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      El príncipe Guangxu

      En palacio sucedían desgracias inesperadas, a los cuarenta y cuatro años, la dama Tzu-An, hermana de Cixí, enfermó de la noche a la mañana, aunque su salud siempre había sido buena, y a los dos días murió. Esto bastó para que en la corte y en las embajadas extranjeras, empezasen a correr los rumores de que Cixí la había envenenado. Nunca se ha podido probar nada, pero, como dice el refrán, habla que algo queda. Mientras tanto el emperador había llegado a la edad de dieciocho años, y se hizo evidente que debía casarse.

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      El eunuco Li Lien Ying

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      Fotografía real de las candidatas a concubinas

      Naturalmente, la responsabilidad de esta elección recaía de nuevo sobre la emperatriz, pero esta vez decidió hacerse aconsejar por su eunuco favorito: Li Lien Ying. Este le recomendó a una sobrina de la soberana, prima hermana del emperador, ya que era hija del duque Guixiang, hermano de Cixí.

      No era una joven guapa ni siquiera elegante, pero lo que importaba es que era totalmente fiel a las ideas de su tía y la emperatriz no deseaba otra joven como la dama Alute, que fuera capaz de tomar decisiones o peor aún, discutir sus órdenes. No quería una joven que pensase por sí misma e influyera en el emperador; una muchacha educada, amable y circunspecta sería perfecta. Como principales concubinas se eligieron a las dos hijas del virrey de Cantón, Perla y Jade, que eran hermosas pero bobas, o al menos eso creían la emperatriz y su eunuco. Sin embargo, las cosas no resultaron bien: el emperador despreciaba la compañía de la legítima esposa y buscaba la compañía de Perla, que al fin resultó menos tonta de lo que parecía. La vieja emperatriz se ocupaba de la reconstrucción de uno de los palacios que los diablos extranjeros habían destruido en una de las guerras y, cuando parecía querer retirarse, le llegaron noticias de que el emperador, bajo la influencia de su antiguo tutor, confiaba en algunos intelectuales chinos los cuales le habían persuadido para que aceptase cambios en la manera de gobernar.

      Entre esos cambios figuraba el de permitir a los chinos que se cortaran la coleta, que era la manera de representar la sumisión a la dinastía manchú. Para empezar con las innovaciones, se promulgaron algunos edictos en lo que se conoce como «los cien días de las reformas». La concubina Perla le secundaba en todo, mientras la consorte espiaba para su tía, la emperatriz. Cixí, desde su nuevo palacio, no perdía detalle de lo que estaba sucediendo y esperaba pacientemente.

      La idea de acometer reformas venía ya de lejos, muchos intelectuales como de Kang Yousei y Liang Qichao veían la necesidad de emprender una puesta al día en el Gobierno y administración del Estado, tal y como se estaba haciendo en Rusia y en Japón, sobre todo para mejorar los sistemas de trabajo político y social bajo el poder imperial.

      Kang Yousei fue un académico, figura clave en el desarrollo intelectual de la moderna China. Destacó en el campo de la caligrafía y especialmente como reformista social. Kang abogaba por el fin de la propiedad y de la familia, en aras de un idealizado futuro nacionalismo chino a la vez que citaba a Confucio como un reformista y no como un reaccionario, tal y como hacían muchos de sus contemporáneos. En el exilio se opuso a la revolución; en cambio, favoreció a la reconstrucción de China mediante la ciencia, la tecnología y la industria. Regresó en 1914 y participó en un intento de reinstauración del emperador mediante un golpe de Estado fallido en 1917. Terminó envenenado en 1917.

      La reforma, que terminaría siendo llamada de los Cien Días, debido a su corta duración, ganó el apoyo del emperador Guangxu y comenzó en 1898. En ese año Guangxu, lanzó un programa de reforma que incluía la modernización del Gobierno, la consolidación de los servicios armados y la promoción de la autonomía local. También se inauguró la Universidad de Pekín.

