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ella se cuidó mucho de guardarse la decisión última en nombramiento de los funcionarios, reparto de recompensas y castigos, así como otros asuntos administrativos. Esto le aseguraba la fidelidad, interesada o no, del personal administrativo y de palacio, así como la del ejército.

      Tras esa larga experiencia ejerciendo el poder, Cixí inició su tercera regencia, en donde ya sin miedo alguno usurpó todos los signos externos del poder que en realidad pertenecían a su hijo, Tongzhi. Recibió audiencia diariamente en el salón grande de palacio y decidía sin el concurse de nadie en los asuntos de Estado. La emperatriz era sin duda autócrata, en nombre de Tongzhi, pero él en verdad no actuaba ni arbitraba. Su presencia era simplemente protocolaria y su actuación nominal.

      Los comienzos de la regencia de la emperatriz fueron duros, pero su ambición le prestó fuerzas. Se levantaba al amanecer, se bañaba y desayunaba.

      Enseguida atendió a las audiencias en el Salón de Audiencias, allí permaneció toda la mañana. Si surgían había de resolver los difíciles problemas y tenía que hacerlo con acierto, pues la dinastía manchú no estaba firme en el trono. Por doquier surgían los descontentos y bastaba un año de malas cosechas para que todo el mundo se levantase en sublevaciones. Ella, Cixí odiaba a los extranjeros, los odiaba y recelaba de ellos.

      Durante la última hora de la tarde, si tenía tiempo, gustaba de pasear por sus jardines, cortar las flores que tanto la cautivaban o incluso pintar. Su vida como mujer no existía; era viuda y se dice que amaba a un hombre, aquel al que había estado prometida desde la cuna; pero sabía que le estaba prohibido. Se conformaba con leer los informes a la luz de las velas e irse a la cama a medianoche, cuando su eunuco entraba en el gabinete y le tocaba levemente en el hombro para recordarle que era hora de acostarse. Su hijo prefirió siempre a su otra madre legal, la emperatriz Zhen, porque a ella la veía más a menudo y porque su carácter era consentidor y cariñoso, y en cambio era a Cixí a quien le tocaba prohibir, marcar horarios y tareas y reñir cuando hacía falta. El niño había crecido y se había convertido en un adolescente, mimado, consentido, y que pasaba excesivo tiempo con los eunucos.

      Con demasiada frecuencia los eunucos, que eran los eran encargados de distraer a los príncipes, solo les ayudaban a ser peor de lo que hubiesen sido por sí mismos, transformándolos en seres caprichosos, mimados y consentidos, cuando no en degenerados y viciosos. La personalidad de los eunucos era confusa de entender porque se les privaba de su masculinidad y a veces se veían obligados a llevar una vida difícil, de lo cual solían vengarse influyendo en demasía en las personas a las que servían, de manera que era complicado saber quién era el esclavo y quién el amo.

      El joven Tongzhi no se caracterizaba por su responsabilidad y sus ganas de trabajar por el bien del país, ese es un apartado que dejaba totalmente a su madre. Él prefería distraerse, gandulear con los eunucos, jugar con trenes que le traían de tiendas extranjeras y además, según se decía en voz baja en los pasillos de palacio, salir por la noche fuera de la Ciudad Prohibida a visitar los mejores burdeles de Pekín, donde le daba igual acostarse con hombres que con mujeres.

      La homosexualidad o la bisexualidad nunca ha sido algo extraño en la cultura china y se dice que el anterior emperador, Xianfeng, también disfrutaba por igual con hombres y mujeres. La emperatriz Cixí, al enterarse de las inclinaciones de su hijo, sabiendo cómo acabó el padre, decidió cortar aquellas tendencias y para ello nada mejor que buscarle esposa aun cuando el joven solo tenía dieciséis años.

