo que no funciona bien. Pero, ¿entonces? ¿Todas las chicas a las que gustan hombres mayores están enfermas?

      Casi siempre les gustan viejos con dinero.

      Hay mujeres así y si eso es lo que les gusta, ¿por qué no podría darles lo que quieren? Pero, ¡oooh!.... ¿qué estás pensando? ¿Te acuerdas de lo que dijo el abogado? «Le confío un tesoro...»

      Ocupo la hora larga de viaje necesaria para llegar a Caorso con más elucubraciones sobre las mujeres, el dinero, los helicópteros, sobre mi vida y sobre mis demasiados años.

      Poco después del peaje llego a la entrada de una gran explanada donde están alineadas decenas y decenas de furgonetas, camiones, tractores, excavadoras, grúas, hormigoneras y vehículos similares. Es la sede de la organización de ventas donde se expone el helicóptero. Entro, aparco y me dirijo hacia el helicóptero, que sigue estando en el mismo sitio. Ahora que lo veo de cerca lo reconozco: es un helicóptero construido en Italia por Breda Nardi con licencia de Hughes. Por las siglas de registro veo que es un aparato que usé hace muchos años para algunos vuelos de instrucción. Siento una pequeña nota de nostalgia.

      —Buenos días, señor. ¿Puedo ayudarle en algo?

      Me ofrece una tarjeta de visita junto con la más típica sonrisa de vendedor. Leo: Primo Airoldi - Máquinas nuevas y usadas de todo tipo - Venta y alquiler. Debajo la dirección, los números de teléfono y el correo electrónico.

      —Buenos días, soy Cavicchi. Creo que sí. Iba por la autopista, he visto este helicóptero y me ha entrado curiosidad. No me importaría llevármelo a mi jardín para que jugaran con él mis sobrinos.

      —Bueno, aún no se puede decir que sea una chatarra. Todavía está en buen estado y podría incluso volar. Lo que le impide volar en realidad es la burocracia, porque ha sido inhabilitado por el RAN y no tiene documentos válidos.

      Deja de hablar. Entiendo que espera mi petición de una aclaración y decido contentarlo. No quiero que sospeche de mis conocimientos.

      —¿Qué es el RAN? —la sonrisa de satisfacción que ilumina la cara de Airoldi me hace comprender que he dado en el clavo.

      —Es el Registro Aeronáutico Nacional, el equivalente del Público Registro de Automóviles, el PRA.

      —Ah, entiendo. ¿Y por qué ha sido inhabilitado?

      —Como con los coches, si el registro sigue siendo válido hay gastos anuales aunque no se utilice el vehículo. Además, muy importante, entra en el cálculo de la declaración de la renta. Si el dueño no quiere revisarlo por el alto coste que eso conlleva y no encuentra un comprador por esa misma razón prefiere anular los documentos oficiales.

      —Entonces es verdad que podría volar.

      —Uf..., con unas cuantas reparaciones... podría intentar reconstruirlo como un helicóptero para aficionados... si quiere me puedo informar.

      —No, se lo ruego. Solo me interesa para tenerlo en el jardín. Soy un apasionado de la aviación, pero en el suelo. Solo vuelo con aviones de aerolíneas para ir de vacaciones.

      Estoy satisfecho de ser un incompetente creíble. Prefiero exagerar que hacerle sospechar que pensamos repararlo para que pueda volar.

      —¿Quiere verlo?

      —Sí, y también saber cuánto cuesta. Sabe, me ha hablado sobre todo del buen estado en el que está y esto me hace pensar que se está preparando para apuntar muy alto.

      —Por favor, no cuesta nada. Por lo menos le querrá dar el valor del aluminio, ¿no?

      —¿Que sería...?

      —Sería... se lo puedo dar por la mísera cantidad de cincuenta mil euros.

      Abro mucho los ojos y digo con aparente sorpresa: —¿Cincuenta mil? ¿Hay cincuenta mil euros de aluminio en ese armatoste?

      No quiero que piense que ya estoy convencido y que le daría incluso cien mil si me los pidiese.

      —Mírelo bien, también por el interior, todavía tiene todos los instrumentos y la tapicería es perfecta.

      Mientras tanto hemos llegado, pasando entre camiones y tractores, hasta el sector de la vasta explanada donde se encuentra el helicóptero. A primera vista las palas no me parece que estén en buen estado, pero de todas formas, por seguridad, las habría cambiado. El interior está bien, tal y como ha dicho el vendedor. A pesar de que falta algún instrumento.

      —¿Y esos agujeros? —pregunto señalando espacios vacíos en el tablero de mandos.

      —Bueno, sí, esos faltan, pero si lo va a usar para jugar podrá taparlos con piezas

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