      El decreto de la reforma rezaba así:

      En estos últimos años muchos de nuestros ministros han recomendado una política de reformas, y hemos publicado, en consecuencia, algunos decretos relativos a la organización de Exámenes Especiales de Economía Política, a la supresión de tropas inútiles, a la reforma de los exámenes para los grados militares, así como a la fundación de colegios. Ninguna decisión en estas materias ha sido tomada sin atenta reflexión. Pero nuestro país carece aún de luces y difieren los criterios sobre el camino que debe seguir la reforma.

      Los que se llaman Patriotas y Conservadores, consideran que deben ser mantenidas las tradiciones, y repudiadas sin contemplaciones las nuevas ideas. Estas opiniones extremas carecen de valor. ¡Considerad las necesidades del tiempo presente y la debilidad de nuestro país! Si el Imperio continúa yendo a la deriva, con un ejército sin entrenamiento, unas finanzas desorganizadas, unos letrados ignorantes, unos artesanos sin instrucción técnica. ¿Qué esperanza tenemos de mantener nuestro rango entre las naciones y salvar el abismo que separa al débil del fuerte? Estamos convencidos de que una situación inestable crea en el pueblo la desconfianza hacia la autoridad y causa descontentos, que a su vez, determinan en el Estado la formación de partidos tan opuestos como el fuego y el agua. […] haremos un estudio de todas las ramas de la educación europea que respoden a necesidades reales. No seguiremos repitiendo servilmente teorías superficiales y palabras retumbantes y vacías; nuestra finalidad es la eliminación de las cosas inútiles y el progreso de los estudios…

      Al mismo tiempo que se proclamaba este decreto se publicó otro que recomendaba a los miembros del clan imperial que se fuesen a estudiar a Europa, y hasta a los príncipes de sangre real se les recomendaba que lo hiciesen.

      La reforma introdujo cambios radicales en el atrasado Gobierno chino y sobresaltó seriamente a los manchúes, el clan del Gobierno, que por primera vez veía amenazada su supremacía. La recién iniciada reforma, desde luego, desagradó a sectores conservadores (los llamados «patriotas» y «conservadores»), temerosos de perder el poder debido a la influencia de los reformistas. La figura más destacada de la facción conservadora, la emperatriz viuda Cixí, puso fin a las reformas y dio orden de ejecutar a Kang, quien tuvo que huir a Japón.

      Ciento tres días después de iniciarla, la reforma fue abortada cuando los conservadores en la dinastía efectuaron un golpe de Estado. Aunque muchos reformistas fueron exiliados todavía quedaban aquellos que deseaban tener una monarquía constitucional parecida a la del Reino Unido, lo que permitiría que la familia imperial permaneciese en el sistema político, pero con el poder político orientado al gobierno democrático.

      La emperatriz, hondamente xenófoba, que odiaba y despreciaba por igual a los diablos extranjeros, no podía dejar que la obra de su vida fuese influenciada por esas ideas modernas copiadas, como creía, de los diablos extranjeros. Tras intentar que su sobrino entrase en razón y al ver que al fin no era posible, ella misma fue a la Ciudad Prohibida y tomó de nuevo las riendas del Gobierno. No encarceló al emperador, como han dicho algunos de sus biógrafos, pero sí fue relegado a la condición de mera figura decorativa. Entonces, definitivamente, ella tomó las riendas del poder. Ya no se presentaba ante los ministros velada tras un biombo, se exhibía ante ellos con todo su poderío y decisión, sentada sobre un trono acompañada en escaños inferiores por sus funcionarios y fieles.

      Hay que anotar que tras el nombramiento de su sobrino como emperador, la emperatriz había pensado en retirarse a su palacio favorito, aunque en verdad nunca abandonó del todo su tutela sobre los acontecimientos, pero al ver en marcha aquellas reformas que ella consideró como el declive, fin de su país tal y como ella lo había conocido y entendido, salió al paso para barrerlas de un solo plumazo. Las reformas de los Cien Días serían solo una ráfaga en la eternidad. Nada digno de recordar.

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      Ajusticiamiento

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