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de usarla. No tenemos ninguna gramática sobre la que escribir a menos que ya estemos hablando la lengua cuya gramática queramos investigar. Al estudiar y construir una gramática, estamos averiguando las normas implícitas de la comunicación correcta que ya estamos usando. La lección de esto es que los humanos usamos normas antes de crear normas, o de legislar. Si esto es así, se sigue que nuestro sentido del deber y de la obligación hacia los demás es y tiene que ser anterior a cualquier imposición autoritativa de reglas. Si no fuera así, las instituciones civiles nunca podrían haberse desarrollado.

      No es un hecho meramente contingente que un ser humano de aquí o de allá hable alguna lengua. No es un hecho más contingente que el hecho de que el bacalao es un animal acuático. Podría no haber existido nunca ningún animal acuático vertebrado, y la especie del bacalao podría no haber evolucionado nunca como lo ha hecho. En ese sentido, la naturaleza acuática del bacalao es contingente. Del mismo modo, los animales terrestres bípedos implumes con la capacidad del habla podrían no haber evolucionado nunca. En ese sentido, la existencia de los humanos como animales que hablan es contingente. Sin embargo, dado el curso que ha tomado la evolución, los animales que los humanos pueden reconocer como pertenecientes a su propia especie tienen necesariamente una capacidad para la comunicación lingüística, y (como ahora sabemos) existe un código genético para esto en el ADN humano. Los seres que tienen la mayoría de las características humanas pero carecen de esto son lamentablemente deficientes en cuanto al rasgo más característico de nuestra especie. Merecen un gran cuidado y atención, pero no son humanos completos o normales. Esto tiene una profunda implicación. Dado que el habla solo puede desarrollarse en una comunidad humana, es esencial pertenecer a una comunidad para ejercitar la capacidad humana más fundamental. Vivir en comunidad con otros, por tanto, es de un valor fundamental para los seres humanos.

      2. HUMANIDAD Y ANIMALIDAD

      Permanecer vivo es preferible a sufrir una muerte prematura. La salud es preferible a la enfermedad. Tener un refugio es preferible a dormir al raso. La amistad es preferible a la enemistad. El amor es mejor que el odio. Tener los miembros en buen estado es mejor que tenerlos rotos o raquíticos. La abundancia de alimentos es mejor que las raciones de supervivencia. El agua limpia es mejor que el agua salobre o contaminada.

      ¿Qué se le podría decir a alguien que pusiera en duda estas afirmaciones o que dijera que solo expresan mis valores subjetivos? No hay mucho que decir aparte de «¡bobadas!». Un ser humano en cualquier situación imaginable no solo preferirá unas de esas opciones a las otras sino que, si está consciente y en su sano juicio, considerará que unas son objetivamente preferibles a las otras. No solo las prefiero yo; cualquiera lo haría y, si alguien asegurara que no, tendríamos que oír alguna razón especial de por qué no.

      Por supuesto, las circunstancias pueden alterar los casos. Cuando Ronald Ross estaba trabajando en su teoría de que la malaria es una enfermedad de transmisión sanguínea propagada por insectos, inevitablemente se expuso a picaduras de mosquito y por tanto a la enfermedad cuya causa estaba tratando de descubrir. Se expuso voluntariamente a la enfermedad y actuó razonablemente al hacerlo, aunque también heroicamente. Sin embargo, lo que Ross hizo no se entiende como la expresión de una preferencia por la enfermedad antes que la salud, sino lo contrario. Como médico, quería establecer la causa de una enfermedad con el fin de encontrar un mejor tratamiento y mejores medidas preventivas. Arriesgó su propia salud para mejorar la salud humana en general. Se pueden encontrar todo tipo de casos similares de personas que de una u otra manera arriesgan su vida y su integridad física por compañeros o incluso por extraños en peligro. No lo hacen porque tengan más en consideración la muerte que la vida, o la lesión que la integridad, sino precisamente por el bien de esos valores en las vidas de los demás. El amor es mejor que el odio y la vida es mejor que la muerte, así que arriesgar la propia vida por amor a otro u otros no es un caso de negación del valor de la vida para una persona razonable. Es un reconocimiento de que a veces un valor cede ante otro.

