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—su codazo me devuelve al mundo real. Lo maldigo para mis adentros: estaba muy bien en mi paraíso.

      —Buenos días, abogado. Le presento a Sante Genovese, un compañero piloto, y a Aurelio Armellini, el técnico que nos permitirá volar.

      Después, dirigiéndome a mis amigos:

      —El abogado Italo Martinelli-Sonnino, el cliente que nos ha encargado esta reconstrucción, y su novia, la señorita Jessica Rizzoli.

      —Señores, es un honor conocerles y quiero decirles enseguida que estoy muy satisfecho de este inicio tan positivo.

      —Nos alegra saberlo —respondo en nombre de todos.

      —Buen trabajo, buen trabajo. Pero me parece pequeño, ¿podrá transportar el peso que le dije?

      —Cuatro personas y cien kilos a dos mil metros. Con cuidado, pero podrá. Es el mismo helicóptero que usaban los americanos en la guerra de Vietnam.

      —¿Usaron mi huevecito en la guerra? —Jessica se entromete en la conversación.

      —No este, este es un modelo civil italiano, pero con sus primos americanos sí.

      —¿Entonces es un diablillo?

      —Bueno, no lo diría así. Digamos que depende de los pilotos y del uso que le den.

      —¿Me enseñará a ser un piloto diablillo?

      Me parece que me tomas el pelo, pero da igual. Diviértete como quieras. Seré tu bufón, tu payaso. Te contaré mil y una historias. Me bastará con poder estar cerca de ti y respirar el perfume de tu piel.

      — Comandanteee, ¿en qué está pensando?

      —¿Qué? Ah, sí, le enseñaré a pilotarlo sin problemas, es un helicóptero que conozco perfectamente.

      —¿Podríamos pintarlo? —pregunta el abogado—. Así, blanco y rojo, es demasiado vistoso. Ha hablado de Vietnam y me gustaría que tuviera un color mimético.

      —Si quiere podemos darle el color verde aceituna que usaron los americanos.

      —Perfecto. Hágalo, háganlo, como vean.

      —Dentro de unos días —le informo—, le diré dónde tiene que transferir una cantidad ya bastante elevada. La semana que viene Genovese irá a una cita para comprar los componentes principales: motor, transmisión, un juego completo de palas, las grandes y las pequeñas, y otras cosas. Yo me ocuparé del equipamiento del taller y necesitaremos una furgoneta. Una Fiat Ducado nos vendría bien. Pero sería mejor que eso lo comprase usted.

      —De acuerdo, me ocupo de la furgoneta. ¿Conseguirá respetar el presupuesto?

      —Estas son solo las primeras compras. Todavía no sabemos la cifra exacta. Para los componentes principales será cerca de cuatro cientos mil.

      Veo que está esperando más información.

      —Para el equipamiento del taller no sabría decirle, pero son cosas caras.

      —¿Conocéis a los custodios? —pregunta, cambiando de tema, para dar la impresión de que ha comprendido todo—. No están siempre en la villa. Les he avisado y saben que no deben alimentar la curiosidad de nadie.

      —Nos cruzamos con ellos cuando trajimos el helicóptero. No se puede decir que les conozcamos. Se mantuvieron alejados. Se ve que saben respetar sus órdenes.

      —Les diré que pueden acercarse, quizá podríais necesitar algo en algún momento. Pero prefiero que sean prudentes. Si lo necesitáis, podéis pedirles que os preparen habitaciones, ya les he informado de esta posibilidad.

      —Gracias, eventualmente usaremos este recurso. Todos vivimos a distancias razonables, y por ahora preferimos volver a nuestras casas.

      Mira alrededor sin cambiar de expresión y pregunta:

      —¿El transporte del helicóptero fue fácil?

      Sé a qué se refiere.

      —El camión estaba cubierto por una lona y no se podía ver su interior en la autopista. Hemos buscado un transportista de Lacio especializado en vehículos aéreos. Los conductores están acostumbrados a mover este tipo de mercancía por toda Italia y no hacen preguntas. Y además no son de aquí.

      —Muy bien. Entonces les deseo buen trabajo.

      Se dirige a la puerta. Jessica le sigue saludándonos con la mano y caminando de espaldas. Sonríe. Es una visión maravillosa.

      —¿Me equivoco o te gusta la chica? —pregunta Sante.

      —Vosotros también podéis ver lo guapa que es. Claro que me gusta. ¿A vosotros no?

      —Sí, pero no nos quedamos atontados. Tienes que controlarte. El abogado te ha mirado durante unos segundos con el ceño fruncido y ni siquiera te has dado cuenta.

      Suspiro profundamente.

      —Bah. No sé qué decir. Es una cuestión estética. Me gustan las cosas bonitas, como los cuadros de Caravaggio o las esculturas de Donatello.

      —A veces me pareces un auténtico imbécil —sentencia Sante.

      Cruzo mi mirada con Aurelio, que levanta los ojos al cielo, para señalarme que él piensa lo mismo.

      Si hasta Aurelio se compadece de mí tengo que llevar más cuidado. Pero si no me doy ni cuenta, ¿qué puedo hacerle? Tendré que comprarme un CD con un curso de autoayuda y escucharlo por la noche. Tendré que grabar en mi cabeza: «Esa chica no representa nada para ti, no te gusta Jessica, no te gustan sus piernas, sus tetas son feísimas, tiene un culo blando que se le cae, tiene los ojos de color verde marchito, tiene pelo amarillo y graso, una nariz de bruja, los labios son... son...»

      «Eres un cretino». Esto tendría que grabarlo varias veces; «eres un cretino».

      VI

      19 de junio

      Sante va directamente del 737 de Ryanair a la extensión que lo lleva al terminal. No lleva equipaje, por eso se dirige rápidamente al hall de llegadas del aeropuerto Stansted de Londres. Busca a su amigo entre las personas que están esperando. Por suerte el antiguo mensaje telefónico seguía siendo válido y ha conseguido organizar un encuentro en Londres. Lo encuentra fácilmente porque, con su metro noventa de altura, sobresale entre los demás.

      —Sante, dear friend. How are you?

      —Hola Robert, how long...?

      Se saludan dándose un abrazo y palmadas en la espalda. Después, al darse cuenta de que están dificultando el flujo de los otros pasajeros, se apartan a una zona donde hay asientos libres.

      —Querido amigo. Me alegra muchísimo volver a verte. Y no lo digo solo por el trabajo.

      —Después de todos estos años has mejorado muchísimo tu italiano: lo hablas mejor que yo.

      —Eh, dear Sante, sabes que tu bello país tiene muchas fábricas importantes de armas y, con mi trabajo, ya sabes, noblesse oblige.

      —Pero eso es francés.

      —A veces me equivoco, porque ellos también tienen buenas fábricas.

      —También hablabas ruso, si me acuerdo bien.

      Точнее, не большой, но достаточно для бизнеса.

      —¿Es decir?

      —Exacto, no muy bien, pero suficiente para los negocios.

      —A propósito de negocios, como te dije, no me quedo esta noche. El vuelo de vuelta a Milán es a las nueve.

      —Qué lástima, dear friend. Pensaba llevarte a un lugar que te habría gustado.

      —La última vez elegiste un sitio que se

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