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práctica y normas (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1991).]; al menos para ciertos propósitos, Raz ha revisado posteriormente su terminología y ha sustituido este término por el de «razones protegidas». Este cambio no es importante para nuestros actuales propósitos.

      18 Esta expresión refleja deliberadamente el título de la obra de R. M. Hare El lenguaje de la moral (México: UNAM, 1975). Tanto personalmente como por sus escritos, Hare provocó mi interés en muchos de los asuntos tratados en el presente libro, aunque mis ideas han terminado por desviarse un poco de las suyas.

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      Valores y naturaleza humana

      1. LA IMPORTANCIA DEL LENGUAJE

      Añadamos a esto el reconocimiento de la conexión entre el lenguaje como habla, por medio de la vocalización o los signos, y la invención y el desarrollo de la escritura. Los mensajes en un lenguaje que empezó siendo escrito, después impreso y ahora encriptado digitalmente crean en los humanos una habilidad extraordinaria que nos ha distinguido progresivamente de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés y los bonobos, cuyo código genético es increíblemente similar al nuestro. Esta es nuestra capacidad para comunicarnos a una distancia tanto espacial como temporal, así como para acumular conocimientos generación tras generación, que se vuelven cada vez más especializados en las ramas del conocimiento que podamos dominar y así, de manera casi inevitable, se produce una división social del trabajo cada vez más avanzada. Esto implica la capacidad de desarrollar una sociedad civil cada vez más extensa, que a su vez requiere la extensión de una confianza al menos provisional entre un número cada vez mayor de personas que no se conocen personalmente. Esta idea le resultará familiar a cualquier lector de Adam Smith.

      El civismo de la sociedad civil, así como la confianza impersonal que requiere y sustenta, es un logro notable en la medida que los humanos consiguen alcanzarla y mantenerla. Al menos en tiempos recientes, ha dependido de la creación y el mantenimiento de Estados constitucionalistas, Estados con alguna distribución constitucional de poderes que facilite la vigilancia y el equilibrio de quienes ostentan diferentes poderes a lo largo del tiempo. Solo en los Estados constitucionalistas de este tipo la democracia ha sido una posibilidad a largo plazo. Por supuesto, nada de esto está dictado por el código genético, ni tampoco su creación se ha logrado por medio del razonamiento a priori. No obstante, sigue siendo cierto que tales desarrollos han sido posibles para los seres humanos debido a nuestra naturaleza, y debido a que somos capaces de aprender cómo mejorar lo que ha evolucionado con nosotros. Siempre se nos presenta la fragilidad del civismo y la civilización, y la lección de sucesos tales como los de Irak entre 2003 y 2008 nos advierte de que es mucho más fácil destruir que reconstruir. El impulso de destruir también es parte de nuestra naturaleza, pero es uno del que nos pueden resguardar nuestras instituciones.

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