      Los ascetas religiosos también pueden considerar que la renuncia a todas las comodidades ordinarias de la vida es necesaria para enfocar la mente en la devoción a Dios y para expresar la exclusividad de esa vocación. Esto no significa que los bienes que he mencionado no sean bienes, sino que a veces sacrificarlos promueve un bien mayor. Tal vez esta forma de pensar pueda hacer inteligible incluso la conducta del terrorista suicida que cree que para dar testimonio de la verdad de su religión, o para denunciar injusticias cometidas contra todo un pueblo, se requiere nada menos que el autosacrificio y el asesinato arbitrario de desconocidos. Sin embargo, aunque esto sea inteligible, sigue siendo incorrecto. La ponderación de valores es totalmente incorrecta en este caso, aunque es posible comprender que una creencia equivocada sobre sus pesos relativos podría motivar a una persona a actuar de esta manera radicalmente inhumana. En cambio, el asceta religioso, por muy extraños que puedan resultar sus valores para otras personas, al menos no daña a ninguna otra persona cuando los busca.

      La sexualidad también es parte de la animalidad y la satisfacción de los impulsos sexuales es buena. La expresión de esto en las uniones heterosexuales también es el medio de preservar la especie en general, y en el interior de una comunidad humana es la garantía de su preservación como comunidad durante generaciones. El cuidado de los jóvenes y su protección de los desastres, las enfermedades y los ataques de otros humanos u otros animales tiene valor para nosotros al igual que para todos los animales. Es parte de los bienes de la vida.

      La comunidad es esencial para desarrollar el carácter de un ser humano como persona con capacidad de habla. El logro de otros bienes esencialmente animales tales como los que hemos considerado aquí también es posible en el contexto de una comunidad con otros humanos, tanto en unidades familiares estrechas como en otras más amplias, donde la amplitud es una cuestión contingente que depende del desarrollo social en un lado u otro. Entre las formas en que la comunidad con otros tiene valor para los humanos debemos incluir la posibilidad de la defensa mutua cooperativa contra los males a los que estamos expuestos. Sin embargo, forma parte de la dualidad de nuestra naturaleza el hecho de que otros humanos son capaces de ser los autores de esos mismos males, incluyendo los peores imaginables, como puede apreciar con espantosa claridad cualquier visitante del museo del campo de exterminio de Auschwitz. Los humanos son capaces de cooperar en comunidad y de apoyarse mutuamente. También son capaces de hacer crueldades, engañar, abusar, asesinar y muchas otras cosas tanto entre comunidades como dentro de una misma comunidad. De hecho, las comunidades posibilitan las formas de fuerza colectiva por medio de las cuales pueden perpetrarse más eficazmente esos males.

      La seguridad que pueden tener los humanos en grandes números depende de los términos de coexistencia de quienes se han reunido. Solo sobre la base de unas normas compartidas —y respetadas— contra la violencia y la crueldad mutuas es preferible la comunidad a la soledad, y sin embargo la comunidad bajo normas aceptables es esencial para el desarrollo humano. Unos términos desiguales de coexistencia social pueden resultar mejores que ninguna coexistencia desde el punto de vista de quienes están en el lado perdedor de la desigualdad. Estas son las mismas personas que —como en el caso de los esclavos o, en muchos contextos sociales, las mujeres y los niños— no tienen la opción de salir de la comunidad ni tampoco tienen una voz efectiva en ella. Las sociedades humanas pueden ser con la misma facilidad lugares de males naturales o de bienes naturales.

      Esto no significa que el bien sea algo diferente de un bien donde y para quien se realice. Por repetir lo que ya se ha dicho: permanecer vivo es en efecto preferible a sufrir una muerte prematura. La salud es en efecto preferible a la enfermedad. Tener un hogar es en efecto preferible a dormir al raso. La amistad es en efecto preferible a la enemistad. El amor es en efecto mejor que el odio. Tener los miembros en buen estado es en efecto mejor que tenerlos rotos o raquíticos. La abundancia de alimentos es en efecto mejor que las raciones de supervivencia. El agua limpia es en efecto mejor que el agua salobre o contaminada. Quienes tienen acceso a todo eso están sin duda en mejores circunstancias. Quienes no tienen acceso son efectivamente desafortunados. Su desgracia puede estar directamente

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