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casi una cuarta parte de los habitantes del país, todo ello hizo que los ánimos se caldearan y se buscase un enemigo común, los extranjeros y los cristianos, en quienes descargar su ira y su resentimiento.

      Finalmente, las acciones de los bóxers fueron tuteladas, si no instigadas, por Cixí, la emperatriz viuda, que ostentaba el poder. Siguiendo la iniciativa de la emperatriz, varios gobernadores provinciales apoyaron la violenta resistencia de los bóxers en sus jurisdicciones. El asesinato del embajador alemán Von Ketteler disparó los ánimos, y los extranjeros tomaron esta afrenta muy en serio. Los chinos por su parte realizaron actos salvajes, como la quema de algunas iglesias cristianas con todos los fieles dentro. Jung-Lu acudió a hablar con la emperatriz para que parase a los bóxers, pero la anciana dama no quiso escucharle. La guerra estaba servida.

      Fortalecidos por el apoyo de la emperatriz, los bóxers habían saqueado el campo, destruido las estaciones de ferrocarril y las líneas de telégrafos y asesinado a 231 extranjeros y a millares de chinos cristianos.

      El barón Klemens August von Ketteler (Münster, 22 de noviembre de 1853 - Pekín, 20 de junio de 1900) fue un diplomático alemán. Fue educado para ingresar en el ejército, pero renunció a ello en favor de las delegaciones diplomáticas en 1882. Representó al Gobierno alemán en China, Estados Unidos (donde se casó con una estadounidense) y México. En 1899 regresó a Pekín como plenipotenciario. El 20 de junio de 1900, la embajada alemana fue asaltada los rebeldes bóxers. Klemens von Ketteler recibió un disparo mortal por parte de un sargento de tropas irregulares Kansu. Al conocerse su muerte, el Imperio alemán y otras siete naciones más declararon la guerra a China e invadieron Pekín y Manchuria entre 1900 y 1901, hasta que la rebelión bóxer fue destruida.

      El 21 de junio de 1900, la emperatriz, impulsada por su patriotismo, declaró la guerra a todas las potencias extranjeras que «interferían en la vida política china por intereses egoístas». Ante tal peligro, los extranjeros se refugiaron en el barrio de las Legaciones y los bóxers iniciaron un asedio de dos meses a las embajadas en Pekín. Las naciones que sufrieron el ataque, incluyendo Japón, fueron: Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, Austria-Hungría e Italia. Rápidamente se agruparon en una fuerza internacional con la que llegaron a Pekín el 14 de agosto y vencieron fácilmente a los bóxers.

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      La rebelión bóxer

      El ejército de rescate de los aliados se componía de unos 54 000 hombres a las órdenes del general británico Alfred Gaselee, de los cuales unos 5000 eran chinos contrarios a los bóxers, 20 840 japoneses, 13 150 rusos, 12 020 británicos, 3520 franceses, 3420 estadounidenses, 900 alemanes, 80 italianos y 75 austro-húngaros. En julio desembarcaron cerca de Tianjin y pusieron sitio a la ciudad, que cayó el día 14. También capturaron los fuertes Taku, situados en el estuario del río Hai He, y cuatro destructores chinos, labor en la que se destacó el barón Roger Keyes. Tras asegurar la zona, el ejército de Gaselee partió hacia Pekín (a 120 kilómetros de distancia) el 4 de agosto. La marcha fue sorprendentemente fácil a pesar de que en el recorrido se encontraban estacionados unos 70 000 soldados imperiales y un número aproximado de rebeldes armados, que prefirieron evitarlos.

      La emperatriz era una mujer muy terca, siempre segura de sí misma y nada dispuesta a dar su brazo a torcer. No escuchó al único que le hablaba sin interés y con el corazón, el virrey Jung-Lu, y al dar su confianza a los bóxers selló su desgracia. Debería haber sabido que Occidente no perdonaba sus ofensas y por cada uno de sus nacionales muertos, ellos se vengarían matando cuatro chinos. A tal punto llegaba el peligro que, para salvar sus vidas, Cixí y su sobrino, el emperador, se vieron obligados a huir hacia el norte disfrazados de campesinos. La emperatriz solo pudo llevar dos damas y durante los tres meses que duró el viaje, habitó en posadas de mala muerte y, cuando pudo hacerlo, durmió en camas llenas de chinches. Sus comidas fueron cosas impensadas para la vieja emperatriz, col y arroz de mala calidad, como la campesina que fingía ser en su huida.