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      Salón en la Ciudad Prohibida

      Desde luego Cixí no permitió que fuera su hijo el que eligiera consorte y ella fue la que se arrogó el compromiso de hallar la compañera legal conveniente al futuro Hijo de Cielo. Al fin se decidió por una joven de la misma edad que su hijo, la dama Alute, hija de un influyente manchú. Con este matrimonio la emperatriz esperaba contener las inclinaciones de su hijo dentro de los deberes conyugales y al tiempo distraerlo con una esposa mientras ella continuaba ejerciendo el poder. Sin embargo, las cosas no resultaron como la emperatriz había calculado, la dama Alute le resultó respondona, no se avenía a obedecer a la emperatriz y aun le faltaba al respeto. Además sucedió algo con lo que no contaba la soberana: los jóvenes se enamoraron, con lo que el joven Tongzhi, daba la razón a su esposa y no a su madre. Todo esto era un contratiempo para la autócrata Cixí.

      Deseando alejar a su hijo de la ahora perniciosa compañía de la dama Alute, la emperatriz empezó a enviar al joven la compañía de concubinas hermosas, pues esperaba que estas le apartasen de la dama Alute, la legítima esposa, que tan ingrata se mostraba con ella al no respetar sus órdenes.

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      La dama Alute, esposa de Tongzhi

      Cixí sabía mejor que nadie que su hijo era débil y que no resistiría las tentaciones. Él compartía el lecho con las concubinas que le enviaba su madre y cuando podía también regresaba a sus antiguas costumbres de salir a visitar los peores sitios de Pekín, con estas costumbres pronto contrajo la sífilis y al parecer también contagió a su esposa, la joven Alute. A resultas de esta vida y el mal contraído, su salud era cada vez más débil, oficialmente se dice que contrajo viruela, pero la verdad es que la sífilis acabó rápidamente con su vida. Al fin, sin que las medicinas pudieran hacer algo por él, falleció en 1875.

      La situación de Alute al morir su esposo era peliaguda, puesto que se había enfrentado a su suegra y ella jamás se lo perdonaría. Cuando los funerales terminaron, la emperatriz la llamó a su presencia y le dijo fríamente que si ella se encontrase en la misma situación, seguiría el camino de su esposo hacia las Fuentes Amarillas (mundo subterráneo donde acababan las almas), ya que no había un heredero.

      Ella entendió el mensaje y aquella misma noche puso fin a su vida ingiriendo veneno. Nada ni nadie podían detener a la emperatriz cuando se empeñaba en seguir el camino que se había marcado. El poder seguiría en sus manos por otros cuantos años, tantos como necesitase el nuevo heredero para ser mayor de edad.

      Muerto el hijo de Cixí, el trono necesitaba un nuevo heredero antes de que los clanes manchúes empezasen a inquietarse. El sucesor lógico era el hijo del quinto tío paterno, pero Cixí se las ingenió para que favorecer al menor del séptimo tío paterno, quien además era su sobrino (hijo de su hermana). El niño tenía cuatro años, por lo que Cixí fue de nuevo elegida como regente, junto a la emperatriz Zhen. A este pequeño, Guangxu, lo sacó de su casa y se lo llevó a palacio para empezar a educarlo como a un futuro emperador. Muy pronto corrió la voz de que el pequeño no gozaba de buena salud, tartamudeaba y sufría de ataques de epilepsia.

      Las dos emperatrices quisieron al pequeño, aunque Zhen lo mimase y su tía carnal fuese más dura con él para hacerle fuerte. Pero nunca lo fue y creció débil tanto de cuerpo como de mente. Una vez más los eunucos fueron, en parte, los culpables de su mala educación, porque lo consentían y lo maltrataban a escondidas por igual. A pesar de las órdenes de su tía de que comiera de manera sana, lo alimentaban con dulces y grasas, y cuando sentía dolor en el vientre, se le permitía fumar opio. El resultado fue que Guangxu llegó a ser un emperador débil, como lo habían sido su primo y su tío.

      El Trono del Dragón no dejó de sufrir conspiraciones. Uno de los conspiradores más conspicuos era el príncipe Zaiyi, hijo del príncipe Kung, que se creía con derecho a que su hijo mayor fuera el sucesor si algo le pasaba al emperador y moría sin descendencia.

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      La dama Tzu-An,

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