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quiere dinero y se lo daremos si es necesario con tal de recuperar a nuestra hija.

      —Escúcheme bien, si contactan con ustedes para pedir un rescate, háganmelo saber de inmediato. No se les ocurra pagar sin contar con nosotros, no tienen ninguna garantía de que una vez esté efectuado el pago la vayan a liberar —insistió la sargento.

      —¡Es mi hija! Decidiré yo lo que considere oportuno si llega el momento. No crea que me voy a quedar de brazos cruzados esperando que una sargento y un agente de la Benemérita encuentren a mi hija. Tengo detectives privados investigando para mí. Sea quien sea esa gente, no sabe con quién se está jugando los cuartos —exclamó con cierto enfado Oriol.

      —No intervenga, señor Grau i Moncada, solo va a empeorar las cosas, aunque ya vemos que no nos vamos a entender. Le advierto que además podría ser constitutivo de delito.

      —¿Hemos terminado, sargento? —exclamó Oriol, haciéndole saber a Antonia que no iba a quedarse esperando a ver pasar los acontecimientos.

      —De momento. Buenas tardes. Vamos, Iñaki, aquí no tenemos nada más que hablar. Por el momento.

      La sargento y el agente salieron de la habitación y se dirigieron por el pasillo de nuevo al ascensor.

      —No ha ido tan mal, ¿no? —comentó Iñaki.

      —Podría haber sido peor.

      —Buen colofón a un jodido día de junio.

      Bajaron en el ascensor hasta el hall y se dirigieron al aparcamiento del hotel.

      —¿Sigue en pie lo de mañana a las ocho? Porque me va a tocar poner un poco en orden toda esta cantidad de mierda —preguntó Iñaki.

      —Joder, lo dices como si fuera una cita. Y sí, mañana nos veremos a las ocho con las legañas en los ojos, pero este tipo de casos son los que me revientan, una cría desaparecida y nosotros solo podemos intentar encajar las piezas de un puzle para salvarle la vida.

      —Mañana nos vemos, sargento —respondió Iñaki con una risa jocosa.

      La sargento se subió a su vehículo y se marchó. Iñaki por su lado también abandonó el hotel.

      Camino de casa, la sargento Borrás no podía dejar de darle vueltas a todo lo sucedido durante el día, pensando en la complejidad del caso que le había tocado resolver. Con la mirada perdida, conducía su vehículo como si fuera una autómata. Se pasaba una y otra vez la mano derecha por la cabeza, desde su frente hacia atrás llegando hasta la nuca y se masajeaba las cervicales, que le dolían fuertemente.

      Al llegar a su domicilio entró descalzándose, ya que sus pies la estaban matando. Se dirigió al cuarto de baño, tomó una ducha caliente y se preparó un sándwich en su pequeña cocina en forma de isla de su pequeño apartamento en un barrio popular de Palma con vistas a la Catedral.

      La sargento se sentó con las piernas cruzadas sobre un sofá poniendo el plato con el sándwich sobre la tapicería azul.

      De su habitual mochila negra extrajo su ordenador portátil y lo colocó sobre una mesa baja que se encontraba frente al sofá del salón comedor. Clavó sus negros ojos en él sosteniendo con los dedos índice y corazón de su mano derecha un botellín de cerveza. Así se mantuvo unos segundos y, acto seguido, levantó la tapa del ordenador portátil diciendo en voz alta:

      —¡Voy a por ti, cabrón!

       Capítulo 2

       Una pizarra en blanco

       Martes, 25 de junio, 08:00 h Cuartel de la UCO, Palma

      Tal como la sargento Borrás había comentado, a las ocho de la mañana tenía que reunirse con el agente Iñaki para empezar a componer las piezas del rompecabezas del caso.

      Con los ojos rojos de haber dormido poco y entre bostezos, la sargento Borrás entró en la sala operativa donde establecería el centro de mando de la investigación. Allí de pie ya le esperaba Iñaki con dos vasos de café de la máquina de bebidas calientes.

      —Buenos días, Antonia, parece que hemos dormido poco esta noche.

      —Poco y mal. Quemando la salud, como decía una vieja canción que escuchaba mi padre, no recuerdo ahora de quién era.

      —Aquí tienes un café cargadito.

      —Gracias, hoy voy a necesitar media docena de estos.

      En uno de los laterales de la sala operativa color verde oscuro se encontraba la pizarra blanca donde se iría creando el tablero de investigación con las fotografías y anotaciones que fueran relevantes. En ese momento aún se encontraba totalmente en blanco.

      La sargento Borrás se quedó de pie frente a la pizarra y la miró fijamente. Pasó unos segundos mirándola en silencio, unos segundos que parecían eternos, hasta que al final se giró y se acercó a la mesa donde Iñaki tenía preparadas las carpetas con los datos que había podido recopilar y procesar. Para Iñaki también había sido una noche larga.

      —¿Tienes la foto de Mireia? —preguntó a Iñaki.

      —Aquí la tienes.

      La sargento se dirigió de nuevo hacia la pizarra y se detuvo unos segundos con la fotografía de Mireia en las manos.

      —No hay nada que me dé más miedo que este momento, Iñaki, el momento en que la pizarra está totalmente en blanco y hay que colocar la primera foto. Esa primera foto que te dice que estamos al principio del todo, esa primera foto de la cual irán saliendo flechas hacia otras fotos y notas, esa primera foto que nos recuerda que sabemos desde dónde y cuándo empezamos, pero que no tenemos ni puta idea de cuándo y a dónde llegaremos.

      —Siempre es un momento jodido, Antonia, pero es necesario dar el primer paso para recorrer el todo el camino.

      La sargento seguía manteniendo la fotografía de Mireia en sus manos, dio un suspiro y la colocó en el centro de la pizarra. De la parte derecha cogió un pequeño imán negro de los varios que había y lo colocó sobre la imagen. En la parte inferior de la superficie había varios rotuladores especiales para este tipo de pizarras. La sargento eligió el rotulador rojo, lo destapó y olfateó la punta del rotulador. Acto seguido escribió bajo la fotografía de Mireia: «DESAPARECIDA».

      —Ya está, inaugurado el mosaico. Siempre me ha encantado oler estos rotuladores cuando los abres —comentó la sargento.

      —Qué casualidad, a mí también me encanta cómo huelen.

      —Venga, vamos al lío. Veamos qué sabemos hasta ahora.

      Iñaki permanecía sentado detrás de una mesa con las carpetas abiertas sobre la superficie. El agente buscó entre los papeles los datos que tenían de Mireia y comenzó a responder a las preguntas.

      —Mireia Grau i Moncada, diecisiete años, nacida en Barcelona, alumna de EIAR, formaba parte del grupo que está de viaje de estudios en Magaluf. La última vez que fue vista fue pasados unos minutos de las veintitrés horas en la terraza del Hotel Night Beach. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ella. Hija de familia bien al igual que el resto de sus compañeros. Por lo que hemos podido averiguar en los interrogatorios a sus amigos, la han definido como «jodidamente rica», «caprichosa», «borde» y que «disfrutaba de ser la más guay y rica del insti». No se le conoce pareja estable, pero, por lo que sus compañeros dicen, sobre todo en las fiestas no le faltaba sexo con chicos, chicas o ambos a la vez. Aunque no solía beber entre semana, al parecer los fines de semana y en las fiestas era una verdadera esponja, sobre todo de champán acompañado de alguna que otra rayita.

      —Vamos, una verdadera joyita, la niña.

      —Desde luego, la hija que yo no querría tener.

      —¿Qué tenemos de Tania?

      Iñaki sacó la fotografía de Tania

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