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el emperador hizo un esfuerzo y salió de sus habitaciones para dirigirse al salón del trono, pero su aspecto estaba tan deteriorado que alarmó a los circunstantes, tanto fue así que la emperatriz ordenó que se lo volviesen a llevar en su palanquín y le dispensó de estar presente.

      Dos días más tarde, el 5 de noviembre, ni el emperador ni la emperatriz estaban bien de salud y no pudieron cumplir las obligaciones, y todos los asuntos de Gobierno quedaron en suspenso durante un par de días. El día 9 de noviembre ambos dirigentes estaban algo mejorados y pudieron asistir al Gran Consejo. Poco después visitaron al emperador cuatro médicos, también la emperatriz estaba enferma. El informe médico sobre la salud de Sus Majestades fue pesimista.

      El Gran Consejo, alarmado, envió un mensaje al príncipe K´ing y cuando este llegó, el día 13, halló al emperador en muy mal estado, mientras que la emperatriz decía sentirse restablecida. Sacó fuerzas de su flaqueza, la indomable señora se hizo acicalar y celebró una audiencia en el salón de los Fénix. Ante los consejeros y príncipes ella anunció que era hora de escoger un heredero al trono. Si el emperador Guangxu moría había de sucederle un príncipe de la sangre. Ella, dijo, había hecho ya su elección, pero deseaba contrastarla con la de sus consejeros. Los consejeros, por su parte, propusieron al príncipe Pu-Luen, que era el primogénito de los biznietos de Daoguang (el emperador que había sido el consorte de la Cixí cuando ella era solo la concubina Yenehara, y con quien había tenido su hijo, Tongzhi, fallecido hacía años). La emperatriz manifestó que ella había casado a la hija de Jung-Lu, su fiel ayudante y consejero —y se dice que amante— con el hijo del príncipe Chun. El hijo varón que naciese de este matrimonio debía ser emperador, ella —explicó— se lo debía al fiel Jung-Lu. Chun sería nombrado regente, con el título de príncipe colaborador del Gobierno.

      Algunos de los espectadores se opusieron a este nombramiento, pero ella, con gran fortaleza dado su estado, replicó:

      Pensáis que soy vieja y chocheo, pero deberíais saber bien que cuando yo decido una cosa, no hay nada que pueda impedirme realizarla. En una época crítica un soberano niño es sin duda una causa de debilidad para el Estado más no olvidéis que yo estaré aquí para dirigir y asistir al Príncipe Chun —entonces se dirigió a los escribientes— redactad enseguida en mi nombre dos decretos: el primero nombrando a Xiaofeng, Príncipe Chun, Príncipe Colaborador del Gobierno, y el segundo ordenando que Pu-Yi, hijo del Príncipe Chun sea trasladado inmediatamente al palacio para recibir en él una educación imperial.

26.tif

      El dragón símbolo de la dinastía Qing

      Mientras tanto seguía la gravedad del emperador que no llegaba a los cuarenta años. Además de enfermo estaba sumido en una profunda depresión, solo sobrevivió unas horas a esta decisión de Cixí, era el 14 de noviembre de 1908 cuando el Hijo del Cielo abandonó la tierra. La vieja emperatriz que ya se esperaba este desenlace, volvió a palacio para leer enseguida el testamento del difunto emperador. Esa noche Cixí se acostó y pareció mejor que en días anteriores, pero al día siguiente a mediodía, tuvo un síncope y notando que se acercaba su fin hizo llamar a palacio a la nueva emperatriz viuda (Long-Yu, la legítima esposa del difunto emperador) que ahora tendría que ser regente del joven Pu-Yi; también convocó al Regente (el Príncipe Chun) y al Gran Consejo, y una vez reunido, con gran calma dictó sus disposiciones ultimas: «[…] sintiéndome enferma de una afección mortal, y sin esperanzas de curación, ordeno ahora que en lo sucesivo el gobierno del Imperio pase por entero a manos del Regente […]».

      Sin duda Cixí había pensado en vivir aun unos cuantos años y gobernar con Pu-yi como lo había hecho antes con su hijo y con Guangxu, quien, por cierto, se dijo en algunos mentideros que había muerto envenenado. Las últimas investigaciones sobre los restos del emperador confirmaron la presencia de arsénico en su cuerpo.

      A las tres de la tarde, mirando al sur, como debe hacerlo un soberano chino, murió Yehenara, la hermosa muchacha que había llegado con apenas quince años al Palacio Imperial y que convertida en Cixí, había regido el imperio chino con mano de acero durante cincuenta años. Dejó su cuerpo en la tierra para volar a la residencia de las Nueve Fuentes.

      Apenas sobrevivió un día al emperador Guangxu.

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