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haciendo los descuentos apropiados según los grados relativos de probabilidad. Esa es una posibilidad a la que volveremos en el capítulo 6 pero, mientras tanto, dejemos anotadas aquí tres objeciones. La primera es que la capacidad de las personas ordinarias para calcular tales cosas, si es que son calculables, es en el mejor de los casos limitada, dados todos los problemas de probabilidad y la dificultad de medir la intensidad interpersonal de los placeres. La segunda es que puede implicar un replanteamiento de la pregunta en otros términos en lugar de una respuesta a la pregunta original. Incluso aunque podamos traducir las opciones a unidades netas de expectativas de placer (todos los placeres menos todos los dolores) o alguna otra unidad neta, no está justificado asumir que lo que constituye la bondad de los bienes con los que partimos sea simplemente su producción de placer o alguna otra base común similar de medida. La tercera se refiere a la satisfacción de preferencias. El razonamiento práctico se refiere a lo que es racional preferir en una situación de elección, así que es presupuesto por el utilitarismo de la satisfacción de preferencias en lugar de ser explicado por él.

      Es mejor por el momento detenerse y dudar de todo el proyecto de «medida», así como las ideas presentadas sobre la «fuerza» y el «peso». Las deliberaciones reales parecen diferentes de este tipo de ejercicio. Para explicar por qué esto parece ser así, puede que valga la pena permitirme una modesta digresión autobiográfica.

      En 2003, a la edad de 62 años, yo era un Miembro del Parlamento Europeo (MPE), cargo para el que había sido elegido en 1999. En el momento de mi elección, la Universidad de Edimburgo me había concedido una excedencia de cinco años de la Cátedra Regius de Derecho Público, con la condición de volver a mi puesto académico tras servir durante un mandato como MPE. La alternativa sería que continuase como MPE pero renunciase a mi plaza en la Universidad al principio del siguiente mandato. Para junio de 2003 ya era necesario que decidiera si iba a anunciar que estaba disponible como candidato para la reelección en las elecciones de junio de 2004 o no. Había razones muy convincentes para suponer que, si me presentaba como candidato, casi con toda seguridad sería reelegido como uno de los dos (o posiblemente tres) representantes de mi partido político (el Partido Nacionalista Escocés) para representar de nuevo a la circunscripción de Escocia durante los años 2004-9.

      Yo era muy consciente de que me encontraba en una posición inusual, y de hecho en una inusualmente afortunada. En un momento de la vida en el que pocas personas tienen alguna opción de trabajo, yo tenía que elegir entre dos trabajos que me resultaban ambos muy atractivos. Los dos estaban bastante bien pagados, más o menos al mismo nivel de remuneración económica, en el rango medio o superior de los sueldos de los funcionarios públicos, aunque muy por debajo de las remuneraciones que reciben quienes tienen éxito en los negocios o en la práctica del Derecho. En términos de necesidades y deseos materiales, incluyendo el deseo de poder ayudar a los miembros de mi familia a quienes les pudiera surgir alguna necesidad, mi situación sería en cualquier caso tan buena como deseaba. Tenía unos ingresos con los que podía vivir con comodidad mientras ahorraba unos modestos excedentes para contingencias.