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      China fue condenada a pagar 333 millones de dólares tras la guerra de los bóxers en concepto de indemnización

      Otro dolor le hirió: se enteró de que su amado palacio de verano, al que dedicó tanto tiempo y dinero en reconstruir, había sido devastado. Hasta su cuarto personal fue saqueado. Menos mal que ella tuvo la precaución de mandar hacer un falso tabique tras el que escondía los objetos de más valor que no pudo llevarse. Pero aún así, la pérdida fue enorme, sobre todo por el orgullo herido.

      Cuando por fin pudo volver a la Ciudad Prohibida, lo hizo como una mujer derrotada aunque su dignidad le impidiese mostrarse débil.

      Por el contrario, parecía tal cual que fuera ella la que había perdonado a los vencedores y les concedía la gracia de su sonrisa.

      Los términos del protocolo bóxer, el tratado de paz que finalizó con la rebelión, fueron extremadamente duros: China fue condenada a pagar una indemnización de 333 millones de dólares; las tropas extranjeras dejaron guarniciones desde Pekín hasta el mar; los exámenes del servicio civil fueron suspendidos durante cinco años; tres oficiales simpatizantes de los bóxers fueron ejecutados y un cuarto fue empujado al suicidio. El káiser Guillermo II, cuyo embajador había sido asesinado por los bóxers, proclamó triunfante: «Nunca más, ningún chino se atreverá a mirar con desdén a un alemán».

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      Retrato de Kang Youwei, alrededor de 1920

      Tras la firma del protocolo bóxer en 1901, las tropas permanecieron allí. En tres años, su presencia provocó la guerra ruso-japonesa. Internacionalmente el prestigio de China llegó a su punto más bajo. La indemnización consumía la mitad del producto nacional y debilitaba a la dinastía Qing. Además, la ocupación de Manchuria por Rusia había trasladado a miles de soldados a la región durante la rebelión.

      Alguna cosa buena podía surgir de la rebelión bóxer, después de algún tiempo, el Gobierno liderado por la emperatriz viuda, Cixí, comenzó por llevar a cabo las reformas pedidas por Kang Youwei y Liang Qichao en la Reforma de los Cien Días. Entre los cambios, el único con gran influencia fue la abolición de los exámenes imperiales el 2 de septiembre de 1905. El Gobierno comenzó a construir nuevos colegios, de los que llegaron a existir cerca de sesenta mil al momento de estallar la Revolución Xinhai (la rebelión contra la última dinastía imperial china). Después de la abolición, la gente no podía conseguir buenos puestos en el Gobierno solamente con tener éxito en la examinación, lo que cambió drásticamente el ambiente político.

      Al fin la emperatriz, ahora conocida como el Viejo Buda, se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que abrir la mano y hacer concesiones.

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      Suplicio de un misionero francés. Muerte de los mil cortes.

      Otra derogación muy celebrada en el exterior, fue la abolición de la tortura, y sobre todo de la muerte de los diez mil cortes, que era un terrible tormento que podía durar semanas e incluso meses de insufrible dolor hasta que el condenado moría.

      Tras volver a Pekín tras su exilio, la emperatriz hizo publicar un decreto que empezaba así:

      […] desde que hace un año salí súbitamente de la capital, no he dejado un momento de meditar en nuestros infortunios. […] Cuando pienso en las causas de nuestra ruina y de nuestra debilidad, deploro sinceramente no haber introducido desde hace tiempo las reformas indispensables; más ahora estoy absolutamente decidida a poner en vigor todas las medidas necesarias para la regeneración del Imperio. Tenemos que olvidar todos nuestros prejuicios y adoptar

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