      Disfrutaba mucho con mi trabajo como MPE. Es emocionante representar a los propios conciudadanos en una gran asamblea democrática, intentando resolver problemas de los individuos y conseguir buenos resultados en proyectos que tienen un impacto en comunidades o sociedades enteras. Durante el proceso uno participa en debates bastante profundos en comisiones parlamentarias especializadas y en deliberaciones de su grupo del partido cuando se toman decisiones sobre la línea colectiva del grupo acerca de cuestiones importantes que surgen en el Parlamento. Uno puede expresar su postura en debates grandes pero bastante formales, y a menudo con escasa asistencia, en las sesiones plenarias. Uno se relaciona regularmente con funcionarios públicos, tanto a nivel de la Comisión Europea como al propio nivel nacional, por medio de representantes del gobierno del Reino Unido y del gobierno de Escocia (actualmente transferido), y a menudo uno se encuentra también con los de otros Estados miembros. En la sede central, los miembros del equipo mantienen un contacto continuo con individuos y grupos de interés, y hay importantes puntos de contacto con el partido político como organización y con sus representantes en ayuntamientos y parlamentos (el escocés y el inglés, en este caso). Se hacen muchas visitas a sedes locales del partido en todo el país, y por medio de ellas uno conoce a otros representantes públicos y activistas de varias organizaciones que comentan cuestiones sobre las políticas de la UE. También se tienen que hacer bastantes viajes por Europa para estar al tanto de las actividades y las preocupaciones de partidos hermanos en otras naciones y regiones cuya causa uno representa colectivamente en el Parlamento Europeo. Todo esto es difícil y trabajoso, pero para alguien con una mentalidad determinada es extremadamente satisfactorio y (en ese sentido) gratificante. Es cuestión de encontrar el propio bien y la propia realización personal en actividades que sirven para lo que uno considera aspectos verdaderamente importantes del bien común y de la justicia que afectan a las comunidades a muchos niveles en la gran confederación de la Unión Europea.

      Un aspecto negativo de mi puesto como MPE, para mí, resultó ser que excluía casi totalmente tener tiempo para leer con seriedad algo de filosofía jurídica y política, ni siquiera obras muy pertinentes para mi trabajo. Por la misma razón, se volvió cada vez más difícil para mí durante mis años como MPE contribuir a debates de alto nivel en esas disciplinas. Hice una buena cantidad de periodismo pero relativamente poca escritura académica sustancial. En el momento de mi primera elección había asumido que sería posible organizar una agenda equilibrada con algún espacio para mis intereses académicos incluido en mi trabajo parlamentario. Sin embargo, las exigencias diarias del trabajo parlamentario refutaron esa expectativa y me dejaron con muy poco tiempo para el tipo de lectura y de reflexión que se necesita en la academia.

      Las exigencias físicas del trabajo también eran considerables, con vuelos frecuentes que a menudo salían a horas muy tempranas de la mañana y con todo el desgaste de los viajes contemporáneos de larga distancia. Aparecieron algunos signos de que eso iba a pasar factura tanto en mi propia salud como en la de mi esposa.

      En cuanto a la idea de regresar a la Cátedra en Edimburgo, también había grandes alicientes, que se mencionaron parcialmente en el capítulo 1. Tenía un trabajo inacabado que era importante para mí, el de completar la contribución de toda una vida (de la calidad que sea) a la filosofía del Derecho, cuya conclusión es el presente libro. También contaban mucho la compañía de mis colegas académicos tanto en Edimburgo como en otras partes, así como el contacto con los estudiantes y la contribución a su aprendizaje. Surgió un factor adicional por la coincidencia de que el tercer centenario de la fundación de la Facultad de Derecho cayera en el año 2007. De hecho, estaba específicamente asociado con mi propia Cátedra, que tenía el título bastante inusual de «Derecho Público y Derecho de la Naturaleza y las Naciones», establecida ese año por la Reina Ana siguiendo el consejo del gobierno escocés de aquel tiempo. También parecía posible que pudiera contribuir de manera diferente al menos a algunas de las metas y algunos de los ideales más amplios, incluso de toda Europa, en los que estaba involucrado como MPE desde la perspectiva diferente de un académico senior y un miembro de varias sociedades académicas. Además, volver a mi hogar en Escocia a tiempo completo haría que fuese más fácil hacer una contribución continuada, aunque reducida, a la política escocesa.

      Sabía que, hiciera lo que hiciera, decepcionaría a algunos buenos amigos, quienes habrían preferido que tomase el otro camino. Por otro lado, mi esposa y mi familia se alegrarían de ver el final de mis extenuantes viajes semanales hacia y desde las sedes del Parlamento Europeo en Bruselas y Estrasburgo.

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